Usted está aquí: martes 19 de abril de 2005 Política Apuntes sobre el empresariado

Marco Rascón

Apuntes sobre el empresariado

Clave en todo proyecto de nación hacia el futuro, el empresariado mexicano (lo que aún ha sobrevivido como tal) ha sido objeto de disputa, debido a su influencia directa en los procesos electorales y como sector determinante en las políticas sexenales.

El empresariado como sector que concentra la mayor parte de la riqueza generada ha tenido en el sistema político mexicano no sólo alta representación, sino una tradicional sobrerrepresentación política, y por conducto de sus representaciones formales, Coparmex, Conca-min, Concanaco y Canacintra, más la gran cúpula del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, ha sido un sector presente en las decisiones centrales de la política económica, financiera y fiscal.

Con el rumbo que marcaron las políticas neoliberales, el empresariado cupular en todas sus expresiones nacionales y regionales, pese a haber sido beneficiario de las políticas estatistas de subsidios, crédito y apoyo a sus quebrantos financieros, buscó desde 1973 la autorrepresentación política y su "autonomía" con respecto al sistema corporativo tradicional, representado por el PRI como partido de Estado.

De 1983 a 1986 este empresariado industrial y bancario realizó sus primeros ensayos en Chihuahua a través del PAN, demostrando el significado de su fuerza y ampliando, por tanto, sus márgenes de negociación con el régimen central. A este nuevo esquema político y económico se le atravesó el neocardenismo en 1988 y el salto que dio una izquierda que estaba sumergida en el gradualismo para transformarse en fuerza política ineludible con capacidad de disputa.

Con tendencia hacia el centro, la izquierda electoral, representada en el PRD, buscó desde 1994 el acercamiento con ese sector, luego de que todos los empresarios habían pasado por el gran cernidor del Tratado de Libre Comercio (TLC) con las implicaciones que trajo consigo: debilitamiento del mercado interno, desregulaciones y vaivenes en el sistema financiero.

No obstante, los empresarios siguieron apoyando las políticas conservadoras, con pésimos resultados.

Estos acercamientos de la izquierda con el empresariado tuvieron altibajos en función de las coyunturas y no se verían reflejados hasta que empezó a privilegiar las postulaciones de candidatos "empresarios" en las elecciones.

Posteriormente, en especial a partir de 1997, los gobiernos perredistas en el Distrito Federal contribuyeron a hacer más fluida la relación, pasando por los acercamientos recientes con Carlos Slim -ligado de origen al salinismo-, las empresas de la construcción, los empresarios de los medios de comunicación y la jerarquía de la Iglesia católica, presentados recientemente y en varias ocasiones como legitimadores de la obra pública y de gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

El PRI ha tenido fracturas con el empresariado, tan es así que el núcleo neoliberal se escindió en 1994. Por un lado, Carlos Salinas y su nuevo empresariado, beneficiario de las privatizaciones con estructuras adecuadas al TLC en lo comercial, industrial y financiero, y por el otro Ernesto Zedillo como representante de los organismos financieros internacionales, promoviendo no al empresariado nacional, sino a un gerenciado al servicio de trasnacionales que requería una transición política a modo, no en favor de los intereses del país, sino de una integración favorable a las importaciones asiáticas que benefician centralmente al comercio estadunidense. El PAN y Fox fueron los beneficiarios del proyecto del segundo.

Pareciera que el péndulo viene de regreso y que las cúpulas empresariales vuelven a tener un reflejo nacionalista ante la incertidumbre de que el esquema de apertura ha degradado no nada más el margen de los negocios en México, sino que exacerba las diferencias. Este empresariado actual, poco proclive a pensar en términos de políticas sociales, empieza a buscar otras posibilidades que no contribuyan a la polarización, pues el peligro no radica únicamente en la desestabilización, sino en la inminente paralización económica y de las decisiones. En esta coyuntura, la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas en el debate empresarial tiene un sentido fundamental para la izquierda: integrar una nueva mayoría basada en un avance democrático, que integre un aspecto central para el desarrollo económico nacional: el valor del trabajo.

En un proyecto de nación como el que propone Cárdenas, lo fundamental sería trazar hacia futuro el compromiso sobre el aumento del poder adquisitivo real de los salarios en relación con los precios, así como una política fiscal que contribuya al cumplimiento. Revertir las políticas de la inversión especulativa por inversión productiva y proteger todas las ramas actual y potencialmente competitivas. Colocar los intereses del país en primerísimo lugar y volver los ojos al sur latinoamericano. Para eso se requiere una visión que esté por encima de la polarización sin contenido y las alianzas vergonzantes y que vea hacia una nueva mayoría que integre a los mexicanos, como propone Cuauhtémoc Cárdenas desde la izquierda.

 
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