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El
concepto tradicional de familia --la familia nuclear o "natural", dominada
por una autoridad máxima, la figura paterna-- vive hoy una fuerte crisis
o un proceso de transición ineludible. Numerosos factores sociales y económicos
han tenido una mayor incidencia en la lenta transformación del concepto familia
que los argumentos mismos de desintegración moral a los que cómodamente acuden
los grupos conservadores. La llamada familia "natural" se enfrenta a una
realidad nueva y cambiante, la de los diversos arreglos familiares, como
las familias monoparentales u otras fórmulas inéditas de convivencia doméstica,
lo que conduce a reflexionar sobre la realidad social del país y la terquedad
del dogma uniformador. En este reportaje, varios especialistas en la materia
exponen sus puntos de vista y contrastan las propuestas de dos modelos de
familia, uno monolítico, otro plural, y sus efectos sobre la organización
social.
Antonio Medina
¿Qué
queda de la alguna vez nombrada con orgullo "gran familia mexicana", esa
bendita institución basada en la cohesión y la solidaridad tribales, pero
también en la obediencia ciega a la autoridad paterna y en el principio fundador
del "Hijos, los que Dios nos dé"? Si nos atenemos a las cifras demográficas
del Consejo Nacional de Población (Conapo) y del Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática, lo que queda es muy poco. En unas cuantas décadas,
la sociedad mexicana ha experimentado una creciente diversificación de los
modos de convivencia doméstica. Según los estudiosos del tema, la industrialización
y la urbanización aceleradas del país a partir de los años cincuenta del
siglo XX, favoreció el desarrollo de la llamada familia nuclear, compuesta
por un matrimonio y sus hijos ("la familia pequeña vive mejor"), en detrimento
de las familias extendidas de padres, abuelos, hijos y otros parientes. Pero
a partir de las crisis económicas de los años ochenta y de la apertura al
mercado global de los años noventa, este tipo de familia también perdió terreno
y entró en crisis. Al grado de que en lugar de llamarla nuclear habría que
decirle "atomizada", afirma la especialista en el tema Anne Bar Din, "pues
uno puede ver a sus 'partículas' volando por todos lados"1.
De
acuerdo con el Censo de Población y Vivienda de 2000, la mitad de los 25.4
millones de hogares existentes responde al esquema de familia nuclear. La
quinta parte continúa conformada por familias extensas donde conviven varias
generaciones y parientes diversos. Y el porcentaje que va en franco aumento
es el de los hogares compuestos por una diversidad de arreglos domésticos
como los formados por uno sólo de los progenitores (en su mayoría mujeres)
con sus hijos, conocidos como monoparentales; por parejas sin hijos; por
una sola persona o unipersonales; por reagrupamientos familiares con los
hijos de parejas anteriores; por personas sin parentesco alguno que deciden
compartir sus vidas de forma perdurable o co-residentes; y las familias y
hogares formados por parejas o personas del mismo sexo. En conjunto, todas
estas familias y formas de convivencia doméstica no tradicionales rebasan
ya la cuarta parte del total de los hogares.
El
factor que sin duda ha contribuido mayormente al cambio en los arreglos familiares
y a la renegociación de los roles domésticos es la caída del ingreso familiar
provocado por las recurrentes crisis económicas. Para mantener hoy en día
a una familia nuclear o tradicional se necesitan sumar, al menos, dos ingresos.
Ahora son ambos cónyuges los que deben proveer el sustento diario de la familia,
papel antes jugado sólo por el hombre. Según el Conapo, en el 20 por ciento
de hogares en México (5.6 millones) una mujer es la principal o la única
contribuyente de los ingresos del hogar. La participación masiva de las mujeres
en el mercado laboral está transformando radicalmente a la familia tradicional.
Y como apunta el politólogo estadunidense Francis Fukuyama, son los requerimientos
de mano de obra de la era post-industrial los que han cambiado, quizá más
que el feminismo, los roles de género.
Como afirma a Letra S
el investigador de El Colegio de México Carlos Javier Echarri, la cohabitación
entre parientes muchas veces ha funcionado como amortiguador de las crisis
económicas. Ante una situación crítica, señala, "lo primero a lo que recurre
la gente es a la familia, es la forma que tienen de salir adelante".
El
cambio de los roles tradicionales de género al interior de las familias es
un factor que puede intensificar la violencia doméstica cuando el varón se
siente desplazado de su rol tradicional y cuestionado en su autoridad. Según
el Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar (CAVI), dos de cada tres
hogares la padecen. Lo que explica en parte el creciente porcentaje de divorcios
que alcanza al 30 por ciento del total de matrimonios.
La
familia ha funcionado siempre como una institución "esponja", capaz de absorber
todos los problemas ante la incapacidad del Estado de proveer los servicios
necesarios a la población. Sin embargo, al parecer, la familia ha llegado
a su límite de capacidad en esta función. Hoy todo mundo parece preocupado
por la salud de esta institución. Pero no todo mundo coincide en el diagnóstico
de la enfermedad. ¿Se trata de una institución en decadencia o en transición?
Una perspectiva excluyente de familia
Gran
parte de la discusión sobre el diagnóstico de los hogares mexicanos se ha
dado en torno al concepto mismo de familia. Sectores conservadores y grupos
de ultraderecha ligados a la jerarquía católica insisten en definir a la
familia "natural", formada por un matrimonio y sus hijos, como la única legítima.
Todas las demás formas de convivencia doméstica no alcanzan el estatus de
familia.
Su diagnóstico es que el debilitamiento
de la célula medular de la sociedad se debe a la pérdida de valores y al
relajamiento de la moral pública. La familia, afirman, ha perdido su función
principal como transmisora de valores. Culpan de ello a lo que llaman "la
cultura de la muerte", en donde engloban al feminismo y su demanda de equidad
entre los géneros, al movimiento lésbico-gay y su exigencia de igualdad de
derechos, a la influencia de los medios de comunicación, y al laicismo, opuesto
a la enseñanza religiosa en las escuelas.
Muchos
de los males que asolan a la sociedad (violencia callejera, adicción a las
drogas, embarazos adolescentes etc) los achacan a la desintegración familiar
o a las familias "disfuncionales", es decir, a aquellas que han dejado de
responder al esquema de "natural", como las monoparentales. Un diputado local
panista de Guanajuato, Martín Stefanonni, sin rubor, acusa: "existen muchísimas
madres solteras que dejan a sus hijos abandonados o los dejan ahí en otras
casas y esto es una contaminación muy importante para la sociedad porque
estos menores no son vigilados y evidentemente cometen ilícitos" (Reforma, junio 29 de 2004).
Para
contrarrestar toda esta "corriente cultural antivalores" y fortalecer el
papel de la "familia natural", los sectores conservadores y religiosos han
elaborado estrategias encaminadas a cambiar las políticas del Estado. Estas
estrategias, según explica a Letra S el doctor José Aguilar Gil, quien
encabeza la red de organizaciones civiles Democracia y Sexualidad (Demysex),
siguen los lineamientos dictados por la Casa Blanca y El Vaticano. Buscan
revertir los avances logrados y acordados por todos los países asistentes
a las conferencias mundiales de Desarrollo, celebrada en El Cairo en 1994,
y de la Mujer, realizada en Beijing en 1995, que han sido el motor para la
ejecución de políticas equitativas y justas sobre salud, aplicación de la
justicia, educación, combate a la pobreza y desarrollo social.
Lo
anterior fue muy claro en el Congreso Mundial de la Familia, celebrado en
marzo de 2004 en la ciudad de México y que reunió a líderes religiosos de
varios países, empresarios católicos, funcionarios federales de los gobiernos
de México y de Estados Unidos, instituciones de asistencia privada y organizaciones
fundamentalistas, como Pro Vida (Ver Letra S, Núm. 94, mayo 6 de 2004).
Réplicas a este Congreso se están realizando en otras entidades como Jalisco
y Colima. "Los grupos conservadores pretenden que México retroceda en los
avances logrados en los últimos treinta años en materia de derechos sexuales
y reproductivos como la anticoncepción de emergencia, la ampliación de las
causales de aborto en algunas entidades del país, la aplicación de programas
de educación sexual en el sistema educativo nacional y que se discuta en
los espacios del Estado aspectos de derechos humanos, sociales y civiles
de la diversidad sexual", advierte José Aguilar.
Uno
de los acuerdos de esa reunión mundial fue establecer un día para celebrar
a la Familia, iniciativa del Consejo de la Comunicación ("Voz de las empresas").
Bajo el lema "Con el poder de la familia", infinidad de empresas realizan
una campaña para promover la celebración de ese día.
"A
mí me llegan a mi teléfono celular mensajes como 'Unefón apoya el día de
la familia, celébralo con tu familia este 6 de marzo'. Yo quisiera saber
qué están haciendo estas empresas para fomentar los valores y la convivencia
familiar entre sus empleados. ¿Les están pagando sueldos dignos? ¿Les ofrecen
seguridad social para ellos y sus familias? ¿Permiten la existencia de guarderías
en sus empresas, o que los padres puedan pedir permisos en caso de enfermedad
de sus hijos?", pregunta por su parte el doctor en Demografía Carlos Javier
Echarri, y cuestiona que el gobierno mexicano se sume a esta campaña de un
sector de la iniciativa privada sin cuestionar el carácter restrictivo del
ideal de familia que se promueve.
Parte de la
estrategia de estas agrupaciones conservadoras es promover cambios legislativos
en materia de violencia familiar, aborto, salud reproductiva, tutela, infancia,
etcétera, para devolverle a la familia el terreno que supuestamente ha perdido
frente a las instituciones del Estado. Es decir, regresar al terreno de lo
privado los problemas y decisiones generados en el seno de las familias,
y que en los últimos años han sido materia de regulaciones jurídicas por
considerarse de interés público. En palabras de José Aguilar, buscan situar
a la familia "natural" por encima del Estado y que éste canalice a través
de ella los recursos destinados al desarrollo social.
En
este sentido, la creación de una Secretaría o Ministerio de la Familia, sería
la culminación de su estrategia. En ella se agruparían todas aquellas instituciones
y programas, como el Inmujeres, el DIF, el de adolescentes, de la tercera
edad, etcétera, para fortalecer las políticas encaminadas al desarrollo familiar.
La diputada del PAN Adriana González Furlong, presidenta de la Comisión de
Grupos Vulnerables de la Cámara de Diputados, expresó a Letra S la
necesidad de crear dicha Secretaría "para dar atención integral a todas las
problemáticas que existen al interior de la familia, y se responsabilice
a esa instancia de gobierno de las problemáticas de las mujeres, de los adultos
mayores, de los niños o los discapacitados, por medio de la asistencia o
del desarrollo, pero lo importante es que se atiendan".
Pero
en lugar de abordar estos problemas desde una perspectiva de género, como
proponen feministas y agrupaciones de mujeres, los sectores conservadores
promueven que se atiendan desde una "perspectiva de familia", que, según
González Furlong, "permitiría que los valores morales permearan todas las
acciones del gobierno, ya que la familia representa la presencia física,
mental y espiritual del hogar. Si viéramos con perspectiva de familia todas
nuestras acciones, otro gallo nos cantaría, pues las personas que están en
las instituciones públicas no permitirían que entre unos y otros haya traición,
vendan droga o transgredan las reglas, porque si vemos como nuestra familia
a los de afuera, a quienes servimos, no buscaremos hacerles daño", concluyó.
Una perspectiva plural de familias
Para
muchos de los estudiosos y trabajadores sociales especializados en el tema,
la visión conservadora sobre la crisis de la familia peca de simplista. Sostener
que su debilitamiento se debe a una pérdida de valores morales y religiosos
es no querer ir al fondo del asunto. Pero lo más peligroso es que su modelo
de familia "natural" resulta discriminatorio y excluyente. Dividir a las
familias en "funcionales" y "disfuncionales" es promover el estigma sobre
la diversidad de modos de convivencia doméstica que no se ajustan al modelo
de familia "natural" o nuclear. "Imagine usted un niño que por azares del
destino vive con su madre y su abuela, sin la figura paterna, y se la pasa
viendo en los promocionales de la campaña las imágenes bucólicas de una familia
nuclear, ¿qué va a sentir? Va a pensar que no está acorde o que no encaja
de lleno en la sociedad. Eso le puede producir un daño psicológico", afirma
Carlos J. Echarri.
Por su parte, la diputada
del PRD Angélica de la Peña, presidenta de la Comisión de Niñez, Juventud
y Familias de la Cámara de Diputados, critica esa concepción excluyente que
ubica familias "disfuncionales" para culparlas por carecer de la figura masculina.
"Sería catastrófico pensar en la familia como ellos la conceptualizan, en
donde la mujer no tiene derechos, donde reine la visión patriarcal que le
da todos los poderes al hombre adulto en detrimento del derecho a decidir
de las personas", comenta. Y es precisamente ese derecho en donde se ubica
uno de los mayores logros de las políticas de población: el que la gran mayoría
de nacimientos sean ahora producto de la decisión y planeación de los progenitores,
lo cual mejora la calidad de vida de las familias, al cambiar no sólo la
relación entre padres e hijos, sino la de la pareja misma.
De
la Peña prefiere hablar en plural de "familias" para evitar la diferenciación
estigmatizadora. "Estamos a favor de la familia, pero vista desde una perspectiva
plural, y a favor de los derechos de cada uno de sus miembros. Reivindicamos
valores como el amor, la solidaridad y la democracia".
En
ese mismo tenor, decenas de organizaciones civiles se agruparon en la red
"Las familias somos..." para impulsar la visión plural y antidiscriminatoria
de las familias. Han desarrollado una serie de estrategias y acciones para
dar la batalla en la opinión pública y advertir sobre el carácter clasista,
excluyente y contrario a los derechos individuales del proyecto de familia
"natural" impulsado por el conservadurismo.
Por
su parte, el Seminario de Familias y Democracia, integrado por los especialistas
Gabriela Delgado Ballesteros, Clara Jusidman, Mario Luis Fuentes e Ignacio
Maldonado, elaboró un pronunciamiento luego de la celebración del III Congreso
Mundial de la Familia, donde fijan sus acuerdos y desacuerdos con lo ahí
tratado. Entre otras cosas se oponen a las legislaciones que limitan la definición
de familia a la constituida por el matrimonio civil y religioso entre hombre
y mujer y cuyo propósito es la procreación, ya que un espacio propicio para
el desarrollo de los niños "no se garantiza por el hecho de tener relaciones
de consanguinidad o matrimonios sancionados por las iglesias y el Estado".
Y piden se respete y apoye "cualquier arreglo de convivencia que por acuerdo
mutuo establezcan hombres y mujeres". Además, apoyan el derecho del Estado
a intervenir en el espacio familiar para proteger los derechos de los infantes,
adultos mayores o cualquier otro miembro de la familia sujeto a la violencia,
"colocando en primer lugar el interés superior de la infancia".
Por
último, plantean la necesidad de valorar el trabajo doméstico y la "economía
del cuidado" para que tanto hombres como mujeres se interesen en realizarlo.
Piden dejar de culpar a las mujeres que trabajan extradomésticamente por
el supuesto abandono de sus obligaciones familiares. Concuerdan en la necesidad
de adecuar y desarrollar políticas y servicios públicos a los requerimientos
de las familias, pero encaminados a promover y propiciar al interior de las
familias relaciones equitativas para "constituirse en espacios de construcción
de la democracia".
Dos diagnósticos de la familia
diferentes, dos visiones encontradas y dos proyectos con impactos opuestos.
¿Cuál de ellos es el que mejor se amolda a la realidad diversa y heterogénea
que caracteriza a nuestra sociedad? La respuesta se la dejamos a los lectores
y las lectoras.
1 Debate feminista, año 4, Vol. VII, marzo, 1993. pp 201-211.
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