Usted está aquí: martes 26 de abril de 2005 Mundo Arañas y lobos

Pedro Miguel

Arañas y lobos

Ya entendí. El primer acto pontificio de Benedicto XVI fue la negación de la existencia de un tal Joseph Ratzinger, quien en sus años mozos se afilió a las Juventudes Hitlerianas y a quien, muchos años después, ya convertido en perseguidor y represor oficial de la Iglesia católica, el precedente se le seguía notando. O sea, que en el curso de este mes, en un Estado con tasa cero de nacimientos, ocurrieron dos muertes: la de Juan Pablo II y la del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La voluntad y las ideas (ambas regalo de Dios) de ese tal Ratzinger movieron a sus pares a elegirlo como nuevo papa, pero sus convicciones y demás señas de personalidad fallecieron en cuanto fue ungido. La mano que tiró piedras múltiples contra los disidentes de la ortodoxia, contra los distintos y contra los perseguidos y ofendidos de siempre, se escondió bajo la blanca sotana pontifical. Se ha disuelto en el humo blanco la mano que golpeó al periodista de ABC News Brian Ross, cuando éste preguntó al entonces Ratzinger por el bloqueo de las investigaciones en torno a Marcial Maciel y la pederastia. El cardenal alemán que prefería las justificaciones al arrepentimiento, el rotweiler de Dios, el policía al que le importaba un rábano la dignidad de los teólogos, de las mujeres, de los homosexuales, de los divorciados y de los creyentes no católicos, se desvanece ahora y en la pantalla aparece, en fade in, una nueva sonrisa beatífica que irradia tolerancia, comprensión y humildad. Qué bueno, dicho sea sin ironía.

Benedicto XVI inició su papado admitiendo que tenía miedo e informando que la voz misteriosa de su predecesor le susurraba al oído que dejara de tenerlo. El caso me hizo recordar lo que les digo a Clara y a Sofía cada vez que irrumpen en mi cuarto, aterrorizadas porque en la recámara de alguna de ellas apareció una araña:

-¿Tienen mucho miedo?

-Ssssíííííí -tiritan.

-¿Y no han pensado en el terror que unas gigantas como ustedes le causan al pobre bicho?

Siempre es útil que un pastor poderoso reconforte a sus fieles y les asegure que no piensa apachurrarlos sin piedad (como hizo un tal Ratzinger con la teología de la liberación, con las esperanzas de millones de católicos en una reforma de su Iglesia, con el derecho de la gente en general a alejarse de los absolutismos ideológicos y acercarse a un relativismo capaz de arrojar algún entendimiento del mundo y de la vida) sino, incluso, tratar de comprenderlos. Tal vez si los humanos fuéramos capaces de comunicarnos con las arañas y les garantizáramos de alguna forma su integridad física, la relación entre ambas clases de seres sería más armónica y provechosa. Ratzinger actuó, hasta su muerte, como si hubiese estado seguro que la inconciencia de los fieles era equiparable a la de los arácnidos: para qué iba a tomarse la molestia de intentar la conciliación y el diálogo, si de todos modos acabarían metiéndose a la habitación de las ideas prohibidas: mejor aplastarlos de una vez.

En su homilía fundacional Benedicto XVI, este recién nacido de 78 años, formuló alguna alusión a lo que hoy se denomina inteligencia emocional (se refirió al amor como un "aprendizaje") y anunció la buena nueva -para rabia del difunto Ratzinger- que su "verdadero programa de gobierno no es hacer mi voluntad, no es seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor".

Sea. Hay que pasar por alto este lío de cómo puede un gobernante realizar su encomienda despojado de ideas y voluntad propias, y otorgar al pontífice el beneficio de la duda, por más que muchos vayan más allá y prefieran regalarle el beneficio de la fe. El papa ha renunciado a las verdades absolutas y ha decidido convertir al Vaticano en un inmenso radiotelescopio que escudriña las señales celestes. Pareciera la confesión de que esto es un interregno y que lo mejor es no hacer nada. Pero falta ver quién, y en qué sentido, decodifica e interpreta lo que llegue. Y si es que llega, porque igual puede ocurrir que el Altísimo -Sus acciones son inescrutables- decida interrumpir la transmisión hasta en tanto no se aparezca un interlocutor terrenal más resuelto y específico. Corresponsales: estén atentos a la posible proliferación de antenas parabólicas en la cúpula de San Pedro.

En lo inmediato, celebro que Benedicto XVI haya apostado por la humildad: "Rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, para que no huya de miedo ante los lobos". Ah, perdón, la parábola correcta no era con arañas, sino con lobos.

 
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