Jornada Semanal,  domingo 13 de marzo  de 2005             núm. 523

MI DAEMON

Para Pilar Armida

Nos informa el diccionario de María Moliner, que la palabra demonio viene del latín tardío daemónium, derivada a su vez del griego daemonium, divinidad. "1. Entre los antiguos, divinidad o espíritu, bueno o malo, adscrito al destino de un hombre o una ciudad…"

Según Georg Luck, autor del bello Arcana Mundi, la palabra daemon significaba "ser divino", y se utilizaba para diferenciar a los dioses de los seres etéreos de jerarquía inferior. Esta palabra está registrada en Homero. Hay que recordar que la idea de dios como fuente de bondad les era ajena a los griegos. Hades, el señor de los infiernos, o Dionisos, el dios de la embriaguez, no se ajustan a la idea judeocristiana del dios cuyos actos están determinados por su esencia puramente buena, de perfección absoluta.

En El banquete, Platón nos dice que "todo daemon es algo intermedio entre un dios y un mortal". Cuando el daemon ejercía una influencia maligna sobre el hombre, se añadía la palabra phaulos, malo. Los atenienses, injustos con Sócrates, el hombre menos diabólico que se pueda concebir, lo acusaron de introducir nuevos daimonia en Atenas y lo condenaron a muerte. Pura grilla, de la peor especie: Sócrates se refería a su daemon como una voz interior que le advertía sobre la posibilidad de cometer acciones equivocadas. Nunca instruyó a sus discípulos para que adoraran a su daemon, ni a ningún otro. Y si hemos de creer a Platón y a Jenofonte, el daemon de Sócrates era uno de los espíritus más sagaces y bondadosos entre los que se creía andaban por la tierra y el trasmundo, pues Sócrates es una de las figuras más luminosas de la historia.

En el Apocalipsis, San Juan habla de ciudades "morada de démones". Como vivo en el Distrito Federal, me parece un apelativo justo. Y si cada ciudad tiene su daemon, como dice María Moliner, adscrito a su destino y a su carácter, la visión del daemon de la Ciudad de México superaría los efectos especiales de la más ambiciosa película de terror.

Ángelos, el mensajero, y daemon, el intermediario, eran términos que denominaban una función. Eran buenos o malos dependiendo de sus acciones. Pero la Iglesia, en su necesidad de fijar estos términos, dio a los ángeles carácter positivo y a los demonios, una naturaleza infernal.

A mí, la acepción antigua me gusta. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando la encontré de nuevo, con todas sus potestades griegas intactas y otras más, en una serie de libros para jóvenes! Los libros en cuestión conforman la trilogía Sus oscuros materiales, de Philip Pullman, un homenaje explícito al Paraíso perdido, de John Milton, quien, como Homero, era un poeta colosal, que en su ceguera pensaba mucho en demonios.

En la primera página del libro Luces del norte, Pullman nos describe así la relación del ser humano y su daemon: "Lyra se detuvo detrás del silla del Rector y rozó la copa más grande con la uña. El sonido vibró claramente en la sala.

"—No te estás tomando esto en serio —murmuró su daemon—. Pórtate bien.

"El nombre de su daemon era Pantalaimon, y en ese momento había adoptado la forma de una polilla parda y sombría, para no evidenciarse en la oscuridad de la sala."

Más adelante supe que los démones acompañaban en forma física a los humanos. Que son un animal, y que su apariencia revela asuntos esenciales del carácter de sus dueños. El daemon de una señora chismosa, por ejemplo, es una gallina. De un sirviente, un perro. De un soldado, un lobo. Del Rector de Oxford —no el Oxford de nuestro mundo—, un cuervo. Los démones de los chicos cambian de forma constantemente, hasta que el niño se forma un carácter. El daemon aconseja, vigila, acompaña. En ese mundo, la visión de un ser humano sin su daemon, que además es del sexo opuesto, es una aberración. El daemon vincula a la persona con la naturaleza y con la parte del sexo opuesto que le corresponde. Por supuesto, pensé en Jung, en el hermano oscuro.

Además, su corporeidad es muy concreta, decisiva. El daemon al volar, por ejemplo, comunica algo de la experiencia de ir por el aire a su humano.

Me dio por imaginarme los démones de la gente que me rodea. El de mi marido es otro cuervo. Una cuerva sabia.

El mío… me costó horas averiguar qué animal se aviene mejor con mi carácter. Iba por los pasillos del súper imaginado un animal a mi lado, un macho de ¿qué? Creo que de un lémur. No estoy segura.

Lo que sí sé, es que el de ciertos gobernantes es una hiena. Cobarde, furtiva, montonera y fea.