Usted está aquí: viernes 22 de abril de 2005 Opinión Los viajes de Julio Verne

Vilma Fuentes

Los viajes de Julio Verne

Ampliar la imagen Julio Verne (1828-1905)

Emilio Salgari y Julio Verne fueron los primeros autores que leí a solas, sin necesidad de obedecer al ritmo de lectura de mi padre, quien se había dado el trabajo de hacerme escuchar algunos cuentos de Las mil y una noches. La serie de aventuras que comienza con El corsario negro, los ''viajes" de Verne a la Luna, al fondo del mar, al centro de la Tierra. Salgari me conducía al pasado, a la época de piratas del mar, Verne al futuro, a las proezas que llevaban al hombre al centro de la Tierra o la Luna. Uno y otro me proponían soñar en mundos inexistentes, quién sabe cuál de los dos con más irrealidad.

En ese entonces, menos real hoy que las novelas de Salgari y Verne, ni siquiera me pasaba por la mente la idea de pensar en la persona que las había escrito. La verdad, creo que los libros eran para mí como las montañas, el cielo, la televisión o los refrigeradores: estaban ahí desde siempre y existían por sí mismos. La realidad de los personajes era más poderosa que la de sus creadores. Si me hubiesen dicho que había un señor o una señora que los había imaginado y escrito en páginas blancas, me le hubiese quedado mirando como se mira a una persona que ha perdido la razón y cuenta fábulas. Los tiempos han cambiado: la gente hoy, conoce la vida del autor, en sus más ínfimos y escabrosos detalles, gracias a las revistas de moda (¿la moda de hoy no son los prejuicios de mañana?, preguntaba Proust) y a la televisión, sin pensar en abrir una página de sus libros.

El centenario de la muerte de Verne me ha permitido descubrir a la persona. Tantas personalidades contradictorias, casi inventadas, como las de Fernando Pessoa.

Entre los extraños fenómenos del destino literario, el caso de Verne es uno de los más singulares. Cierto, conoció el éxito, pero ni la verdadera gloria ni la consagración. Autor de 62 novelas y relatos, confió un día a un periodistra británico: ''El más grande pesar de mi vida es no haber contado en la literatura francesa". ¿Por qué este destino? Acaso porque la obra de Julio Verne fue catalogada, con esa manía de etiquetar escritores y artistas en categorías definitivas, como literatura para niños, es decir, en una obra de segunda clase.

El desprecio con que algunos críticos consideran a esta literatura es un enigma. ¿Las mil y una noches corresponde a este género? ¿Grimm, Andersen? La Iliada, primer poema de Occidente, relato de batallas que seducen a los jóvenes?

Stéphane Mallarmé, el más exigente y misterioso de los poetas, con Góngora, al mismo tiempo una mente sin ningún sectarismo, escribió: ''el muy curioso Julio Verne", señalando el interés que daba a su obra, en las antípodas de la suya, pero sin embargo original y cuya ambición proclamada abajo del título no podía dejar indiferente: ''Viajes en los mundos conocidos y desconocidos". Mallarmé no podía sino soñar ante este subtítulo.

En este 2005 se celebra, sobre todo en Francia, el centenario de su muerte, ocurrida un 24 de marzo en Amiens, a sus 77 años. Celebración que toma la forma de una rehabilitación. Este escritor, con Dumas, el más leído de los escritores franceses, sufrió por no ser admitido en la Academia. Hoy su genio es unánimemente reconocido. Pero no vivía en París, moraba en provincia, tampoco frecuentaba salones literarios, y sus escritos eran considerados para niños. Ninguna posibilidad de obtener premios, honores, reconocimientos que siguen siendo la propiedad exclusiva de afanosos arribistas. Hay que escoger: producir una obra original o intrigar en los salones. Verne escogió el primer camino.

Gracias a ello se le puede considerar como el inventor de la ciencia ficción. Bradbury y Asimov lo reconocen. Su editor, Jules Hetzel escribe:

''Su meta era, en efecto, resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, astronómicos reunidos por la ciencia moderna, y reconstituir, bajo la forma atractiva y pintoresca que es la suya, la historia del Universo". La ambición era grande. Y fue cumplida.

Si Dumas es el narrador de la historia, Verne es el de la geografía, dice un crítico actual. ¿No adoraba sumirse en la visión de los mapas?

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.