Usted está aquí: martes 26 de abril de 2005 Opinión Desasosiego regional

Editorial

Desasosiego regional

La semana pasada un gobierno ecuatoriano más fue derribado por el descontento popular. El fin de semana Belice vivió días de violencia, represión y desórdenes debido a la decisión del gobierno de Said Musa de vender la estatal Belize Telecomunications Limited (BTL), cuyos trabajadores se opusieron a la transacción. Ayer tocó el turno a Nicaragua, cuyo presidente, Enrique Bolaños, es conminado a renunciar por la mayoría de los alcaldes del país y por miles de estudiantes y pobladores que tomaron las calles de Managua. Acusados de vandalismo, los inconformes replicaron que el vándalo es en realidad el gobierno, incapaz de frenar el desempleo y la carestía. Y el domingo, en México, tuvo lugar la mayor manifestación antigubernamental de que se tenga memoria en el país.

Sin duda, cada una de las circunstancias referidas obedece a un entorno nacional y singular que no acepta comparaciones ni extrapolaciones automáticas con el resto de las naciones del hemisferio. En los casos mencionados los componentes políticos, económicos y sociales se combinan en formas diferentes y en contextos distintos. La llamada "rebelión de los forajidos" ecuatoriana fue un movimiento de resistencia contra las actitudes autoritarias y corruptas del ahora ex presidente Lucio Gutiérrez; los desórdenes en Belice, pequeño país frontero al nuestro y de tradición apacible y democrática, tuvo que ver con decisiones antinacionales ­y por ello antipopulares­ de las autoridades.

En la volatilidad nicaragüense confluyen una crisis institucional ­la confrontación entre el presidente y el Congreso por dos versiones de constitución­ y la miseria exasperante en la que vive la gran mayoría del pueblo. En el caso mexicano, la histórica movilización pacífica de ciudadanos fue expresión de rechazo social ante los afanes turbios del gobierno por conseguir la liquidación política y jurídica de Andrés Manuel López Obrador, visto por muchos como la esperanza de la izquierda en las elecciones del año entrante.

Pero, si se mira el conjunto, resulta inevitable percibir puntos en común: el desasosiego que genera la creciente distancia de los gobernantes con respecto a sus respectivas sociedades. Diríase, en efecto, que se ha vuelto epidémica la tendencia de las clase políticas y los grupos en el poder a desempeñar la función pública a contrapelo de las demandas sociales y del sentir de las poblaciones.

Es de destacar, por otra parte, que mientras en una porción sustancial de América Latina ­Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay­ se ensayan diversas y más o menos afortunadas alternativas al "consenso de Washington" y a los dogmas económicos neoliberales, en países como el nuestro la ortodoxia antiestatista sigue fascinando a los grupos en el poder, y que la sola aplicación de esas recetas antipopulares contribuye a la desestabilización de democracias precarias e inciertas.

Hasta ahora, y por fortuna, la crisis en que el foxismo ha sumido a las instituciones mexicanas no se ha traducido en confrontaciones violentas ni en abierta ruptura de las mayorías con el gobierno, y casi toda la gente desea que el país llegue en paz y armonía al fin del actual sexenio y a la sucesión presidencial del año entrante. El "casi" de la frase que precede no se refiere, por cierto, sólo a sectores radicales e intransigentes ­y, hoy por hoy, minúsculos y poco representativos­ de la oposición, sino, sobre todo, a integrantes del actual gobierno, quienes, si no tienen el propósito de incendiar el país, actúan como si lo tuvieran.

Los casos de Ecuador, Belice y Nicaragua indican que no es el actual un momento propicio para poner a prueba la paciencia, la prudencia y la sabiduría populares. A estas alturas, cuando el tiempo transcurrido del sexenio se ha desperdiciado por lo que respecta a la reactivación económica, la consolidación democrática y el combate a lacras como la pobreza y la inseguridad, el Ejecutivo federal debiera concentrarse en la tarea que todavía puede llevar a cabo: promover la armonía, auspiciar la distensión y prepararse para dejar el poder en paz y sin cataclismos políticos o económicos.

 
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