Usted está aquí: domingo 3 de abril de 2005 Opinión Después de marzo (Sobre la importancia del verbo diferenciar)

Rolando Cordera Campos

Después de marzo (Sobre la importancia del verbo diferenciar)

La decisión mayoritaria de la sección instructora de la Cámara de Diputados este viernes primero de abril no hará historia, pero sí pone al país al borde de situaciones que pueden hacer honor a la maldición china: "te maldigo a vivir tiempos interesantes". Lo demás, en este caso y para empezar con los diputados que descubrieron anteayer las glorias del estado de derecho, no será sino ignominia de pie de página en la triste historia judicial de México: dilación injustificada del proceso; insuficiencia de elementos para concluir un juicio político trascendente; consigna abierta para decidir en un sentido y, al final, himnos a la ley desconocida y al derecho conculcado.

No es correcto decir que lo acaecido muestra que nada ha cambiado o, peor aún, que vamos para atrás. Plantear esto no sólo es equivocado sino que puede llevar a la izquierda en general y al PRD en particular, a actuar de forma contraproducente para sus causas y perniciosa para el avance de la democracia en la que han empeñado lo mejor de sus fuerzas a lo largo de la historia moderna de México. Exigir claridad y transparencia en sus propias filas, para demandar lo propio en la de los extraños justicieros que se sueñan en un país políticamente correcto, bipartidista como manda el canon apenas aprendido en los colleges del Midwest americano, es una asignatura que la izquierda nunca puede dar por cursada porque hacerlo sería negarse a sí misma y mostrar un craso desconocimiento de la historia y de los vericuetos de la política democrática que ha ayudado a implantar en México como la forma principal de hacer política.

No ha podido la izquierda relegar a la "otra" política al desván de los trastos inútiles. Aparte de sus absurdos devaneos con "todas las formas de lucha", aceptó el corrillo y el rumor palaciegos, la insidia y la paranoia cortesana, el uso imprudente del dinero, como mecanismos "lógicos" del quehacer gubernamental y partidario, y si no celebró, sí asumió como inevitable el cortejo del poder económico de hecho, la corruptela y el chantaje como vehículos a usar con desparpajo por algunos de sus personeros, que ahora reclaman de nuevo deferencia y bienvenida en sus propios espacios.

Pero este conjunto de hechos, vergonzosos y lamentables, no han podido asimilar a la izquierda, con sus enormes taras y malsonantes reflejos y dichos, a la práctica que se quiere imponer como acción y pensamiento únicos desde una descarada perspectiva oligárquica, que nos pide identificar el privilegio con el reconocimiento a la habilidad o la destreza sinuosa, o un clasismo trasnochado con una modernidad de opereta. Y es esta diferencia la que los progresistas mexicanos tienen ahora que redescubrir y valorar, antes de que la indignación los lleve al victimismo marginal y éste a la resignación "hasta que la historia nos haga justicia".

Quienes ahora celebran la decisión de la sección instructora tienen unos días para meditar si vale la pena festejar el desafuero que ya parece inevitable. Los que formaron filas contra el supuesto desacato de López Obrador, porque eso es hoy y será mañana, un supuesto nunca satisfactoriamente demostrado, así lo arropen los desplegados de los doctores de la ley, tendrán que preguntarse una y otra vez si lo que querían era hacer valer por primera vez el imperio de la ley en la cabeza de un gobernante desfachatado para hacer pedagogía de la antigua pero buena, "lecciones ejemplares" las llamaría un prefecto con doctorado, o si en el fondo o en la piel lo que buscaban era cerrar un capítulo para ellos indeseable de la democracia mexicana, y poner fuera de la carrera presidencial a un candidato proveniente de las "clases peligrosas" y aferrado a ellas mediante políticas y retóricas discutibles, pero no ilegítimas desde el punto de vista del código democrático que todos dicen querer instalar como forma única de gobierno y convivencia entre los mexicanos.

Los partidarios honestos y, digamos, consecuentes, del desafuero, que los hay, tendrán que aprender o recordar cómo se conjuga el verbo diferenciar. Una cosa es el compromiso rígido con el derecho y la ley, aceptable pero no necesariamente compartible en el coloquio democrático, y otra aceptar su uso para excluir y ganar la partida por adelantado, inaceptable de principio a fin desde cualquier convicción democrática. Si no lo logran, si acaban desfilando vestidos de azul, blanco y verde en el cabús de las visiones sociales y políticas más excluyentes y dispuestas a reprimir y a discriminar que hayamos podido imaginar en estos duros 20 años de tránsito a la sociedad abierta y democrática, no tendrán otra que protagonizar el corrido, no el bolero, y con "la cara llena de vergüenza regresarse de vuelta a su país", que en su caso es el país de nunca jamás.

 
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