Jelena Rastovich Ivo Andrich, escritor yugoslavo
Esta es una visión personal sobre el contar como una actividad humana, propiamente dicha, que se remonta hasta las penumbras de la memoria sobre la humanidad. En el fondo de esta visión hay una claridad: todos, a pesar de nuestras diferencias de idioma, época y espacio, seguimos contando o escuchando cuentos en los que nos contamos a nosotros mismos. Esta es una visión de Ivo Andrich. Ahora, en los países de la ex Yugoslavia, es muy importante definir si alguien es serbio, croata o montenegrino y, como Yugoslavia ya no existe, no hay más yugoslavos, pero Andrich no puede ser sino un escritor yugoslavo: su padre era croata; su madre, serbia; él nació y vivió en Bosnia y en Belgrado, estudió en Sarajevo y Zagreb y también en Viena, Cracovia y Graz. La mayor parte de su obra está constituida por cuentos y novelas en los que narró historias acerca de la gente que vive en la parte del mundo donde antes estaba Yugoslavia. No obstante todo el pequeño universo con personajes serbios, turcos, croatas, judíos y muchos otros, cuyas vidas pasan en Bosnia, Belgrado o Estambul, no se podría decir que su obra sea representativa de la identidad de ninguna etnia. La cita que da comienzo a este texto es un pasaje del discurso que el escritor pronunció al recibir el Premio Nobel, en 1961. Después de divagar acerca de algunas de las razones posibles del porqué se cuentan los cuentos, supone que: "Tal vez, justamente en estos cuentos, hablados y escritos, se encuentra contenida la verdadera historia de la humanidad y, tal vez, en ellos se podría percibir, si no entender, el sentido de esa historia, sin importar si tratan del pasado o el presente." No hay algo más alejado de las preocupaciones nacionalistas como esta reflexión en la que primero se es Hombre y, después, todo lo demás; pero dejemos estas reflexiones más políticas que literarias. ![]() Ivo Andrich nació en 1892, en la ciudad bosniaca de Visegrad, pocos años después de que la independencia serbia de los turcos obtuviera reconocimiento oficial en el Congreso de Berlín (1878), y se formó en el ambiente característico del llamado período "moderno" en la historia de la literatura serbia, antes de la primera guerra mundial. Lo mejor de su vida transcurrió durante y después de la segunda guerra mundial, cuando fijó su residencia en Belgrado y fue revolucionario, diplomático y escritor. Murió en la capital de la antigua Yugoslavia el 13 de marzo de 1975. Su obra completa consta de dieciséis tomos de los cuales están traducidas al español las novelas Un puente sobre el Drina, Crónica de Travnik, Señorita, el ensayo Conversaciones con Goya y el cuento "El puente sobre el Zhepa". Andrich estudió Letras Eslavas e Historia (1911-1914) y su tesis se titula El desarrollo de la vida espiritual en Bosnia bajo la influencia de la dominación turca. La Bosnia de Andrich es la de muchos de nosotros, a quienes nos tocó vivir en la entonces Yugoslavia hasta antes de la guerra de 1991: una tierra de montañas negras y azules que pueden tornarse intransitables; de ríos de aguas verdes, rápidos y sonoros, y de abundantes manantiales. El clima de Bosnia es extremoso: con niebla y muy húmedo en los bosques viejos y espesos, y con fuertes vientos helados en el invierno; pero es suave y fresco, bueno para las frutas pequeñas como las ciruelas o las cerezas, y para las flores silvestres, en verano. En esta Bosnia hubo, entre otros gustos orientales que se arraigaron, jardines alrededor de las casas y bazares; se tomaba café turco y todo era pequeño, tranquilo y silencioso. La gente tenía fama de ser amistosa: a los bosniacos les gustaba disfrutar la vida conversando pausadamente. Andrich hablaba en sus novelas del "hermoso silencio" de Bosnia. Sin embargo, se trataba de la convivencia de la gente de tres religiones: musulmanes, serbios ortodoxos y croatas católicos, siempre una convivencia marcada por diversos intereses, aspiraciones y esperanzas en un país que, por mucho tiempo, fue provincia de Imperios tan opuestos como el Otomano y el Austro-Húngaro. Esta fue la Bosnia que moldeó la sensibilidad y el pensamiento de Ivo Andrich. La obra maestra de esta fusión es la novela Un puente sobre el Drina. El río Drina, rápido y caprichoso, intransitable porque corre entre grandes montañas, es la frontera natural entre Bosnia y Serbia, y se le considera también la frontera entre el Occidente y el Oriente. El paso de un lado al otro, durante siglos, fue una faena difícil para el hombre, como era igual de difícil que se encontrara a alguien suficientemente importante y rico que quisiera construir un puente sobre el Drina, en un lugar tan bravío. En el siglo XVII, el gran visir turco Mehmed-Pachá Sokoli tuvo una razón muy especial para hacerlo y, gracias a ello, en la parte del río que pasa junto a la población bosniaca de Visegrad, desde esos días se encuentra ahí el puente, una magnífica obra de arquitectura que une ambos lados del río, atrae las miradas y alegra los corazones con su belleza. ![]() El puente, en la novela de Andrich, es un personaje majestuoso, testigo inmóvil y mudo que, en el transcurso de su larga vida de tres siglos, no sólo une los dos lados del río sino, creado por Andrich, une las historias de muchos otros personajes. Su génesis es una imagen muy hermosa en la que se conjugan la situación de los serbios que vivían esclavizados por los turcos en la época de la dominación otomana; el sentimiento de incertidumbre y confusión de un niño serbio, arrebatado a sus padres como "tributo de sangre" sentimiento que se convertirá, después, en dolor; y el nacimiento de una obra de arte desde este dolor, representada, a su vez, en la lucha de los constructores del puente para vencer las fuerzas de la Naturaleza. Pero lo que hace único a Andrich, lo que más deleita al lector de su novela (y no sólo de ésta) es su elegancia expresiva: se saborea con sutileza una personalidad, un estilo impregnado de bellezas bosnias, un lento y hondo y solemne gozar de la vida. Es en el escritor Andrich donde encontró su expresión la cultura de un pueblo cuya sabiduría consistía, al margen de la historia oficial, en el respeto por las diferencias étnicas, religiosas y culturales, respeto que fomentaba la misma convivencia. Así nació el puente con su kapia, y así se desarrolló la ciudad alrededor de él. Después de estos sucesos, durante más de tres siglos, su lugar en el desenvolvimiento de la ciudad y su significado en la vida de sus habitantes fueron los que brevemente hemos descrito. Y el valor y la sustancia de su existencia residieron, por así decirlo, en su permanencia. Su línea luminosa en la composición de la ciudad no cambió más de lo que pudiera cambiar el perfil de las vecinas montañas, recortado contra el cielo. En la serie de fases de la luna y en el rápido declinar de las generaciones humanas permaneció inalterado, como el agua que pasaba bajo sus ojos. Naturalmente, también él envejeció, pero en una escala de tiempo más amplia, no sólo más amplia que la vida humana sino, también, que la duración de toda una serie de generaciones. Desde luego, este envejecimiento no podía ser apreciado por los ojos. Su vida, aunque mortal en sí, se parecía a la eternidad porque su fin no era previsible. ![]() Alí-Hodja Mutevelich es otro personaje que más presencia tiene en la novela. El lector conoce la historia de su familia sus ancestros fueron los primeros encargados de cuidar y mantener el puente y puede rastrear cómo era su vida desde la juventud hasta su muerte, mientras la mayoría de los personajes aparece en episodios aislados. Con la muerte de Alí-Hodja Mutevelich también termina la novela y se percibe una cierta simpatía y ternura con la que fue creado. Alí-Hodja (del turco: sacerdote, profesor de la madraza), como el narrador dice, "tenía rango y título de hodja, pero no desempeñaba ninguna función y tal título no le proporcionaba ningún ingreso". Este hombre llega a ser cómico, hasta cierto punto, por su pronunciada preocupación alrededor de los cambios que traen los tiempos: si bien es cierto que esta ironía es una crítica al conservadurismo reaccionario de los musulmanes bosnios, surgido en el momento histórico tratado en la novela (el fin del Imperio Otomano y la victoria del Occidente cristiano en Bosnia), la imagen de Alí-Hodja es mucho más rica. La simpatía que despierta en el lector revela algo de la propia personalidad de Andrich: los cambios que más preocupaban y entristecían a Alí-Hodja eran los violentos, que traían consigo los ejércitos y las guerras, y dañaban físicamente al puente. En este sentido, Andrich también era un conservador: él no estaba de acuerdo con los cambios que destruyen lo único duradero que es capaz de crear el hombre: las obras de arte. El tiempo que le tocó vivir a Andrich fue el de la revolución socialista y las dos guerras mundiales. En esa época era común que los jóvenes inteligentes se entregaran a la lucha abierta por "las causas justas". Nuestro escritor fue un hombre que, siendo contemporáneo de aquellos tiempos, participaba en la política; si en nuestros días su militancia puede ser objeto de crítica, su obra corrió la misma suerte que el puente sobre el Drina: Andrich tuvo el talento para contar historias y, contando historias, contó la historia de su pueblo. Lo más extraordinario de este gran cuento es que ese pueblo, ahora y después de treinta años de la muerte de su autor, sigue siendo como en la novela: víctima de pasiones e intereses individuales o colectivos, portadores de cambios destructores. Como homenaje a Ivo Andrich en el aniversario número treinta de su muerte, pensando en los lectores mexicanos estas reflexiones anteceden la primera parte de un texto poético titulado Jelena, la mujer que no existe: me parece que expone la finísima sensibilidad de Andrich hecha imagen. En las tres partes del mismo ("El principio", "En el viaje" y "Hasta hoy"), más que los gustos del autor por las gracias femeninas, el lector puede experimentar estéticamente cómo, con el paso del tiempo, cambia el sentido de la vida. |