Usted está aquí: jueves 3 de marzo de 2005 Opinión ¿Estás ahí?

Olga Harmony

¿Estás ahí?

La productora El Milagro, elegida para manejar por cuatro meses el teatro Galeón, decidió diversificar por completo sus escenificaciones. Clipperton, la poderosa metáfora (poco apreciada por algunos cronistas más dispuestos al ataque indiscriminado que a reflexionar acerca de lo que se ofrece en escena) de la desilusión nacional de quienes votaron por el cambio y se encuentran igual o peor que antes, es seguida de una inteligente comedia intimista del argentino aposentado en España Javier Daulte. Se trata de un dramaturgo muy reconocido en su país de origen y en su país de adopción, del que entre nosotros ya se han representado La escala humana, de la que es coautor y Martha Stutz, esta última por un grupo de estudiantes de teatro. ¿Estás ahí? es una de esas comedias que rezuman amargura respecto a la relación de pareja.

Bajo una corteza comiquísima se encuentra la inquietante duda que muchos hombres y mujeres se hacen respecto al otro. ¿Estás ahí, verdaderamente? ¿Me escuchas, es posible que nos hablemos con la verdad? ¿Nos conocemos, sabemos quién y cómo es la pareja? Para Daulte, amar es siempre en pasado: no se sabe lo que se tiene hasta que se ha perdido. La malicia del título tiene que ver con esto y con la historia de fantasmas a los que sólo se puede vislumbrar si se juntan los ojos desenfocando la imagen. En apariencia light, la cruel historia se desenvuelve de manera muy original. Un principio que es casi un unipersonal, en el que durante 40 minutos Francisco habla con un invisible Claudio, se comunica telefónicamente con su madre y con Ana. Luego, otro monólogo muy largo de Ana frente a una puerta tras la que cree que está Francisco. El mago desempleado, finalmente, podrá hablar de su amor perdido con quien piensa que es la desconocida Renata.

A pesar de lo antes dicho, el texto es muy chispeante y requiere que sus gags se traduzcan escénicamente, lo que logra Daniel Giménez Cacho en ésta, su cuarta y posiblemente más compleja dirección. La acción escénica se da en una escenografía de Eloise Kazán -responsable también del vestuario- que logra con muy pocos elementos la idea de desorden al principio, cuando la pareja se acaba de mudar y de orden y raigambre en la segunda parte -y a la que quizás se podría reprochar el exceso de rayados que llegan a molestar la vista- y con la iluminación de Gabriel Pascal (y aquí hay que hacer un alto para hablar de las fuentes de luz de este diseñador, en la complicada tarea de iluminar, y no por primera vez, un escenario techado). Dos actores y dos actrices doblan los tres personajes, yo vi a Mariana Gajá como Ana y como Renata y a José María Yázpik como Francisco.

Tanto la una como el otro están muy graciosos, sostenido el ritmo de sus respectivos monólogos y con muy buen entrenamiento corporal, además de una muy bien dosificada -y ello se debe en gran medida al director- reacción a la presencia del fantasma invisible de Claudio y el fantasma visible -para el espectador- de Ana. Son muchas las gracejadas textuales y escénicas de este montaje que puede hacer pensar a muchos espectadores y que a todos nos divierte. De la obra política a la comedia con entresijos de consideraciones más serias, la programación de El Milagro resulta muy interesante.

Daniel Giménez Cacho es, fundamentalmente, un extraordinario actor que en la dirección escénica va puliendo sus instrumentos. No todos los actores pueden hacer el intento y salir avantes. Juan Carlos Vives, que se reveló como dramaturgo con Un pañuelo el mundo es, la graciosa comedia un tanto teñida de esa misoginia de la que no escapan las reuniones de mujeres contadas por hombres, Premio Nacional de dramaturgia joven 2002, hubiera ganado mucho si hubiera dado su comedia a un director escénico solvente. En una escenografía muy lograda de Ingrid Sac, el incipiente director hace un trazo escénico muy poco limpio, moviendo a sus actrices -vestidas con diseños de Pilar Boliver que refrendan la situación de cada una- de manera poco concertada. Tampoco logró homogeneizar las capacidades actorales de todas, lo que lleva a un gran desequilibrio entre Julieta Ortiz, Haydeé Boetto y en menor medida Mónica Huarte, que están seguras y graciosas y Gabriela Murray, que se muestra poco expresiva y Maru Bravo excesivamente insegura y falsa.

 
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