Usted está aquí: jueves 21 de abril de 2005 Opinión Izquierda y economía social de mercado

Orlando Delgado Selley

Izquierda y economía social de mercado

Hace poco más de un mes, durante la Convención Bancaria, los banqueros advirtieron que no temían a un presidente izquierdista. Hace dos semanas la Cámara de Diputados votó a favor del desafuero de López Obrador. Ese día, el propio Andrés Manuel López Obrador informó de la reunión de algunos de los grandes capitalistas mexicanos, entre ellos por supuesto banqueros, con Vicente Fox para acordar que se impidiera su llegada a la contienda de 2006. Hace una semana banqueros y otros poderosos se reunieron con Cuauhtémoc Cárdenas. Para ellos, Cárdenas debe ser el candidato de la izquierda. Argumentan su madurez y reiteran que su planteo reconoce la pertinencia de seguir construyendo "una economía de mercado con responsabilidad social".

Esta economía social de mercado es el lema del moderno liberalismo económico. Equivale a lo que plantearon los primeros liberales en 1830: laissez-faire, mercado libre de la mano de obra y el patrón oro. Desde entonces se trataba de un credo militante que exigía aplicación integral y que era insensible a los impactos sociales. Su viabilidad dependía de que el Estado lo impusiera. Nunca fue resultado del funcionamiento libre. No tenía nada de natural. En poco tiempo esta concepción fue abandonada por los gobernantes.

Casi 100 años después, en la década de los 20 del siglo pasado, renació de sus cenizas y alcanzó prestigio intelectual. La crisis de 1929 obligó a "romper el sistema teológico de los axiomas ortodoxos" (Joan Robinson). Tras esa ruptura el mundo vivió una etapa de prosperidad sin precedentes. Luego de la crisis del Estado de Bienestar, en 1973, la "minoría de los teólogos ultraliberales" (Eric Hobsbawm), renació con una novedad: tomaron verdaderamente el poder. Conquistaron las mentes de quienes gobiernan el imperio y se convirtieron en una nueva ortodoxia. Su arma más eficaz ha sido la doctrina promovida por el FMI y el Banco Mundial. De su aceptación ha dependido contar con los recursos que esos organismos proveen y recibir su aval para tener acceso al mercado voluntario de capitales. Como hace dos siglos, para los nuevos liberales no ha sido relevante el costo social de los programas de "liberación" de los mercados de mano de obra, mercancías, servicios y capitales.

Para paliar el olvido de los impactos sociales, por lo menos en el discurso, se ha introducido una terminología que agrega la responsabilidad social: el imperio del funcionamiento de los mercados libres, pero atendiendo ciertos reclamos de los más desprotegidos. Atención basada en medidas asistenciales que no se ocupan de lo central: construir una sociedad justa, en la que todos no sólo tengan las mismas oportunidades, sino que se corrijan los resultados que serán, sin duda, desiguales. Así que la economía de mercado con responsabilidad social es economía de mercado con pocos ganadores y muchos perdedores.

El planteo programático de la izquierda no puede hacerse respetando un funcionamiento de los mercados que produce desigualdad. La actuación del Estado tiene que cumplir con el reclamo de los pobladores. Esa es su responsabilidad social. Atender los déficit que ha generado el liberalismo en los diversos ámbitos sociales: en educación, vivienda, salud. A ello tienen que dedicarse recursos que serán aportados por los causantes. Cumplir con esta tarea prioritaria lleva necesariamente a una propuesta de política diferente de la que gobierna el mundo. Demanda un pacto entre los diferentes actores sociales que establezca compromisos de cada una de las partes y, por supuesto, el reparto acordado de los beneficios que se generen. No es el programa neoliberal con matices sociales. Es un planteo alternativo. Para ciertos sectores empresariales es razonable y puede apoyarse. Para otros, en cambio, es inadmisible y debe evitarse a toda costa.

El asunto es simple: la democracia es aceptable, si ellos deciden quienes compiten. Es la versión porfirista de la democracia. Por eso quieren que compita por la izquierda alguien con escasas posibilidades de éxito. Limitan su participación al respeto a las reglas del nuevo liberalismo. La historia de la izquierda es la de su enfrentamiento con los poderosos. Nunca ha dependido de que éstos le acepten para poder luchar. En la lucha electoral siempre ha tenido como adversarios a la gran burguesía nacional y extranjera y a sus partidos políticos. Pese a ello ha conquistado espacios y ha abierto, como dijo Salvador Allende, amplias avenidas para todos los ciudadanos. Justo eso es lo que intentan cerrar. No lo lograrán.

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