Usted está aquí: lunes 2 de mayo de 2005 Capital La Merced: barrio en busca de la identidad perdida

Es vox populi que allí se paró el águila sobre un nopal

La Merced: barrio en busca de la identidad perdida

Nostalgia de moradores ante la carencia de héroes de verdad

BERTHA TERESA RAMIREZ

Tomar una taza del aromático en el café Bagdad de la plaza de La Aguilita, en La Merced, es práctica común entre los vecinos de ese barrio. Pero nada de eso tendría de particular de no ser porque muchos de quienes frecuentan el establecimiento aseguran que fue en ese lugar donde en realidad se posó el águila que esperaban encontrar los mexicas tras su salida de Aztlán.

La versión de que fue en ese sitio donde los antiguos aztecas descubrieron el ave devorando una serpiente ha recorrido las calles de La Merced quién sabe desde cuando. El caso es que se ha transmitido de generación en generación, cuenta Roberto Solís Barragán, comerciante en banquetes oriundo del lugar.

Que el águila se paró aquí, dice, es vox populi y forma parte de todas las leyendas, dichos, refranes y mentadas de madre que se escuchaban en el barrio en las décadas de los 70 y 80, tiempos en que La Merced era el centro de abasto más pujante de la ciudad y la plaza bullía al calor del alboroto, el griterío y el tumulto de los mercaderes que llegaban ahí procedentes de diversos estados del país a comerciar miles de toneladas de alimentos.

Era la época en que lo mismo era trono de ricos bodegueros y comerciantes que cementerio de pordioseros que acababan ahí destruidos por el alcohol.

Aquí la sentencia de "hay muertos que no hacen ruido y es más grande su penar" les quedaba a la medida a muchos que venían de lejos con toneladas de fruta o de verduras y que en el camino se les echaban a perder, "por lo que tenían que regresar a sus lugares de origen más miserables de lo que habían llegado a la tierra prometida", agrega Solís Barragán.

Así fue la historia, cuenta, de Genaro Vázquez, "quien llegó de Hidalgo y le pegó al comercio de sandía, y a la vuelta de unos años ya andaba por aquí con botas vaqueras, chamarras de finas pieles y sombreros estilizados, pero así como se fue para arriba, de repente ya estaba abajo y se le vio completamente desconocido, hinchado y perdido en el anonimato de la pobreza y por el alcohol".

De cualquier forma, todo era mejor que lo que se vive ahora en La Merced, donde ya no hay arraigo, la vida de sus habitantes se ha transformado debido a la fuerte movilidad social que existe en la zona, en donde ya sólo 20 por ciento de las familias que viven ahí son oriundas del lugar y 80 por ciento son gente nueva, tanto en el comercio como en la vivienda.

"Ya no existe la convivencia diaria, las tradiciones, el esperar con gusto la festividad de la Virgen de La Merced, la religión, la idiosincrasia de aquellos tiempos en los que ver, oír y callar era la ley del barrio", y junto con ello desaparecieron las leyendas.

Con cierta nostalgia asevera que "más importante que recobrar la historia es recobrar la humanidad que ya perdimos en todos lados, porque la historia, a través del tiempo, se hace fea y muere en la memoria de la gente.

"A final de cuentas, el barrio podría ser de nuevo el emblema en esta época en que carecemos de héroes, ya que los que hay cobran en dólares cuando van a cantar a los palenques, porque hoy los héroes ya no son gente de ejemplo, ahora todos quieren ser Gloria Trevi o Luis Miguel; los dichos se han perdido, la cultura popular pretende ser el big brother y la moda de no te hagas güey, que no dejan nada, nos están robotizando: palabra de aguilita."

Tenía las alas abiertas

En el café Bagdad, Javier Roca Moreno, comerciante del lugar, cuenta que en ese sitio de verdad se posó un águila, sólo que era de metal y tenía las alas abiertas; se hallaba en el centro de un pedestal sobre la fuente que todavía existe en la plaza.

Mientras al lado de cuatro humeantes tasas de café muestra una foto en la que aparece la famosa aguilita sobre una columna, en la plaza de Santo Domingo, recuerda que sus padres le contaron que ese monumento fue trasladado a ese sitio porque La Merced se había convertido en estacionamiento.

Rememora también que sus padres siempre comentaban que esa escultura se había colocado en el barrio de La Merced porque "ahí era dónde se había parado el águila que buscaban los mexicas, nada más que por intereses económicos y políticos se llevaron el símbolo para otro lado".

-¿Quién se llevó la escultura a Santo Domingo?

-No sé exactamente, lo único que sabemos en este barrio es que como la plaza estaba convertida en estacionamiento de transportes de legumbres, las autoridades prefirieron llevársela a Santo Domingo, pero de ahí también fue rescatada. Lo último que supimos es que la habían resguardado en la sacristía de Santo Domingo y fue ahí que se le perdió la pista, y ahora no sabemos dónde está.

El aguilita sí existió

La historiadora Alberta Hernández Arrieta, especialista en monumentos coloniales, explicó que la aguilita a la que se refieren los habitantes del lugar sí existió. Se hallaba sobre un pedestal y estuvo en esa plaza de La Merced del siglo XVI al XVIII.

A finales de ese último fue trasladada a la plaza de Santo Domingo, donde se mantuvo hasta el primer decenio del siglo XX, "se dice que en aquel entonces quienes cuidaban esa iglesia la retiraron de Santo Domingo porque estaba endeble, de esa forma pasó a ser posesión de la Iglesia, luego de ello se ha perdido la secuencia histórica de ese monumento".

En La Merced, a sólo unos pasos de la plaza del Aguilita, Emma Messeger, coordinadora de la Casa Talavera de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), señaló que tras una investigación se logró conocer que el Museo Nacional de Historia "tiene el águila que se supone estuvo ahí".

Informó que este concedió a la UACM permiso para reproducir la escultura y apoyará con especialistas la reproducción. La universidad, por su parte, buscará los medios económicos para que se pueda llevar a cabo.

Una crónica publicada en el libro Plazas de México señala que en 1867, a iniciativa del entonces gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz, la plaza sufrió el cambio de su antiguo nombre por el de ese mandatario.

Narra la historia que una solicitud hecha por el gobernador al ayuntamiento, el 20 marzo de 1868, "fue favorablemente despachada y en consecuencia mandaron hacer una lápida que decía: plaza de Juan José Baz". A la fecha, ese es el nombre oficial del espacio público conocido popularmente como plaza de La Aguilita.

 
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