La Jornada Semanal,   domingo 10 de abril  de 2005        núm. 527
 
   LAS RAYAS DE LA CEBRA   

VERÓNICA MURGUIA

DUDO, LUEGO… ¿QUÉ?

Habemos algunos que vivimos hechos bolas, dudando de todo. Es un incordio que otorga a la vida un ritmo tartamudo, y hasta donde voy, no se quita ni con voluntad, ni con paciencia. Es más, parece que empeora con los años.

Es muy molesto ser una persona dubitativa porque todo el mundo cree que lo que pasa es que: 1) no oí bien, 2) sí oí, no presté atención o que 3), soy una mensa.

No lo niego: a veces no escucho y vivo en Babia, pero me ha ocurrido que prestando toda la atención de la que soy capaz a ciertos temas, siento de forma casi física cómo tropiezo con una suerte de barrera que me obliga a considerar otras posibilidades. De eso me di cuenta por primera vez en quinto año, cuando en clase de aritmética, ante el misterio de los quebrados, confesé que no asuntaba.

—¿Qué parte no entiendes? — me preguntó la madre Nieves, la monja que nos enseñaba.

— Pues todas las partes —contesté, demostrando que de verdad no me daba la sesera. ¿Cómo un número "normal" se podía convertir así en tanta cosa?

— ¿No hay otra forma de partirlos? —pregunté, pensando en los números como pasteles de diferente tamaño.

La monja se colocó frente a mi escritorio y repitió la primera explicación, pero lentamente y mirándome a los ojos. Sudé. El triste resultado fue que hasta hoy no puedo hacer un quebrado. Así, mi vida en la escuela, ad nauseam.

Me fascina la estudiada vacilación que afectan los ingleses; el "creo", "no debería", "tal vez", "un poco", la calculada mesura, la prudencia en sus afirmaciones… pero hablo español. Y ya lo escribió Borges una vez, los españoles "hablan en voz más alta, eso sí y con el aplomo de quienes ignoran la duda".

El español mexicano, con todo y su circunspección, es mucho más contundente que el inglés de los británicos.

Pero sé que no estoy sola, aunque muchos disimulen: dudar es algo muy de este país. Dudar, suponer, barruntar y ya más cerca del pesimismo, recelar, sospechar, maliciar. Somos gente acostumbrada a hacer cola para llenar el tanque de gasolina cuando el gobierno afirma que el precio del petróleo es estable; a cambiar a dólares nuestros ahorros (los que los tienen) cuando se nos dice que no habrá devaluación. Y casi siempre tenemos razón.

No es una postura filosófica, ni —ya quisiéramos—, mayéutica. Somos dubitativos porque los faroleros nos han dicho muchas mentiras.

El dudo, luego existo me es mucho más cercano que otras sentencias, pero más que un vacilar ante formulaciones especulativas, mi duda se parece más a una textura espiritual, una mezcla de asombro y desaliento. No es sólo intelectual, es física también, y a veces, emotiva. Tomo las cosas, las manoseo y las suelto; camino rápido y luego lentamente, tropezando con todas las piedras. Hablo velozmente, pero balbuceo al principio de las frases. Si voy con alguien por la calle, suelo tropezarme con él, aunque vaya a mi lado, hazaña que sólo me explico por el barroquismo de mi torpeza y porque voy preguntándome si ese es el mejor camino.

De hecho, mi naturaleza confusa es hasta tal punto un rasgo determinante en mi personalidad, que si tuviera un lema en la vida o si me preguntaran qué debería decir en mi lápida, yo respondería: cada día más perpleja. Carece de elegancia, pero lo que le falta de estilo lo compensa con franqueza y precisión.

Dice Borges, de nuevo "…miro los ambiciosos y quisiera/ entenderlos./Su día es ávido como el lazo en el aire."

Por más que quiero entender a los decididos, a los que no se detienen a pensar en las otras consecuencias, no puedo. Los observo, van derecho y no se quitan. Yo voy, como dije, escudriñando en derredor como un perro de la pradera, esos animalitos que otean el horizonte cada cinco minutos por si viene el halcón, aunque vivan en el Zoológico.

Pero trato de que la duda no me paralice, pues cuento con algunas, escasas, verdades a prueba de todo. Cada año que pasa me refrenda cuáles son. Todo el mundo sabe.

Y hace unos días, un alma piadosa me leyó el poema de Brecht, "Loa de la duda". Dice: "Son los irreflexivos los que nunca dudan./ Su digestión es espléndida, su juicio infalible./ No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos./ Si llega el caso,/ son los hechos los que tienen que creer en ellos…"

Brecht me reconfortó. Como suele pasar con la poesía, mucho se aclara. Y me encantó lo de la digestión (la mía es atroz).

Pero me queda una duda: si las elecciones fueran mañana, y el elenco fuera el de hoy… ¿votaría?