Usted está aquí: miércoles 23 de febrero de 2005 Opinión El síndrome de Lot

Néstor Bravo Pérez

El síndrome de Lot

Estamos en un momento de la historia que nos ubica en una disyuntiva parecida a la que se representa en la bíblica escena de Lot y su mujer. Voltear a ver la catástrofe puede ser terrible, se puede entender como un atrevimiento, como un desacato y puede ser castigado severamente. El arrojo de la mujer al voltear a ver el desastre de la destrucción contraviniendo los designios divinos le causó la muerte. Podemos pensar que ella fallece por desobedecer la palabra del creador o que su muerte no es tal y no es otra cosa que una asimilación, un devenir en caos. Ver es ser y en ese sentido la mujer de Lot se diluye en lo observado para perder toda característica humana e insertarse en la destrucción. Lot por su parte evade y huye en un afán de sobrevivencia.

¿Es esto una parábola que denuncia la sumisión? En la debacle de Sodoma ver la destrucción realizada por dios (a saber si es una destrucción divina, lo cual le da otro carácter: ser entendida con la oximorónica idea de que existe una redentor asesino así como la posibilidad de incluir a la Biblia en la historia universal de la infamia) era morir, así lo indicó JVH y la mujer corrió el riesgo. Tener la conciencia de que se estaba generando un absurdo -matar para liberar- equivalía a una sentencia de muerte. ¿Qué vio la mujer de Lot? ¿El ajusticiamiento de los que decidieron ser en su diferencia a pesar de la indicación divina, de la orden celestial que los obligaba a un comportamiento que no iba con su cultura? ¿Vio la destrucción de una ciudad para regocijo de la piedad divina que enseña matando? ¿Vio un castigo ejemplar, un aleccionamiento? Lot, obedeció, dejó de mirar, nunca volteó la cabeza para saber lo que pasaba y después sólo fue capaz de imaginar los hechos, de generar un doble de la realidad que le satisfizo en la medida que le permitió sobrevivir. Qué pena le embargó al dejar a su mujer sembrada, rígida en la tierra, asentada en los escombros del genocidio cuando él por fin pudo salir de la muerte y hacer signo de la ausencia.

¿Valía la pena hacerlo? En principio le permitió la sobrevivencia y quizá la posibilidad de hacer la historia de los hechos. Sin embargo, nadie sabe bien a bien qué fue lo que pasó, quién sobrevivió a la debacle. La historia es ambigua y se basa en criterios morales: es el traje a la medida. Podemos pensar que Lot huyó traicionando al mismo tiempo que negó su identidad. Mirar, en su caso, promovió la dicotomía permanencia-muerte, la posibilidad de continuar vivo a pesar de hacerlo en el destierro, en un exilio que buscaba desaparecer todo vínculo con el pasado, crear una ficción mediante una política de relaciones basada en la semejanza.

De qué sirvió a Lot no mirar, huir de la guerra que aniquilaba una moral para imponer otra igual de severa y ambigua. Lot se exilia para procrear en el incesto con sus hijas, instalando una moral endogámica.

Estamos transitando por una etapa que nos obliga a elegir: ver o no ver, he ahí el dilema. Los acontecimientos se suscitan creando una gran expectativa; pensamos que nos engañan y que para lograrlo acuden a la sobreinformación. Tanto dato obnubila nuestra mirada creando espacios enormes e inhabitables, se sobredimensionan los hechos, el territorio se torna incomprensible no por la ausencia de información sino por la catástrofe de la abundancia. No vemos y como Lot huimos antes de tratar de comprender el carácter de lo que ocurre aquí y ahora, creemos que somos capaces de prever, de anticiparnos a los hechos y la única certeza que obtenemos es la de lo imprevisible. Desde el espacio de lo incierto creamos, desde ahí hacemos arte, ansiosos por anticiparnos a lo que ocurra tratando de transformar, de hacer signo ese caos que se asoma y amenaza con desaparecernos, tratando de comprender al otro infinito.

La ignorancia nos mueve pero nunca hacia la posibilidad de quedar transformados por la catástrofe, evitamos el presente inmediato. Y qué papel está jugando el arte en estos tiempos y ante esta situación. ¿Existe una estrategia artística que nos permitiría acercarnos a la realidad para poder elegir y tomar postura? ¿Existe la intención de que el arte se involucre en el desvelamiento de la realidad en toda su crudeza y en su complejidad política? No hay tal, pensaría yo, sobre todo porque vivimos afectados por el síndrome de Lot.

 
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