Usted está aquí: jueves 24 de febrero de 2005 Opinión Shiva, Buda

Margo Glantz

Shiva, Buda

A las seis de la mañana, bordeamos la ribera del Ganges en una barca, admiramos la hermosa ciudad dilapidada; muchas barcas repletas, como la nuestra, de turistas: cerca, solo, y en otra, tomando fotos, Paul Leduc: visita Varanasi, ha participado en un festival de cine en Kerala, antes del tsunami: a su vez, desde nuestra barca, Raúl González le toma fotos. Desembarcamos cerca del crematorio principal, el muelle es amplio y sucio y sus lozas, desiguales. Piso una piedra inclinada, me tambaleo, me apoyo en Mario Bellatin y digo, ''no entiendo por qué estoy tan mareada". Al lado, el Ghat conocido como Harishchandra, uno de los dos muelles de cremación, su nombre proviene de un rey legendario que abandonó su reino para vivir en Benares como santón. Se percibe, extremo, el olor.

''Sobre la escalera de piedra, sigue diciendo Winkler, el escritor austriaco, cerca de los maderos amontonados que los sacerdotes colocan a la orilla del río, para erigir luego las piras funerarias, un adolescente acaba de defecar..."

Las piras arden, el humo se levanta, el olor se reconcentra. Empezamos a caminar por las callejuelas espléndidas e infectas de uno de los barrios aledaños; hay pequeños templos en casi todas las esquinas, con toscas estatuas de colores chillantes, adornadas con guirnaldas de flores rojas y amarillas. Impúdicamente, observamos a una mujer vestida de un sari color bermellón que reza, llora e increpa a Shiva; nos impiden el acceso a un conjunto de templos; seguimos caminando, las perras sarnosas dejan caer sus tetas purulentas; subimos a una tienda de sedas, desde allí se contempla la cúpula dorada de una mezquita. ''Ha habido -nos explican- reyertas entre hindúes y musulmanes". Nos muestran las sedas y no compramos; me lavo las manos con un gel -Wal Mart, Coyoacán-, le ofrezco un poco al dueño del almacén; indignado, me contesta: ¡No se imagina, señora, cuán limpias tengo las manos!"

Regresamos al hotel a desayunar. No comemos, devoramos: me averguënzo. Cerca de Benares, Sarnath, un lugar venerado por los budistas; aquí, Siddharta Gautama -Buda, ''el despierto"- pronunció su primer sermón y puso en movimiento la rueda de la ley. En el santuario repleto y reconstruido en el siglo XIX, una peregrinación de budistas norteamericanos cumple con una ceremonia ritual, ofrecen té verde en termos de plástico; van vestidos con túnicas encarnadas y los brazos descubiertos, parecen luchadores de sumi.

Las ruinas principales construidas dentro de un hermoso parque. Destaca el -¿la?- stupa llamada Dharma Chakra; se dice que el Buda pronunció en ese sitio su primer sermón: es una torre cilíndrica de 35 metros de altura, adornada con bajorrelieves y estatuas. Circundándola, varios peregrinos, la mayoría, mujeres de edad avanzada; nos impresiona en particular una, casi anciana, reza en voz muy alta, totalmente ensimismada, se hinca y se prosterna, una y otra vez, dando interminables vueltas alrededor de la stupa. En tierra y con los brazos extendidos, me recuerda a las monjas que cumplían con sus flagelaciones rituales en los conventos novohispanos.

Casi todos los monumentos que en Sarnath alberga el parque fueron construidos entre los siglos III y XII. Nos toca ahora visitar un templo donde se profesa el jainismo, una variante del hinduismo que concentra apenas 1 por ciento de la población y practica de manera sistemática la no violencia. Sus templos son pequeños y armoniosos; los creyentes se aferran a una severa disciplina para no causar daño a ningún ser ni elemento. En Delhi, un hospital de pájaros jainita. En el primer piso, los pájaros malheridos ocupan pequeñas jaulas donde se les otorgan cuidados especiales; en los pisos superiores se alberga a las aves que empiezan su recuperación y, en el último piso, en jaulas semejantes a las de los zoológicos, dispuestas a emprender el vuelo, las que casi están curadas.

A lo largo de nuestro periplo por la India fuimos encontrando peregrinos jainitas, en Ellora, en Bombay, cerca de la casa de Gandhi; en el sur, visitamos Belur y Halibid, variantes delicadas y ascéticas de los templos eróticos de Kajuraho. En Sravanabelagola, provincia de Karnataka, un Buda de 18 metros de altura, totalmente desnudo; preside un santuario en la cima de una montaña. Babu, el chofer hindú, no comprende nuestra negativa a escalar los 525 escalones que nos separan de ese esplendor. Preferimos admirarlo desde lejos.

 
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