Usted está aquí: martes 26 de abril de 2005 Economist Intelligence Unit Descubren medicinas en lugares insólitos

Descubren medicinas en lugares insólitos

Para William Gerwick, el tesoro de la naturaleza se puede encontrar en una vasija llena de limo de algún estanque. Los organismos que no pueden huir de sus depredadores (plantas y corales, por ejemplo, así como los microorganismos integrados en el limo) experimentan una fuerte presión evolucionaria para convertirse en venenosos. Pero el veneno de una criatura es el fármaco de otra. Y mientras más especies hay en un lugar (en otras palabras: mientras más alta es su biodiversidad) es mayor la oportunidad de encontrar ahí algo que sea útil en farmacología. Así, para el doctor Gerwick, farmacólogo de la Universidad de Oregon que trabaja en Panamá (uno de los sitios de mayor biodiversidad del planeta), el limo local es una materia prima sumamente prometedora.

Gerwick es miembro de una organización llamada Grupos Cooperativos Internacionales de Biodiversidad (GCIB), que busca aplicaciones del conocimiento derivado de la biodiversidad. Gracias a su colaboración con otro miembro del grupo, un parasitólogo del Instituto Panameño de Investigaciones Científicas Avanzadas, ha descubierto que el limo (o, mejor dicho, la cianobacteria de la cual se compone) contiene en efecto fármacos en potencia. La contribución del doctor Ortega ha consistido en proponer un método más eficaz para comprobar si los organismos que el doctor Gerwick y otros científicos encuentran en sus expediciones son candidatos razonables para el tratamiento de enfermedades.

Cuando el proyecto del GCIB comenzó, hace siete años, se enfocó al tratamiento de infecciones tropicales, como la malaria. Por desgracia el equipo requerido para comprobar sus descubrimientos de actividad antiparasitaria era difícil de importar. En particular, la prueba estándar de la malaria requiere de materiales radiactivos, que los gobiernos occidentales se muestran renuentes a enviar a países pobres con historia política accidentada. En consecuencia, Ortega inventó una nueva prueba que no involucra radiactividad.

El nuevo método funciona etiquetando el ADN de un parásito con tinte fluorescente. Los parásitos son entonces incubados en un medio apropiado (glóbulos rojos en el caso de la malaria) y se añade extracto de limo o coral, o lo que sea. En ausencia del extracto, los parásitos crecen y la muestra se hace más fluorescente. Pero si el extracto detiene la reproducción de los parásitos o -mejor aún- los elimina, la fluorescencia no aumenta. De esta manera los investigadores se enteran de que han encontrado algo de interés.

Este método se ha puesto en uso para comprobar los descubrimientos de actividad contra la leishmaniasis, malaria y, en fecha más reciente, contra el dengue. Hasta ahora se ha descubierto buen número de indicios prometedores, inclusive una cianobacteria de gran actividad contra la malaria. Y si bien no se ha desarrollado ningún fármaco todavía, si los investigadores encontraran alguno, ya existe un plan para dividir el botín.

Quiénes se beneficiarían de patentes generadas por la biodiversidad del mundo pobre es un problema político delicado. Por una parte, esa biodiversidad es sin duda patrimonio del país en cuestión (nadie podría rebatir este punto si el recurso fuera, digamos, una reserva mineral). Por otra parte, el arduo trabajo de convertir un descubrimiento biológico en bruto en producto comerciable se lleva a cabo habitualmente en un país rico, y las leyes sobre patentes prefieren proteger a la persona que transforma una idea en práctica factible.

En este caso, sin embargo, la respuesta es más sencilla de lo acostumbrado si se toma en cuenta que tanto la biodiversidad como la investigación están localizadas en el mismo país. El doctor Ortega dice que al menos 50% de las ganancias que el equipo reciba se destinará a fundaciones ecologistas, y el resto irá a las instituciones que han apoyado el proyecto, entre ellas la Universidad de Panamá.

FUENTE: EIU/INFO-E

Traducción de textos: Jorge Anaya

 
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