Jornada Semanal,  domingo 20 de febrero  de 2005                núm. 520

Luis Tovar

¡ÁNIMO!

La Cineteca Nacional acaba de publicar uno de esos libros por cuya llegada se suspira, cuya carencia se padece y cuya necesidad queda fuera de toda duda: se titula El episodio perdido. Historia del cine mexicano de animación y con él su autor, el sorprendente Juan Manuel Aurrecoechea, no hace, como bien apunta Carlos Carrera en el prólogo, "el primer trabajo sobre la animación mexicana, pero sí el más completo".

Coautor hace casi dos décadas, junto con Armando Bartra, de Puros cuentos, enorme rescate de la memoria de la historieta mexicana, en esta ocasión Aurrecoechea retoma, ordena y amplía la investigaciones sobre la animación en México realizada, entre otros, por el mítico animador Carlos Sandoval, Gloria Reverte, Manuel Rodríguez, Lucía Morgan, Laura Rodríguez Núñez y Martha Verónica Ocampo. El resultado es espléndido.

El autor divide la obra en seis capítulos: La apropiación de la técnica (1927-1939); Territorio panamericano (1940-1949); Televisión, publicidad y anticomunismo (1950-1959); El país de la maquila (1960-1969); Tiempo de largometrajes (1970-1979); La contracultura animada (1980-1989), y finalmente ¿Canto de cisne? (1990-2002). Además de una Adenda en la que da cuenta de las novedades en el medio en 2003 y 2004, el libro contiene una filmografía histórica del cine mexicano de animación, es decir, un listado de las fichas técnicas de las 135 animaciones que el autor pudo registrar como producidas en los sesenta y siete años que corren de 1935 a 2002. Se completa la obra con dos bien nutridas listas de fuentes bibliográficas y hemerográficas, un catálogo de documentos inéditos consultados y una relación de las entrevistas que el autor llevó a cabo entre 1996 y 2002.

El resultado, vale la pena insistir, es magnífico, y entre muchos otros propósitos servirá para evitar un despropósito: el que comete Todomundo cuando sucede la rareza de saber terminado un largometraje mexicano de animación, consistente en creer que se trata del primero cien por ciento nacional. Es verdad, como afirma Carrera y documenta Aurrecoechea, que los largos mexicanos de animación se cuentan con los dedos de una mano –son seis, en realidad–, y que hoy en día acceder a ellos en calidad de público espectador es poco menos que imposible, pero precisamente para que el olvido no nos gane, El episodio perdido dedica buena parte de su quinto capítulo a la historia de quiénes y cómo filmaron los primeros tres de ellos, todos en la década de los años setenta: Los tres reyes magos (1974), Los supersabios (1977) y Roy del espacio (1979-1982).

También es útil para que propios y extraños se enteren, con todos los pormenores posibles, del verdadero nacimiento del cine de animación mexicano, que arranca en 1927 con Miguel Ángel Acosta y sus "más de doscientas películas animadas con duración de unos cuantos segundos cada una".

A partir de la fama internacional de la que más de una década después de haber sido producida sigue gozando El héroe (1994), de Carlos Carrera, la más exitosa película mexicana hecha por un mexicano –no es pleonasmo, pues ahí está, sin ir más lejos, Los olvidados–, la animación mexicana está conociendo un periodo de relativo esplendor: Sin sostén (1998), Malapata (2000), Hasta los huesos (2001) y La historia de todos (2003), son algunas de las producciones que, en tiempos recientes, "han puesto en alto el nombre de México", como le gusta decir a políticos, autoridades y deportistas. Pero ese buen estado de salud, que se refleja en la incontestable calidad de los cortometrajes citados más una –por fortuna– numerosa lista en la cual cerca de la mitad corresponde a producciones realizadas en los últimos doce años, tiene antecedentes, tendencias identificables, pioneros heroicos, decenas de proyectos truncos y cientos, si no miles de anécdotas.

Comenzando por Salvador Pruneda, Bismarck Mier, Salvador Patiño, Alfredo Ximénez y Carlos Manríquez, a quienes el autor identifica como los verdaderos iniciadores del dibujo animado nacional, El episodio perdido registra los ires y venires de quienes a lo largo de siete décadas han transitado del cine a la publicidad a la televisión al cine de nuevo y vuelta a empezar. Las compañías que se fundaron, como el Estudio ava que vivió hasta 1939, el combativo, setentero y bolivariano taac –Taller de Animación, A.C.–, que hasta en comuna se convirtió, al que se le debe la legendaria Crónicas del Caribe, cuya elaboración comenzó en 1977 y concluyó hasta 1982, y muchos más, imposibles de consignar en este pequeño espacio.

El episodio perdido es una gozosa y agradecible recuperación de la memoria fílmica, lo cual no es poco en un país tan desmemoriado.