Jornada Semanal,   domingo 20 de marzo de 2005                   núm. 524
LAS ARTES SIN MUSA
Jorge Moch 

La raya en el agua

 

Esta diatriba quincenal se pone contrita y arranca con un ejercicio confesional que va a mudar en congratulación: es cosa corriente que en estas líneas se critique la programación del binopolio televisivo nacional, por inconsecuente, hipócrita, mustia, falta de imaginación, protogobiernista, mojigata y amarillista, nomás. Pero hay que rescatar lo poco que de buena televisión se hace en México, y tv Azteca está dando una coruscante muestra con botón de oro: Domingo Siete.

Anteriormente en este espacio se deseó lo mejor, con sano escepticismo porque es cosa históricamente sabida que nada puede interesar menos a las corbatas ejecutivas de las televisoras privadas que la cuestión de divulgar la cultura, a ese programa que hace unos meses arrancaba bajo la conducción compartida y vigente de jóvenes-viejos hacedores de televisión cultural, Nicolás Alvarado y Pablo Boullosa. Ambos de recia trayectoria en los medios, Boullosa estuvo haciendo ruido desde su Barra de Letras en Canal 22 mientras que Alvarado, habiendo hecho radio y siendo al mismo tiempo el editor de la revista El Huevo, estuvo también en Canal 22 (invitado por Boullosa), primero colaborando en Textos y pretextos para después hacer La dichosa palabra con otros orates como él. Alvarado es el conductor de Suave es la noche del mismo 22, donde comparte escenario y conducción con Eugenio Toussaint, hierofante del jazz nacional.

En principio, y mirando lo que lo antecede y lo que lo sucede en la programación dominical de tv Azteca, Domingo Siete es una raya en el agua, un espacio fuera de lugar, como una isla en la mar turbia de contenidos enajenantes y verdades sospechosas que dan cuerpo a una programación hecha para encadenar al respetable a programas de chismes y ventas por televisión. O un oasis en un medio histórica e histéricamente estéril en materia de divulgación –y más árido aún, de jugueteo– cultural. Si bien el formato empuja una sucesión casi atropellada de segmentos que apresura a los participantes –a pesar de tener servidos sus platazos de fruta, difícilmente los veremos desayunar porque quien mastica no habla–, el programa mantiene en todo momento la frescura de la sustancia de que está hecho: la antisolemnidad.

La presencia de otros conductores es fundamental y un gran acierto de Domingo Siete son sus colaboradoras y conductoras. En ningún otro programa de televisión en México podemos ver sentadas a la misma mesa, combinando erudición y donaire a Déborah Holtz, Fernanda Solórzano y Marisol Schulz. Es también magnífica la participación de Javier Cruz para dilucidar los vericuetos de la ciencia; Cruz es capaz de hacer una perfecta vivisección coloquial, sin tener que llevar sus explicaciones a las alturas incomprensibles del lenguaje de laboratorio para explicar qué es un quark, cómo hierve el agua o por qué existen los aerosoles.

Esta columna quisiera, sin embargo, que en un arranque de lucidez esquizoide, ésa de la que disfrutan los suicidas durante el dilúculo, algún ejecutivo de tv Azteca se atreva a duplicar el tiempo de la emisión, que es a todas luces insuficiente. Prueba de ello es el segmento final, en que otro invitado que no ha participado en el programa, por lo general un autor de un libro, un músico o un creador plástico, cocina una receta de su invención, salpimentada con las apostillas de conductores y colaboradores, pero como el tiempo en televisión es mínimo por no decir que prácticamente inexistente, muchas de las recetas han sido de ensaladas y postres rápidos como helado con panqué... De hecho, duplicar la emisión permitiría una dilatación coherente de los temas que se tratan (se escogen al azar) y profundizar un poco más en ellos sin tener que convertirse en los interminables y farragosos programas que anteriormente se han hecho en ese tenor, como algunos de los realizados –sin demérito a la intención divulgadora– por Jorge Saldaña.

Esta columna cree firmemente que Domingo Siete es un acierto. Quién sabe si un éxito comercial, pero ello no sería sorprendente: Domingo Siete es un programa que se disfruta en una asombrosa diversidad de hogares, desde éstos que necesitábamos un programa ameno de temas culturales hasta ésos en los que la lectura es un fenómeno extraño y en que cultura, hasta hace poco que aparecieron Boullosa y Alvarado haciendo felizmente de las suyas, era sinónimo de aburrimiento.