Usted está aquí: martes 19 de abril de 2005 Opinión ¿De Juan Pablo II a Terminator I?

Pedro Miguel

¿De Juan Pablo II a Terminator I?

Me tomó un tiempo encontrar a qué recuerdos me remitía el discurso sacramental del cardenal Joseph Ratzinger -porque lo suyo no fue homilía- en el arranque del cónclave romano, hasta que recordé el oscuro martes de octubre de 2003 en que Arnold Schwarzenegger resultó electo gobernador de California. Y se me desató un escalofrío al ver a las cadenas noticiosas solazarse con las grandes posibilidades de ese aspirante a sentarse en el Trono de Pedro y a convertirlo en el asiento de un tanque de guerra dirigido contra las "modas" del mundo: el marxismo, el liberalismo, el libertinaje, el colectivismo, el individualismo radical, el ateísmo, el misticismo, el agnosticismo y el sincretismo. A Ratzinger le faltaron en su enumeración el terrorismo y el narcotráfico para que quedara meridianamente claro que él y sus secuaces van con todo contra un Eje, o más bien un polígono, del Mal.

He recordado también que fue precisamente el prefecto para la Congregación de la Doctrina y la Fe quien condenó a Leonardo Boff a un año de silencio, y que fue también Ratzinger el que validó con su firma un documento extraño, Dominus Iesus, en el que se establece el orden en que Dios otorgará la salvación celestial a los practicantes de distintas religiones empezando, por cierto, por los católicos romanos.

No pasa inadvertido que la misa Pro Eligendo Papa fue convertida por el decano del colegio cardenalicio en la expresión de una plataforma política del sector eclesiástico que, tras su abominación manifiesta de todo relativismo, ha de reconocerse a sí mismo como absolutista.

Da la impresión que, si el Espíritu Santo no se apersona a tiempo en la Capilla Sixtina, y si los purpurados se van de boca y eligen a Ratzinger o a uno de los suyos como nuevo pontífice, Juan Pablo II quedará, por contraste con su sucesor, como un Papa permisivo y liberal. Porque si el cruzado alemán sale de este cónclave convertido en nuevo jefe máximo, la Iglesia va a encontrarse sometida a un gobierno intolerante, oscurantista y autoritario que no tendrá ni siquiera el atenuante del carisma que caracterizó a Karol Wojtyla.

A primera vista pareciera que la jerarquía eclesiástica mundial no puede tener el menor interés en elegir Papa a un hombre que siente aversión por la diversidad, la tolerancia, la modernidad y cualquier movimiento muscular imperceptible que parezca relajación de la disciplina, y a quien le ha resultado tan fácil identificar, en una enumeración sumaria, los instrumentos espirituales de Satán en el mundo contemporáneo. Y es que el programa de gobierno esbozado por monseñor Ratzinger cortaría de tajo las posibilidades de encuentro con, por ejemplo, y siguiendo el orden establecido por el declarante, marxistas, liberales, libertinos, colectivistas, individualistas, ateos, místicos, agnósticos y sincréticos. El poder definitorio de la lista puede incluir casi cualquier cosa, desde la A de animistas hasta la Z de zoroastrianos, y reduce el universo posible del trabajo pastoral a unos cuantos conventos montañeses libres de ideas exóticas. Semejante exclusión no puede aportar ningún beneficio visible a la Iglesia Católica, piensa uno. Pero lo malo de los pronósticos disparatados es que a veces se cumplen, y ahí esta George Walker, en su segundo periodo presidencial, causando vastos perjuicios a su país y a muchos otros.

Si el humo blanco va a salir cargado de las fobias, el sectarismo y el fundamentalismo manifestados por Ratzinger, El Vaticano y sus representantes tendrán que decir adiós al ecumenismo, la reforma y la apertura a las realidades del siglo XXI. Y tendrán que despedirse, también, de muchos de sus fieles.

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