Jornada Semanal,    domingo 10 de abril  de 2005        núm. 527

 
        A LÁPIZ        

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

EL OFICIO ANGÉLICO (VIII Y ÚLTIMA)

El zodiaco atenuado, hecho de suaves líneas dibujadas entre los planetas y los ángeles, ya ha sido entrevisto por Jámblico y Proclo, y expuesto en obras como la Oracula chaldaica y el Corpus hermeticum, y permite establecer relaciones complejísimas entre los hombres (cada uno con su ángel guardián), las estrellas (cada una a cargo de un ángel), el Cielo místico (formado por el conjunto de la corte angélica) y cada una de las naciones, pues el pseudo Dionisio Areopagita y Clemente de Alejandría descubrieron que existe una relación secreta entre el número de los países y el de los ángeles, de manera que, por ejemplo, Miguel resultaría ser el arconte del pueblo judío (se ignora el nombre de ese corrupto arcángel, arconte mexicano). Tarot, quiromancia, cartografía, geografía y astrología judiciaria pueden hallar, así, una liberación ortodoxa en la que el mundo abigarrado de los ángeles se moviera alrededor de una armonía insondable pero precisa que no deja de tener su lado perturbador: también existiría la contraparte oscura, la de los diablos de la guarda, la de los ángeles caídos que patrocinan a las naciones y configuran la negra geografía del ultramundo, pues no debe olvidarse que la guerra celestial se prolongará hasta el fin de los tiempos, mediante escaramuzas y enfrentamientos minúsculos, cuando la victoria última y definitiva se decida, según el Apocalipsis, del lado de Dios y de los justos (aunque García Márquez sugiere una duda a través de las especulaciones del padre Antonio Isabel, en Cien años de soledad: "que probablemente el diablo había ganado la rebelión contra Dios, y que era aquél quien estaba sentado en el trono celeste, sin revelar su verdadera identidad para atrapar a los incautos").

De pronto, después del entusiasmo angelical del cristianismo primitivo, de la patrística, la escolástica y la Edad Media, el pensamiento religioso pareció ceder su ímpetu angelológico a los artistas plásticos del Renacimiento y el Barroco y, más tarde, a ciertas maneras predecadentistas del Prerrafaelismo decimonónico. Tal vez ocurrió que la Iglesia dio por totalmente definido y cerrado el caso de los espíritus puros y los dejó a la deriva de la Historia. Aparte de las obras pictóricas y escultóricas que incluyeron el tema de los ángeles, tocó a otro autor heterodoxo agregar las últimas notas acerca de esos espíritus, por lo menos en Occidente: Emanuel Swedenborg, el místico sueco del siglo xviii, quien radicó en Inglaterra y fue autor de los libros De Cœlo et Inferno (1758) y Sapientia angelica de Divina Providentia (1764). Swedenborg, quien tuvo el privilegio de conversar personalmente con los ángeles, afirmó que los espíritus de los salvados se convierten en ángeles del Señor, que dos que se han amado en la Tierra y "ascienden" al Cielo pueden solicitar el compartimiento de un solo cuerpo que contenga a los ángeles de los dos enamorados, que en el estado angélico basta con pensar a una persona para que dicha persona aparezca junto al ángel que lo llamó… Swedenborg también vio que los cielos son "nacionales": hay un cielo inglés, uno sueco, otro mexicano, etcétera, de manera que las almas no extrañen su entorno habitual después de la muerte, y lo mismo ocurre con los infiernos; asimismo, supo que los muertos no se dan cuenta de su cambio de naturaleza sino de manera gradual: los salvados se van acercando naturalmente a los ángeles hasta que se vuelven como éstos, y los condenados hacen lo mismo con los diablos. Si es cierto que los ángeles son espíritus muy simpáticos para los hombres, debe reconocerse en las visiones del místico sueco la encarnación de la fantasía humana de llegar a ser como ellos.

Después de Swedenborg, los ángeles se han quedado en el arte a través de las representaciones de Dante Gabriel Rossetti, Klee, Passolini, García Márquez o Rilke. La cultura moderna, desacralizadora de hadas y ninfas, también ha terminado por expulsar del mundo a los espíritus puros, de manera que, en su exilio, éstos apenas se dejan reconocer a través del resplandor de una piel contra la noche, en la sutil espesura de unos ojos, en toda axila de mujer (donde resuena el aleteo de un ángel) o en los secretos rescatados de la lengua de la amada… Desde ese penúltimo espacio de sacralidad moderna que es el erotismo, tal vez se pueda pensar, irreverente y amorosamente, que "los ángeles son las putas del Cielo" o, como lo dijo Rilke en las Elegías de Duino, que "todo ángel es terrible".