Usted está aquí: jueves 21 de abril de 2005 Cultura Bobby McFerrin rememoró la luz del camino que traza un espíritu puro

Hizo de sus invenciones espontáneas un juego de abalorios en el Teatro de la Ciudad

Bobby McFerrin rememoró la luz del camino que traza un espíritu puro

Ofreció un compendio de filosofía entera en su debut mexicano

Se cumplió un sueño luego de acariciar por décadas su vasta producción musical plasmada en discos y videos

PABLO ESPINOSA

Invenciones espontáneas: actos creativos de originalidad prístina, desplantes de la imaginación, entes sonoros desplegados virginales, creaciones verdaderamente inéditas.

Espontáneo: emerger de manera natural, sin causa externa sino de manera instintiva, con el mismo gesto con el que una flor estalla de su tallo; originalidad no estudiada, llena de gracia.

Ese es el punto de partida, la piedra de toque, el secreto alquímico y filosofal del cual nacen el estilo y la idea de Bobby McFerrin. De las definiciones literales, literarias, de las palabras ''invenciones" y ''espontáneas" tal como aparecen en un diccionario del idioma inglés que como Borges se vuelve un lexicón universal.

Tal es el epígrafe de los recitales de las Espontaneous Inventions, las Invenciones Espontáneas de uno de los más poderosos creadores de arte puro de todos los tiempos: Bobby McFerrin, ese Wolfgang Amadeus Mozart redivivo.

Música y espíritu

Un recital de invenciones espontáneas del Arcángel McFerrin es un compendio entero de la filosofía completa de Platón, sus diálogos con Fedro, su definición mejor de la Belleza.

Eso fue lo que expandió Bobby McFerrin la noche del martes 19 de abril de 2005 en el Teatro de la Ciudad, en su debut mexicano, en su cumplirnos un sueño luego de que nos ha hecho acariciar su música durante décadas mediante el tesoro vasto de su discografía y de sus videos.

La noche del martes, Bobby McFerrin nos ofició su ceremonia secreta de purificación: nos dijo sin palabras, nos enseñó a cantar cantando: todos los fenómenos de la existencia tienen a la mente como precursora, como dirigente suprema, y están hechos de esa misma mente. Si uno habla o actúa con una mente pura, la felicidad le seguirá como una sombra y nunca le abandonará.

La noche del martes Bobby McFerrin nos recordó la luz del camino que traza un espíritu puro: la felicidad, la dicha dicha con música, sin palabras, con variaciones espontáneas. Tal cual es la vida.

La noche del martes Bobby McFerrin nos recordó que la música cura, purifica, eleva, exalta, nos hace mejores personas. Nos hizo recordar también que la música es un juego en el más estricto sentido de la palabra. Música y espíritu. Spiritus ludus.

La noche del martes, en el punto más elevado e insuperable del Festival de México en el Centro Histórico, la Grulla Negra, como bien lo definió Angel Vargas en estas páginas, desplegó su vuelo y desató su canto y desplegó su encanto con el aroma inconfundible de la belleza en estado puro, prístino, virginal, alfa y omega.

Desde las 20:47, alfa, hasta las 22:36, omega, el señor McFerrin dibujó con sonidos nacidos de su mente en estado puro el proceso entero en el que nace la orquídea más hermosa: he aquí el tallo, alfa, he aquí el capullo y el alma liberada que se convierte en tersas hojas de colores tenues avivados por la belleza. He aquí la orquídea que ha nacido. Omega.

A las 20 con 47 aparece en la penumbra una figura oscura coronada por trencitas. Playera azul, pantalones de mezclilla, un micrófono y todo el poder espontáneo de las invenciones en su mente y en sus órganos fonéticos. La ceremonia da comienzo.

Vocaliza. Empieza a construir el tallo. Amplifica la voz en su típico gesto de diapasón o de mástil de contrabajo alargando el brazo izquierdo, mientras una mano golpea con gentileza el pecho. Gutura, medita con vocales suaves, ninguna consonante altisonante, gime y canta. Ahora une a su voz otros cuatro instrumentos percusivos: los dedos de su mano derecha percuten la base del micrófono como si tuviera válvulas de corno, pistones de trompeta, digitaciones de metal. Los otros tres instrumentos son: su mano que golpea su pecho y sus pies que preparan la tierra en acompasado diapasón. La flor ya tiene lecho. La orquídea está en el trance de convertirse en hecho. Los versos finales de Johann Wolfgang von Goethe invocan al espíritu creador: Licht! Mehr Licht!

Luz, más luz, y la luz se hace en haces vocales con las eses percutidas en silbidos primigenios. El suelo bajo sus pies (Rushdie citado por Bono) se cimbra con la brisa de una melopea que en su garganta se convierte de inmediato en un adagio de Mozart.

Tenía que ser Mozart y no otro el primero en aparecer en escena. Luego vendría el viejo Bach, el viejo sabio Bach y su música que cura inclusive la locura. De las incontables variaciones espontáneas de McFerrin nacerán después muchas orquídeas.

Dulces acertijos: McFerrin entabla varias líneas melódicas simultáneas pero no es el canto armónico tibetano lo que hace. McFerrin embona nota contra nota, canto contra canto, punto contra punto pero lo suyo no es el contrapunto. McFerrin quiebra ritmos, tuerce síncopas, glosa arpegios pero lo suyo no es el jazz. McFerin cita a Bach, a Gounod, a Faure y a todos los ángeles pero lo suyo no es necesariamente el arte enciclopédico.

Aparición del trío inglés Triology

McFerrin canta y encarna entonces el aserto de Lezama Lima: ¡ah tú que escapas en el momento de tu mejor definición!

Engarza una tras otra sus invenciones espontáneas como un juego de abalorios que se convierten de inmediato en gemas, diamantes y rubíes con el rubor exacto de los amaneceres que pintaba con palabras Homero, ese ciego que cantaba con poesía las églogas.

Brujo ancestral que trajo de Africa la música que cura, cambia de inmediato a soprano y tenor que entablan un diálogo amoroso, un aria exquisita y turgente de la ópera Don Giovanni mozartiana.

Antes de citar de nuevo a Bach, McFerrin se despacha con un blues clásico: Sweet Home Chicago y luego despliega toda la fuerza de Los Bíceps, ese blusecito gentil de Harrison que tiene alas y se llama Blackbird cantando cuando muere la noche: Blackbird singing in the dead of night / take this broken wings and learn to fly/ all your life/ you were only waiting for this moment to arise: y vuelve a conjugar entonces su definición de lexicón borgiano: spontaneous: arise naturally.

A las 21 con 36 McFerrin pide un res-piro y llegan a la escena los integrantes de ese prodigio inglés que es el nada triste trío Triology, con su chelista (Tristan Schulze) de los pies descalzos y su camiseta con el Che Guevara y su violinista (Daisy Jopling) de piernas abiertas sin calzones, libre como el viento, natural, y su violinista principal (el ruso Aleksey Igudesman) vestido como visten los maestros del Kronos Quartet y con creatividad libérrima semejante en poderío.

Mientras Triology juguetea con Bee-thoven y el chelista en plena Quinta Sinfonía juguetea con el aria inicial de la Primera Suite para Chelo Solo de Bach y el público se mece en el paraíso de la melomanía, McFerrin juega con las palabras y mezcla el nombre de Ludwig von James Brown con el de El Señor Café Beethoven: ''sospecho que esta música que acaban ustedes de ejecutar la escribió James Brown ¿no es cierto?" y se sueltan el pelo todos con la clásica de clásicas Me Siento A Toda Madre (I feel good, de Brown) de la misma manera que terminará su concierto McFerrin, a las 22 con 36 del martes, cantando con todos unos versos aplicables esa noche a la entera concurrencia: "me suceden puras cosas lindas en la vida".

En la cúspide del arcoiris

Algo hermoso sucedió a todos quienes nos elevamos desde las butacas la noche del martes en el Teatro de la Ciudad: Bobby McFerrin invitó a todos los ángeles al escenario cuando vocalizó un aire caldo, un suspiro espiritual de la Tercera Suite de Orquesta de Johann Sebastian Bach; hizo cantar al butaquerío entero páginas completas de Franz Peter Schubert mientras sostenía en lo alto el basso continuo y profundo; se subió a la cúspide del arcoiris cuando cantó Over the Rainbow al igual que Dios, es decir Eric Clapton, lo hizo cuando también visitó por vez primera México; cantó canciones filosóficas pero sin pretensiones: Simple pleasures con sus versos: los placeres sencillos son los mejores; cantó también la Armando's Rumba, esa pieza clásica que hizo con su compadre Chick Corea y volvió a acariciar la cabellera de Mozart con otro de sus adagios más sublimes y llenó de orquídeas los corazones de todos los mortales con el concierto más hermoso de la vida y así como llegó, sonriente y lleno de luz, se fue. Cantando.

Desde entonces el mundo, preñado así de orquídeas, se volvió más bello. Desde entonces las orquídeas cantan en coro con McFerrin, ese ángel negro que vive entre nosotros en esta tierra nuestra.

Y desde entonces el mundo es todavía más bello que como ya lo era.

 
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