La Jornada Semanal,   domingo 24 de abril  de 2005        núm. 529
 
      A LAPIZ       

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

PERSONAS CON HABILIDADES DIFERENTES

A Verónica Silva


Foto: Internet
Un día, ese pequeño conjunto que pretende decidir por todos nosotros creyó percatarse de que las palabras inválido y minusválido tenían connotaciones despectivas. Ambas provienen del latín, aunque poseen contenidos levemente distintos, pues invalidus significa "débil, enfermo" y la segunda, formada con minus —"menos"— y validus —procedente, a su vez, de valeo: "poder"—, significa "menguado, alguien con incapacidad física o mental". El mismo parecer tuvo de la palabra discapacitado (alguien con "incapacidad física o mental causada por una enfermedad o accidente, o por una lesión congénita") y de otras que existen para designar con precisión el tipo de menoscabamiento padecido, así que decidió reemplazarlas con la siguiente fórmula, sólo rebosante de corrección política: personas con habilidades diferentes.

La pretendida tersura del concepto me hizo imaginar que, junto con él, en México se habían prodigado las banquetas con rampas para quienes emplean sillas de ruedas, indicadores táctiles para ciegos en transporte público y todo lugar, espacios adecuados para zurdos (¿y los sordos? ¿qué se adapta para ellos en las vías públicas?), pero no: sólo se acuñó un eufemismo cursi y ambiguo, de cuatro palabras, para no decirle ciego al ciego y mantener la asepsia. Ante tan hipócrita condescendencia verbalista, los minusválidos ya tienen el derecho a no escuchar el detestable nombre de su padecimiento, aunque no se haga nada práctico para facilitarles la vida (como si lo doloroso no fuera el padecimiento, sino el nombre del mismo).

Por lo demás, si diferente es lo "no igual a otra cosa, diferir", y si diferir es "diferenciarse, distinguirse", la frasecilla de marras termina por convertirse en una trampa conceptual que conduce a lo contrario de su intención, pues las habilidades diferentes de las personas las separan de lo "normal", que es lo que se pretendía disimular. El Diccionario de autoridades advertía que monstruo "no es otra cosa sino un pecado de naturaleza, con que por defecto o sobra, no adquiere la perfección que el viviente había de tener […] Por extensión se toma por cualquier cosa excesivamente grande, o extraordinaria en cualquier línea", donde se entrelazan las nociones latinas de monstrum y portentum.

La "perfección del viviente" debe entenderse como la aurea mediocritas, pues lo demasiado extremo es monstruoso, tal como lo consideraban los latinos: una mujer portentosamente bella (Laura Antonelli) suspende el ánimo y el aliento de sus contempladores de la misma manera que Fosca, la mujer insólitamente fea de Passione d’amore, de Ettore Scola: ambas resultan monstruosas; en un nivel ético, un ser absolutamente bueno, como Mishkin, incitaría las acciones absolutamente malas de alguien como Rogozhin, según Dostoievski en El idiota, y ambos se encontrarían tan fuera de la medianía humana como lo crístico y lo demoniaco. En universos menos elevados, ¿no es diferente quien baraja con una sola mano, toca melodías con el peine, cuenta chistes con gracia o protagoniza películas porno?

Si habilidad es "capacidad, destreza, acierto y prontitud en las cosas que se deben hacer" y "gracia y destreza en ejecutar alguna cosa, que se ha aprendido, y sirve como adorno al sujeto", la diferente aptitud de una persona se vuelve asunto abismal: la escritura, la música, el deporte, la relojería, la taxidermia, la encuadernación, la culinaria, la traducción, la escultura con rábanos y un sinfín de cosas aprendidas o en las que se puede ser diestro tienden a convertir en abstrusa la idea de definir a un tipo de persona por sus "habilidades diferentes", pues ni siquiera se cumple con el requisito aristotélico de la definición: "género próximo, diferencia específica": Pelé y Tongolele ingresan en esta categoría tanto como Beethoven, Borges, Cervantes, Hawking y Mónica Patiño. Notables por sus habilidades diferentes los ha habido sordos, ciegos, mancos, cojos, tartamudos, enanos y multiescleróticos, así como feos y guapos, mujeres y hombres y, desde luego, "normales". La habilidad de un cuadrapléjico para pintar es notable y digna de encomio, pero su quehacer es tan distinto como el de un artesano de la vainilla.

Toda persona desarrolla habilidades peculiares: en esta imprecisión radica lo inane de la frase "persona con habilidades diferentes", fuente de sinsentido verbal. Si debo usar anteojos por causa de mi debilidad óptica, soy miope y punto.

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