Usted está aquí: viernes 1 de abril de 2005 Sociedad y Justicia Migrantes construyen en Tapachula un albergue en el que quizá nunca vivirán

Centroamericanos lisiados en el viaje en tren que los llevaría al sueño americano

Migrantes construyen en Tapachula un albergue en el que quizá nunca vivirán

El proyecto es financiado con recursos del Premio Nacional de Derechos Humanos y un donativo de la embajada canadiense

Estará listo en mayo y albergará a 50 personas

ALONSO URRUTIA ENVIADO

Tapachula. Chis. 31 de marzo. En medio de un platanar, a la orilla de esta ciudad, la construcción del nuevo albergue de Jesús el Buen Pastor avanza al ritmo que los recursos lo permiten. Limosnas, donativos y la mano de obra de indocumentados centroamericanos van dando forma a esta nueva casa del migrante, cuya peculiaridad es que alberga a quienes han sido lisiados en sus afanes de migrar.

Encaramado en la barda en construcción, Guillermo -hondureño de origen- endereza el castillo que apuntalará lo que habrá de ser un dormitorio. Lo hace con la paciencia y, sobre todo, al ritmo que el único brazo que tiene le permite, un brazo que ha desarrollado gran agilidad en los meses que ha tenido que asumir las funciones del otro, que le arrancó un tren.

Unos pasos adelante, Walter -otro catracho- recorta los anillos para los castillos. No puede subirse a los andamios porque sólo tiene una pierna, pero realiza otras funciones en lo que le es posible conseguir una prótesis que le permita, a sus 21 años, volver a caminar casi como lo hacía cuando llegó a México.

Aunque hondureños los dos, se conocieron en esta ciudad por su desgracia común: la mutilación de un miembro en su caída de un tren, al que los centroamericanos miran con ilusión y que otros de-testan porque les arrancó no sólo un brazo o una pierna, sino el futuro.

Rencontrar ese futuro con su nueva condición física y anímica es lo que busca Olga Sánchez, cuyo albergue actual está sobrepoblado. Con 100 mil dólares aportados por la embajada canadiense y el dinero del Premio Nacional de Derechos Humanos se ha financiado gran parte de la obra, que se construye para dar cabida -inicialmente- a 50 migrantes. El resto vendrá de limosnas o donativos, confía.

Brazos migrantes forjan el nuevo albergue

Juan Manuel Tapia es el ingeniero constructor de la obra, que no duda en calificar de "sin igual". Y lo es, dice, porque en ella trabaja gente que nunca había laborado en la albañilería, y lo hace bajo las nuevas condiciones que la vida les dio.

"Les hemos enseñado lo básico y mire todo lo que han hecho", afirma, mientras muestra los cuartos más acabados. Precisa que no cobra "un quinto" por su trabajo y sólo recibe compensaciones de la iglesia local. "No en dinero, sino que me van dando una que otra obra."

La idea, dice, es terminar en mayo la primera etapa, que serían los dormitorios, comedor y baños. Posteriormente se construirán la capilla y otras instalaciones.

Todos los días, a las siete de la mañana, una decena de migrantes sale del albergue a la obra. Pocos, o muy pocos, vivirán en estas instalaciones, porque casi todos aguardan el retorno a sus países de origen. Algunos desean terminar la obra y recibir una prótesis en ese periodo.

Otros piensan sólo en mejorar sus condiciones anímicas para regresar con su familia, que los vio salir sin ninguna dificultad física.

"Fíjese en una cosa -dice Tapia-, tengo casi 25 años en la construcción y hasta hoy me vengo a dar cuenta de cuánto me han robado en ese tiempo, porque a ellos les digo sus tareas y las hacen. Y aquí me he dado cuenta de cuánto tiempo me roban los albañiles profesionales."

Walter tiene seis meses en México y dice que trabaja por una elemental gratitud. "Yo sentía que me moría en el hospital, sin que nadie me conociera ni me atendiera, y ahí fue doña Olga a ayudarme. Por eso aquí andamos".

-¿Y el accidente?

-Fue en Huixtla...No alcancé a subir la canilla; el tren iba recio y no pude sostenerme.

Voluntad de Dios, del destino o de la Mara Salvatrucha

Doña Olga, como le llaman todos, admite que las limitaciones económicas se complicarán cuando se muden al nuevo espacio. "Habrá que buscar más limosnas", dice, pero también habrá que echar a an-dar los talleres que piensan construir en las nuevas instalaciones.

"Pensamos en talleres de carpintería o en otra actividad que haga autofinanciable el albergue", afirma Olga Sánchez, que a ratos supervisa la obra, a ratos recoge nuevos migrantes mutilados en los hospitales o coordina el ya saturado albergue actual, que es un cúmulo de historias.

Hay quienes dicen que fue el destino; otros, que fue Dios quien les mandó un mensaje para aplacar su vida desenfrenada. Los hay también quienes tienen claro que fue un integrante de la Mara Salvatrucha quien los arrojó del tren sólo por no acatar alguna orden. Otros más llegaron baleados o quemados, en diversos lances de esta vida del migrante.

"Me arrancaron las piernas, no la vida"

La rehabilitación tiene diversas facetas: en la obra o bordando cojines, como Ma-ría Magdalena, salvadoreña con tres hijos. "Estos son", dice, y muestra la foto del cumpleaños de uno en una fecha anterior a su llegada a México, donde perdió las dos piernas.

En la recámara de al lado, José Abraham -recién llegado a este albergue- apenas inicia su rehabilitación. Es salvadoreño y acaba de llegar de Oaxaca, donde se accidentó y fue rescatado por militares. Aún muestra dolor, pero lo asume con resignación: "me arrancaron las piernas, pero no la vida", dice.

 
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