Usted está aquí: lunes 7 de marzo de 2005 Opinión DESDE EL OTRO LADO

DESDE EL OTRO LADO

Arturo Balderas Rodríguez

Hay de drogas a drogas

RECIENTEMENTE APARECIERON DOS notas en la prensa estadunidense en apariencia diferentes pero que en el fondo tienen un denominador común.

LA PRIMERA CUENTA que en la frontera de Estados Unidos con Canadá, en la región de colindancia entre Washington y la Columbia Británica, se ha desatado una violencia pocas veces vista, producto del tráfico de drogas entre uno y otro estado. El resultado más reciente de ese fenómeno es la muerte de cuatro agentes de la policía montada de Canadá a manos de narcotraficantes. El suceso conmovió a todos los canadienses, porque aparentemente desde el siglo XIX no morían tantos agentes en un solo acto violento.

EN OTRA NOTA se relata la forma en que un joven canadiense de 30 años se hizo millonario en tres años, gracias a la venta de medicinas a precios relativamente bajos a través de Internet. Su compañía tuvo ventas por 60 millones de dólares el año pasado y están destinadas principalmente a Estados Unidos, donde el costo de las mismas medicinas es hasta tres veces mayor, debido, en parte, a una reforma en el sistema de salud del que las compa-ñías farmacéuticas fueron las más beneficiadas. Estas han demandado en los tribunales canadienses la prohibición del "comercio electrónico" y al mismo tiempo presionan al gobierno estadunidense para que cancele su importación. Independientemente de la ganancia obtenida por estos modernos empresarios cibernéticos, millones de consumidores de bajos ingresos son los que más se han beneficiado con este innovador sistema de distribución de medicinas. La analogía entre una y otra nota es el doble rasero con que se juzga a quienes se benefician de la distribución de drogas.

EL ASUNTO DEL tráfico de drogas ilegales viene de lejos y se ha demostrado fehacientemente que es necesario algo más que una respuesta violenta contra quienes viven de él. De no entenderse los motivos que tienen quienes las consumen y quienes las producen será muy difícil acabar con ese fenómeno. Lo mismo en Afganistán que en Perú o Bolivia, quienes la cultivan lo hacen por motivos de sobrevivencia, al igual que la mayoría de quienes la transportan y venden en calles de Nueva York o de París.

EN EL CASO DE los vendedores cibernéticos de fármacos, cuya actividad hasta ahora no se ha probado ilegal, desarrollan una función que las autoridades se han negado a cumplir: establecer un límite a la voracidad de las grandes compañías productoras de medicinas y organizar un sistema de salud al alcance de todos.

HAY CONSENSO ENTRE quienes han estudiado este fenómeno en Estados Unidos y en otras partes del mundo que el castigo a quienes forman el eslabón más débil de la cadena no es precisamente la solución que requieren estos grandes problemas. Mientras no se ataquen las verdaderas causas en el consumo y la distribución de drogas, los remedios tendrán siempre un fuerte olor a hipocresía.

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