Jornada Semanal,  domingo 13 de marzo  de 2005                núm. 523

Luis Tovar

VER, OIR Y (NO) CALLAR


Escenas de Ver, oír y callar
La primera secuencia de Ver, oír y callar (Alberto Bravo, 2005) tiene la fuerza visual y la eficiencia narrativa suficientes para dejar asentadas algunas certezas: estamos ante un thriller, el punto de vista será el de los policías y no el de los delincuentes, y las causas por las cuales el comandante Montero (Luis Felipe Tovar) ha ejecutado sin causa aparente a unos facinerosos recién detenidos, será en buena medida la materia de la que se compondrá el resto de la película.

A continuación se nos informa que la masacre sucedió hace algunos años y, ya en el presente, asistimos a la puesta en práctica de un tecnificado robo a la bóveda de un banco. Danilo (Mauricio Ochmann), cabeza de la banda, se las sabe de todas todas en materia de explosivos y cuanto artilugio haga falta para salirse con la suya, pero la traición de dos de los compinches echa a perder el asunto y, para peor suerte, a esas horas pasaban por ahí Montero y sus subalternos.

Después, como resulta sencillo adivinar, hay un tiroteo. Inexplicablemente Danilo, que es descubierto al último, sale por piernas y casi ileso. Más tarde se nos hace saber —o se nos deja creer, pues el asunto nunca se aclara— que Montero no ordenó que fuese ultimado, como correspondería según la ley fuga, porque lo necesita para llevar a cabo un operativo más personal que oficial.

EL RABO DE LA PUERCA

Sin importar si sus líneas básicas son conocidas de antemano —puesto que cualquier espectador atento puede intuirlas—, para que un thriller funcione cual-debe-de-ser es indispensable que dichas líneas sean seguidas punto por punto. Y la primera, como bien se sabe, es que en la historia que se cuenta no puede haber cabos sueltos ni inconsistencias. Desgraciadamente, en el punto de la trama referido en el párrafo anterior, Ver, oír y callar presenta tres hechos inverosímiles que tornan imposible el resto de la trama. Uno: Danilo está inconsciente, detrás de la bóveda ya abierta del banco, y el tiroteo ha terminado, pero a ningún policía se le ocurre registrar el lugar de los hechos. Dos: Danilo se recupera luego de no se sabe cuánto tiempo y, por una puerta que debía estar custodiada, sale por su propio pie; dos policías que simplemente vienen caminando lo ven y comienzan a perseguirlo; sólo a perseguirlo, pues de disparos, que estarían justificados, ni hablar. Tres: la persecución en su totalidad, pues, ¿por qué no le disparan desde el principio?, ¿por qué lo hacen donde era más difícil —en un centro comercial, con pasillos, esquinas y vueltas súbitas—, pero no donde era más fácil —una calle recta—, en la que se limitan a correr tras él?

Quizá fue sencillamente que se les acabaron las balas, pero después resulta que Montero acosa a Danilo hasta contactarlo, porque lo quiere obligar a que haga un trabajito para él. Entonces sí que la puerca de la trama tuerce el rabo, porque la necesidad que tiene Montero de las habilidades de Danilo es la única razón posible para no haberlo fundido a balazos desde que sale por la puerta, pero cuando esto sucede, lo único que Montero sabe de Danilo es que éste es uno más de los ladrones, y mucho menos saben algo los policías que quieren darle alcance... Sin causa eficiente y sin verosimilitud, Danilo sale vivo y puede fugarse por la sencilla razón de que su muerte o su aprehensión acabarían con la película en este punto.

Todo lo anterior es algo así como la entrada, y el plato fuerte sería el trabajito exigido a Danilo por Montero a cambio de su libertad. Aquí es donde, y a pesar de las imprecisiones referidas, al director Bravo la película comienza en realidad a escapársele de las manos. Aparece la chica, de quien Danilo desde luego deberá enamorarse y que para más redundancia es hija de Montero, y el espectador tiene su ¿necesaria? dosis de romance en dos secuencias que serían olvidables si no fuera por su alto —y quiero creer que involuntario— grado de melcocha. Aparece el amigo fiel de Danilo, que no quiere volver a las andadas y hasta es reconvenido por su esposa, pero que al final sí vuelve y todo para que el espectador vea que ¿necesariamente? alguien, desde luego que no el héroe, tiene que morir cuando se lleva a cabo el operativo secreto. Desde antes apareció el malo-malo, y su infaltable matón de lentes oscuros, y más y más... todo lo cual, en efecto, bien puede formar parte de los elementos naturales del thriller, pero que harán de éste una pieza lograda o malograda en función de un ars combinatoria hábil o bisoña. Y aunque Ver, oír y callar exhibe cierta calidad en su factura, queda muchísimo a deber si lo que se buscaba era una buena historia de policías y ladrones.