La Jornada Semanal,   lunes 2 de mayo  de 2005        núm. 530
 
   LA CASA SOSEGADA   

JAVIER SICILIA

CARLOS ÁVILA, EL POETA Y EL FILÓSOFO

La muerte de Carlos Ávila en 2001 me fue muy dolorosa. No sólo moría un hombre que cumplía treinta y ocho años, sino un espléndido poeta y un filósofo que se sumergía en los problemas más arduos del quehacer poético. Lo conocí en los años ochenta. Yo trabajaba en el Departamento Editorial de la UAM, cuando un día se presentó en mi cubículo. No venía, cosa extraña, a que se le publicara un libro, sino a conversar sobre la poesía y sus misterios. Me gustaron su figura delgada, sus ojos claros, su impecable vestimenta que contrastaba con los zarrapastrosos atuendos que siempre he portado, pero, sobre todo, me gustó el refinamiento de sus ademanes, de su lenguaje y de su saber. Nos fuimos a tomar un café. Durante una hora me habló de su visión estética, de su fascinación por la manera en que lo inefable se articulaba en el poema para producir el instante de la revelación. Quedé prendado y le pedí que me trajera algunos poemas. No me decepcionaron. Por el contrario, en esa transparente escritura, en esos versos breves, pero impecable e implacablemente compuestos, veía a un poeta de la tradición de los "puros", un hijo de Mallarmé y de Valéry, un hombre que, frente a un mundo duro, inhóspito y volcado a la acción soñaba, como ellos —de ahí quizá su prematura muerte—, con claustros en donde, cito a Valéry, "la ignorancia de toda política sería preservada y cultivada", en esos sitios, los más puros de la poesía, en donde vivirían los últimos hombres libres. De ahí su rigor, la cristalina pasión de sus poemas.

Me parecía que Carlos buscaba, a través del poema, esa realidad en donde el ser es pura plenitud. En este sentido, más que con Mallarmé, su vínculo directo era con Valéry. Si lo unía a él esa especie de angelismo que quería refugiarse en la contemplación de un universo de Ideas puras que se dicen en el poema, se separaba del poeta de Set en su optimismo. Mientras para Valéry nada de esa pureza que contemplaba era a fin de cuentas transmisible, para Carlos, la posibilidad existía. Aunque, junto con el poeta francés, sabía que lo real es demasiado puro para nuestros órganos y para nuestro lenguaje, sabía también que algo de esa pureza se traslucía en las cosas creadas y en el poema, en el acto de encarnar algo.

De ese optimismo que lo animaba y lo separaba de Valéry es muestra su obra póstuma, Ontopoética, una contribución a la fenomenología en la obra de Gastón Bachelard, que recientemente publicó Editorial Alfil. En ella, el filósofo busca justificar el optimismo del poeta. No en vano Carlos eligió para esta tarea a Bachelard, un hombre que, como Valéry, era un científico y un pensador de los universos poéticos, pero que, a diferencia de Valéry, pensaba, desde el método fenomenológico, que el poema es un lugar de la revelación de lo inefable. Difícil, compleja, a veces abstrusa, la Ontopoética... es la justificación del filósofo Carlos Ávila a lo que el poeta Carlos Ávila buscaba revelar en el decir del poema; es también la afirmación de que el espacio poético no es, como lo creyó Valéry hacia el final de su vida, el lugar del fracaso, sino el sitio en el que la plenitud de lo puro se dice y se devela.

¿Cómo se gesta esa realidad? Carlos, siguiendo a Bachelard, la encuentra en la complementariedad entre el anima (el principio femenino que nos habita y que tiende a la contemplación del cosmos) y el animus (el principio masculino, que también nos habita, y que tiende a lo práctico de la vida cotidiana). Esa complementariedad, que hace posible el decir poético, o sea, el decir de la belleza, nos permite sentir la plenitud que es el lugar del ser, de aquello que esta más allá de las cosas, pero que, a su vez, las habita y las hace posibles. "Lo más sorprendente de lo imaginario —escribe Bachelard, al referirse a la poesía— es que no es imaginario, sino real." A lo que Carlos Ávila agrega, "Convexa plenitud de ‘ensoñación’, donde las valvas siempre iridiscentes del mundo se contemplan.

"Todo está ahí, envuelto en la asombrosa certidumbre según la cual el anverso del mundo se resuelve en otro horizonte de imágenes", que es el poema. Ahí, la presencia se revela y por un instante contemplamos y vivimos la plenitud, esa plenitud que, a lo largo de su breve pero sustanciosa vida, Carlos no dejó de perseguir y de mostrar, y que ahora habita en la plenitud de la bienaventuranza eterna.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.