LETRA S
Marzo 3 de 2005
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Crónica Sero


Joaquín Hurtado

Háganme ustedes el favor de imaginar una mesa. Alrededor de la mesa un grupo de gente. Entre las personas hay funcionarios, médicos, religiosos, activistas, enfermos, sanos, científicos, locas, putas y un periodista preguntón. Uno al otro nos miramos desconcertados. Imaginen los gritos, los chillidos, el caos. Todos cantamos la balada del despeñadero. La canción del miedo. Los himnos del caos: nueva variante del VIH, fulminante éste, resistente el cabrón a casi todas las terapias antirretrovirales. Caen a pedazos las mil lunas de la noche tibia de la sobrevida. ¿Cómo fue capaz ese hombre de Manhattan, que ahogado en los caldos del fornicio nefando alimentó al Belcebú pezuñento? Tenía que ser New York, la loba, la sodomita, la soberbia, la incurable.

Este es el principio de la historia que sucedió mañana, pero que comenzó hace veinte años. Esta es la foto de los recuerdos del porvenir cuando no había cura y ni siquiera se conocían las intenciones del tiburón rosa. Esta es la historia de la tragedia anunciada que a nadie sorprende, pero a todos nos tiene con los ojos desorbitados. Es que, no te puedo comprender, corazón loco. ¡No te puedo comprender por qué coges sin orden ni compasión!

Háganme ustedes el favor de imaginar el manotazo del burócrata de sanidad que exige controlar a los "contagiados" con cautiverio definitivo. Infinito. Háganme ustedes el favor de callar al imbécil y no permitirle graznar: "hay que oprimir el botón rojo de la máxima alerta epidemiológica". Detengan al talibán que no claudicará hasta librarse de nosotros los anfitriones del monstruote pequeñito. Dejá-vu ochentero, cuando el estigma original, mientras Luc Montaigner y Bob Gallo se perreaban por el Nóbel. Clausuren los bares de Buenos Aires, minen los echaderos de Mexcity, descoyunten los picaderos de Berlín; enciérrenme a la Delgadina, que no entre a la cocina, ni un vaso de agua le den a la ladina. Es que no te puedo comprender, niña loca, cómo fuiste capaz de ahogarte en metanfetamina, cocaína, heroína, ¡ay adicta Delgadina! Loca vampira chupahombres, hipersexosa suicida de los oscuros laberintos de Monterrey.

Háganme ustedes el favor de imaginar un tiempo en el que ya no tuvimos miedo. Sólo un ligero sobresalto cuando en la esquela aparecía el nombre del examante que fue confeso, absuelto y sepulto al amparo del albo armiño de la hijodeputez vaticana.

Alabado sea el arrepentimiento del cuarto para las doce. "¿Con cuántos lo hiciste, hijito?" "¡Con la mitad del padrón electoral, Padre!, ¿me perdonará Dios?" "¿Usaste el condón?" "No." Entonces, Ego te absolvo, in nomine Patris... Y a seguir la borrachera del coctelazo hiperantirretroviral. Sólo atiende tu colesterolemia triglicérida, chulis metrosexualis, mientras comulgas con los sermones de don Norberto y san Serranito de Lima. Y que se mueran los jodidos que no saben del fondo foxista para el desastre de los huérfanos infectados que tan consternada tiene a nuestra frívola Primera Dama.

Háganme ustedes el favor de imaginar una mesa. Sobre la mesa un cadáver, sobre el cadáver las moscas. Con las moscas las larvas. Con las larvas el asco y la urgencia de poner pies en polvorosa y meterte debajo de la cama cuando tu madre mira el noticiario y te ve con esa vieja mirada torva. La pobre.