Usted está aquí: jueves 28 de abril de 2005 Opinión El silencio

Vilma Fuentes

El silencio

Bajo el crachin, ese chipi-chipi invisible, vaporoso, pero que empapa hasta la médula de los huesos, en silencio, buen número de mexicanos se dieron cita el domingo pasado en la passerelle des Arts, el puente que cruza el Sena del Institut de France al palacio del Louvre.

Hace 36 años miré desde lo alto de una torre de Reforma la manifestación silenciosa. No tenía acceso a ella porque estaba embarazada. Me conformé con ver las manos en alto de las filas y filas de manifestantes que avanzaban en silencio. El ruidoso silencio de los pasos y la respiración.

Al legar a la passerelle des Arts escuché ese mismo silencio, aunque lo aturdidor de su ruido no proviniese de gran número de personas. Apenas unos murmullos, una palabra queda, casi secreta, aquí y allá, para indicarse dónde poner las mantas que dicen: ''No a la ilegalidad" o ''Sí a la democracia".

Se distribuyen banderitas mexicanas, camisetas con los lemas, pequeños ataúdes de cartón que representan la Constitución mexicana asesinada.

Los fotógrafos aumentan a cada minuto. No sólo los de los diarios franceses, los simples turistas que atraviesan el único puente peatonal de París ese domingo por la mañana. El carácter mexicano debe poseer un magnetismo comparable al encanto eslavo.

Cierto, a las mismas horas hay otras manifestaciones en la capital francesa, de seguro más numerosas y más dolorosas, como la que conmemora el genocidio de los armenios. No obstante, me parece que la costumbre de medir la importancia de una manifestación por su número de participantes es una visión contable, característica de la época moderna, que no da la verdadera imagen de un acto.

La verdad no está sólo en las cifras; éstas dan lugar sobre todo a la polémica tradicional: mil personas o un millón.

Cada quien calcula según sus de-seos, y la ciencia de los calculistas y los calculadores es inexacta la mayoría de las veces.

Pero lo que más me impresionó y me devolvió los recuerdos del 68 con violencia significativa fue el silencio. Nos hemos acostumbrado a las manifestaciones ruidosas, donde los discursos, los eslogan, los motivos de protesta se gritan. Método tan instintivo como legítimo cuando estalla la cólera contra lo que siente una injusticia, pero el silencio desencadena a veces una explosión más escandalosa.

Ninguna lección puede ser más perturbante para un escritor o un periodista. Acaso, en algunas circunstancias, el silencio posee más fuerza que los gritos. Escritor o periodista, no poseemos más que las palabras a nuestra disposición, esas palabras de las que los mejores autores terminan por dudar. ''Words, words, words..." dice Shakespeare, quien alcanzó y tocó el verdadero límite del lenguaje, y decidió terminar su drama con una frase última: ''and the rest is silence".

Esta cuestión no es sólo literaria. Puede también ser política, en el sentido más noble de la palabra. Puede también plantearse en la vida cotidiana. Basta mirar a los niños. ¿Qué hacen cuando un espectáculo cualquiera, dado por los adultos, los deja estupefactos de horror?

El niño calla. Guarda silencio. A veces, por mucho tiempo. En lugar de explicar, de comentar, de recuperar el acontecimiento con las redes de las palabras, como el pescador atrapa el pez, el niño se queda sin palabras, mudo. Qué error sería tomar su silencio por un signo de debilidad. Al contrario, es él quien conoce la medida de las cosas, quien ha comprendido que callarse vale más que discurrir.

Ningún otro escritor ha sabido escribir el silencio como Juan Rulfo. Joyce lo intentó en Dublineses con el silencio que cae con la nieve sobre los vivos y los muertos. Juan Carlos Onetti habló del silencio al otro lado de la pared. Marcel Proust lo explica, lo hace pedazos, casi lo hace hablar.

Pero Juan Rulfo nos hace escucharlo en las calles de Comala, entre el espacio que separa las tumbas de los vivos y los muertos.

Un silencio que estalló, incontenible, con el canto del Himno Nacional y un grito de ''¡Viva México!'' que despejó el cielo para dar el paso al Sol.

 
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