La Jornada Semanal,   lunes 2 de mayo  de 2005        núm. 530
LAS ARTES SIN MUSA
 

Jorge Moch 
 

LA VIDA SURREALISTA


El relativamente nuevo género de los reality shows muta forma pero no esencia: el morbo humano más paleto; desde los paneles de estulticia mojigata como el show de Cristina Saralegui hasta aquellos que ponen a prueba la templanza de sus concursantes, como Fear Factor, el género que tomó por asalto la televisión guarda sorpresas que no alimentan pero sí entretienen.

Una de esas novedades, The surreal life (La vida surrealista), es transmitida por VH-1, canal de videos musicales que durante muchos años fue a la zaga de MTV y pretende retomar la estafeta iconoclasta que el emporio hoy hacedor de modas prefirió canjear por un futuro corporativo y políticamente correcto. El programa es básicamente como Big Brother. Se agrupa media docena de personas por poco menos de dos semanas. ¿Qué vuelve interesante la misma fórmula con menos tiempo? Los integrantes. A diferencia de la predigerida situación de los Big Brother VIP —qué atorrante suena eso de los VIP que suelen ser personeritos del escándalo más ramplón y cutre que nutre los programas mexicanos de chismes—, los integrantes de The surreal life fueron iconos contraculturales del pop o de las más nefastas expresiones del kitsch norteamericano, y para explicar esto basta revisar la composición de sus elencos al menos en las dos primeras temporadas. Para su estreno (2002), The surreal life reunió para que se fastidiaran mutuamente a Brande Roderick, de Baywatch; el ex cantante de Mötley Crüe, Vince Neil; Jerri Manthey del reality titulado Survivor (que por cierto no pegó en México); Emmanuel Lewis, ex estrella infantil en Webster; Gabrielle Carteris (Andrea Zuckerman en Bevery Hills 90210); otra ex estrella infantil, Corey Feldman y el rapero MC Hammer.

Fue mucho mejor la segunda temporada (2003) y es precisamente ésta, que llega con dos años de atraso, la que VH-1 transmite en México a través de los sistemas de cable. La tropa incluía a nada menos que la ex mujer del evangelista televisivo Jim Bakker, aquél que fue encarcelado por trácala. Tammy Faye Bakker se hizo famosa por su llanto ante cámaras y los arroyuelos de rimel corrido desde los ojos hasta la barbilla para quedar como la mamá de Alice Cooper. Ese reparto, que fue realmente chistoso por sus encontronazos, tuvo también a Erick Estrada, el Poncharello de Chips (que en México sintonizamos como Patrulla motorizada); Rob Van Winkle, a quien mejor conocimos en los ochenta como el anticlimático ridiculazo Vanilla Ice, hoy viva estampa de la neurosis y la furia ciega de los gringos que finalmente van viendo su verdadero lugar en el mundo; Traci Bingham, otra ramplona chica Baywatch, Barbie de piel morena; Trishelle Catannella, famosa por sus borracheras en The real world: Las Vegas de MTV; y lo mejor de la compañía: Ron Jeremy, posiblemente el actor pornográfico más famoso de los setenta y ochenta y, ahora maduro y barrigón, de los noventa y el XXI, para quienes gustan de perversiones geriátricas.

El acierto de The surreal... en sus primeras temporadas fue hacer a un lado la belleza física como requisito de rating, y privilegiar las colisiones de, por ejemplo, las arengas bíblicas de la sesentona Tammy Faye —por demás una señora más bonachona que mala gente— contra el ígneo cinismo de don Ron. Pero los productores Cris Abrego, Rick Telles y Mark Cronin dieron al traste con su propia credibilidad, porque para posteriores temporadas los repartos se fueron modificando sustancialmente: si hay feos es para que sean acto de circo. Así fue como aparecieron, ya echado a perder el experimento, Cristopher Knight (Peter Brady en la melosa y setentera The Brady Bunch); un puñado de modelos sin seso como la inglesa Clarice; Verne Troyer, el actor enano que interpretó a MiniMe junto a Mike Myers en los intragables episodios cinematográficos de Austin Powers y cuya inclusión fue lo único chusco; el beisbolista José Canseco; Omarosa Manigault, villana de otro reality show, The apprentice, donde se alimentó ad nauseam el ego del súper millonario Donald Trump; Bronson Pinchot, ex protagonista (era el primo Balki) de la serie de los ochenta Perfect Strangers y otros que demuestran que VH-1 finalmente no supo sustraerse al mainstream de la gente bonita que puede ser políticamente pero no estéticamente incorrecta, y ello da cuenta de cómo a la vuelta de tan sólo cinco temporadas, un buen programa se desgasta y no levanta ni con muletas circenses. Lástima.

[email protected]