La Jornada Semanal,   domingo 10 de abril  de 2005        núm. 527
 
Ricardo Guzmán Wolffer
entrevista con Armando Vega Gil

El rock y el humor

Entre los Botellos de Jerez, leyendas vivas de la precaria constelación roquera nacional, hay uno que se caracteriza por la despiadada manera de engullir cuanta vianda se le cruza: el tal Guacarrócker Armando. Me fue fácil toparlo en su casi natal Narvarte, simplemente siguiendo el olor de las fritangas. Así llegué a una marisquería con tambora, perro ladrador, tostadas de márlin y caldo de caguamanta. Ahí estaba el artista en comento, peleándose con unas enfermeras por una mesa para pedir tacos de Presidente a las brasas.

-¿En el rock debe haber humor?

—Debería, pero no, es excepcional. Los rocanroleros se sienten muy serios, muy solemnes, para ellos está en juego su imagen pública. Y eso que son muy guarros y bien pandrosos y léperos, pero no les interesa hacer reír a la gente. Los que hacen eso son pocos, apenas podrías contarlos con los dedos de las patas.

—¿A ti te interesa hacer reír a la gente o tú te ríes de la gente?

—A mí me late hacerlos reír. Es mi medio más natural. Para mí es fácil hacer reír a la gente; hacer que se prenda es difícil; hacer que llore es lo más difícil. He descubierto ciertos gags que, extrañamente, siempre hacen reír.

—¿Por ejemplo?

—Si estoy presentando algo, les echo un rollazo y luego digo "y ya". Eso, no sé porque, siempre hace reír a la banda. "Y ya." Y fíjate que a veces la canción en sí misma no provoca esa risa, pero cuando estoy tocando, entre una rola y otra, hago esqueches estilo Tin Tan y su Carnal Marcelo, y se desata la comedia. Tin-tan y su Carnal son una de mis constantes espirituales, desde Botella, Palomazo y hasta con los muy venerables Nakos. Lo que sucede entre una rola y otra es muy importante.

—Una cosa es la actuación en público y otra que el espectador se ría de las canciones mismas. Son dos momentos distintos de hacer reír.

—Un amigo decía que escuchar los discos de Botellita de Jerez es como masturbarse viendo un libro de biología de secundaria, con las láminas de las disecciones anatómicas femeniles. Para él lo más importante era el ritual de las presentaciones en vivo. Sí, son dos momentos con su respectivo valor. La riqueza absoluta del rock está en escena.

—¿Entonces, si no es en vivo, nomás no es rocanrol?

—En el caso de Botellita así era. Hay quien escucha las canciones para recordar los sucesos en los escenarios. Así se escucha en otros países y en lugares donde nunca tocamos, pero no es lo mismo. Supongo que puede vivirse y sobrevivirse así, asimiladamente.

—A mí me pasó. Me gustaba oír los primeros discos.

—¿Y te reías?

—Pues no. No me reía como en tus presentaciones. Es claro que hay una intención de hacer reír en los grupos donde has tocado.

—Hay los que le tiran a que el público baile, a ritmo de slam. Se sienten los diáconos intocables del rock en plena homilía. O quieren llevar al público a los rumbos de éxtasis. Son románticos, y eso que le tocan a sectores muy punks de la sociedad.

—¿Hay los que buscan una introspección social?

—Ahora casi no. Antes estaban los Transmetal, el Vox Populi, Masacre 68. Había un poco-como-que-de-grito-rebelde más bien encabronado. Y ni se diga del Rockdrigo y sus broncas urbanas. Él era un humorista nato, pero balanceaba su creatividad con una vena trágica. En lo humorístico era notable. Y en público era sensacional: improvisaba, cambiaba las letras de sus canciones. Era un evento extrañísimo verlo. Ya no se da eso en la actualidad. Por otro lado tenemos a Jaime López; su sentido del humor es una cuchilla bien afilada. O el mismísimo Mastuerzo y su antisolemnidad que es una patada frontal en los güevos.

—¿Hay una frontera voluntariamente invisible entre el roquero y el teatrero?

—Últimamente el rock es una puesta en escena; incluso en los grupos más elementales, cuando hay cuatro pelados, sumidos en su elementalidad. En Botella nos poníamos penachos y dedicábamos las rolas a los dioses prehispánicos que reinventábamos. Hay un atisbo performático en los toquines de rock. Según el ambiente, la gente se mete al viaje de los espectáculos. Por ejemplo, en las tocadas del Tianguis del Chopo la gente se clava chido y desmadrosamente en tu discurso.

—¿Cuál es la diferencia esencial entre el humor roquero y el de otra índole, literario, dramatúrgico, cinematográfico?

—Detrás hay mucha historia. En las carpas y sus esqueches se usaba la música como cierre de esos tiros de humor costumbrista. En el rock hay mucho desparpajo, es más violento, harta autohumillación, lenguaje soez, pero no es tan prepotente, petulante ni misógino, como el de esos comediantes chafas de televisión. El roquero busca la autoparodia, la sátira propia. Tiene que ver con la propia vulnerabilidad del músico. En lo personal solía ponerme casi encuerado frente al público y enfrentarlo.

—¿El Palomazo es la última frontera del humor político rocanrolero?

—No creo, estamos retomando la historia. Hay grupos como los Nakos, que van a donde ya hay una ideología viva, a revivir el caldo de cultivo. Los Nakos radicalizan una postura social y política previa, real. En esa radicalización es donde está su sentido del humor. Para el Palomazo el humor es un medio para ridiculizar a los políticos. Aunque no les lleguen nuestros escupitajos. Nosotros, en el Palomazo, somos anarquistas. No vamos sólo contra un grupo o un partido. Les damos de pastelazos a quienes creemos que lo merecen. Como en Europa. Le ponemos bigotes o el diente picado al póster del político en turno.

—Con razón son tan destacados: tú y los del Palomazo son europeos, al menos conceptuales. ¿Hay una necesidad social de humor?

—Sí. La tendencia en México, en los medios, es el amarillismo. Quieren que seamos como el mass media gringo, quieren espantar a la gente. En Tláhuac el mensaje era para espantar a la gente y aprovechar el aventón para acabar con los políticos incómodos. En fin, que aparezca el humor sirve para equilibrar la tragedia.

—Los roqueros, a través del humor, ¿reivindican posturas?

—Es otro asunto. El rock se ha vendido como una cosa rebelde, una liberación de los jóvenes, en general. Olvídate de los marginados. Venden el rock como eso, como rebeldía. Es una marca más. Lo que importa es que el roquero sea "rebelde", que su choro contenga algún tipo de invitación a la liberación, ya sea sexual, de lenguaje, de ropa, de comida. Lo que supuestamente se espera del rock es que sea desmadroso, esto es, que sea insolente, que no crea en la moral y las buenas costumbres, la civilidad, pero en abstracto, sin nombres ni posturas militantes. Así, cuando le das a tu rollo un toque político y nombras personajes vivos, esa rebeldía edulcorada se vuelve un arma crítica, al menos de humillación contra los políticos. O de las costumbres y normas imperantes, como la del "no al uso del condón" o sobre las asesinadas en Juárez.

—¿Y el humor roquero antirreligioso?

—En el Palomazo hicimos una canción sobre el padre Maciel, pero con mucho respeto nos pidieron que no pusiéramos el nombre del prelado. Así que le pusimos "el cura aquél". Todos sabían de quién se trataba. Pero en el Canal 40 se sentían incómodos. Era muy extraño no poder hablar al chile de alguien vivo y tan poderoso, capaz de casi acabar con un canal de televisión.

—¿Los jóvenes gustan del humor político-rocanrolero?

—Entre los chavos hay una desilusión acerca de la política. No creen en ella. Cuando en un concierto escuchan algo de política, el resultado es extraño. Si ridiculizas al máximo a personajes o al sistema, siempre es bienvenido entre aquellos que detestan la cochambre del mundo en que viven. Así que no es que estemos politizando en los toquines, pero hay una buena recepción que completa nuestra tarea de crítica destructiva.

—¿Tus canciones son como himnos de una ong o de un pseudopartido político? Digo, si los que tenemos son partidos políticos. ¿Ustedes politizan de alguna manera?

—No es así. El efecto es circunstancial. No creo que luego de un concierto donde te burlas del presidente, les dé una postura política acerca de las políticas del preciso, su partido o su señora esposa.

—Si fuera un día antes de las elecciones, probablemente no votarían por el delfín del presidente o por su partido.

—Ultimadamente que sea lo que sea, mientras no voten por Martita. No nos explicamos por qué ella lleva la rienda del país sin que nadie votara por ella. En fin, no es que seamos mesiánicos ni profetas en nuestra propia tierra, sólo somos una voz que flota en el ambiente, digamos en las pláticas de cantina o en la cola de las tortillas.

—¿Son los bufones del rey interior de todos?

—Sólo somos los alegres bufones del rebelde que todos llevamos dentro.