Usted está aquí: viernes 22 de abril de 2005 Opinión Los amigos de Godzila

Javier Wimer

Los amigos de Godzila

El voto de México contra Cuba es menos un crimen que un acto de obsecuencia. La explicación oficial es la misma de siempre: la necesidad de modernizar nuestra política exterior y de adecuarla a nuestro compromiso universal con los derechos humanos. La verdad es más simple y más evidente. Pasamos del candoroso entusiasmo por la fraternidad norteamericana a una política hecha de ocurrencias e impunidades.

Los primeros años del actual gobierno fueron de castillos en el aire y estos son de abandono y de confusión. Las expectativas de tener relaciones privilegiadas con los Estados Unidos se desvanecieron y en la actualidad carecemos de objetivos que orienten nuestra acción exterior.

Siempre ha sido preocupación principal de nuestros gobiernos equilibrar, hasta donde sea posible, la relación de asimétrico poder que tenemos con Estados Unidos. Todos los actores políticos de nuestra historia -monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, porfiristas y revolucionarios- han competido por la mejor fórmula para hacerlo y en lugar destacado los fundadores del Partido Acción Nacional que situaron en primer plano la defensa de nuestra soberanía. Soberanía que es palabra vieja pero que aun sirve como parteaguas entre quienes creen que tenemos un destino nacional y quienes, con candor de colonizados o con cinismo de oportunistas, sostienen que el proceso de globalización ha borrado las fronteras nacionales.

Fueron otros tiempos y otros Gómez. En la actualidad el gobierno panista ha renunciado a su herencia institucional y a su propia herencia doctrinaria en materia de política exterior para entregarse a un burdo pragmatismo gerencial.

La vieja política de relaciones exteriores que nos hizo merecedores del respeto de la comunidad internacional constituye ahora un simple recuerdo de épocas mejores y ahora hemos ingresado al numeroso anonimato de los países que se alinean, de manera casi automática, con la política del Departamento de Estado. Para no equivocarse, para no suscitar la molestia o la cólera del gigante, para obtener un buen lugar en el concurso de lealtades frente a la metrópoli, como diría Elio Jaguaribe.

La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte hace una década ha generado una prolongada crisis de identidad geopolítica. Al negarnos como latinoamericanos, dejamos de ser la frontera entre el norte desarrollado y el sur subdesarrollado, de pertenecer a Mesoamérica o a Centroamérica para convertirnos en el suburbio pobre de la nación más opulenta y poderosa del planeta.

Pérdida de la autoestima y miedo a la libertad es el precio que pagamos por pertenecer al club más exclusivo del mundo. Club donde fuimos inscritos a regañadientes y donde nos reservaron el cuarto de servicio, como se ha vuelto evidente después del ataque a las Torres Gemelas y de la Guerra de Irak.

El caso es que hemos perdido rumbo, autoridad y peso en el escenario internacional debido a los titubeos, contradicciones e incoherencias de nuestra política exterior. Nos quedamos sin los amigos de siempre y no desaprovechamos oportunidad para agraviar a los pocos que nos quedan.

De las diez naciones latinoamericanas que integran la Comisión de Derechos Humanos únicamente votaron con nosotros Costa Rica, Guatemala y Honduras en tanto que Argentina, Brasil, República Dominicana, Ecuador, Paraguay y Perú votaron por la abstención. Sin mayores complicaciones, México pudo haber hecho otro tanto pero prefirió sumarse mansamente al grupo de incondicionales de Washington.

Fue una decisión que no aporta ninguna ventaja al país incluso si el voto en Ginebra abriera el camino del canciller Derbez a la Secretaría General de la OEA pues, en tal caso, dejaría de ser representante de un Estado para convertirse en un funcionario internacional.

Por eso resulta irrelevante que el voto haya sido decidido en consulta o negociación con el Departamento de Estado. Más grave sería que fuera un voto de rutina, el voto modesto pero seguro de un partiquino.

Nuestra participación en este espectáculo es lamentable y el espectáculo en si mismo es lamentable. En el foro ginebrino todo mundo acusa a todo mundo de violar los derechos humanos pero los estados poderosos tienen más culpas y más impunidades. Es el caso arquetípico de Estados Unidos que este año llegó al Palacio de las Naciones llevando a cuestas una guerra ilegal, cientos de miles de muertos y varios y acreditados centros de tortura. También llevaba, en una verdadera apoteosis de cinismo, el proyecto de resolución contra Cuba.

Aprobamos este documento que nos desprestigia y que aumenta la distancia que nos separa de América Latina. Ganamos, en cambio y por poco tiempo, espero, formar parte de los amigos de Godzila, asociación que se especializa en acompañarlo en sus correrías internacionales.

 
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