"¿POR QUÉ AGOTASTE LA COPA DE LA VIDA?"
A menudo, uno suele ser capaz de reconocer la obra de un pintor en particular por aquellos cuadros que lo han hecho famoso, porque su leyenda se ha hecho lo suficientemente atractiva como para llevarlo al cine y, en consecuencia, popularizarlo en carteles y películas habladas en inglés. Así, no es difícil escuchar a alguien distinguir, atinadamente, una obra de Rivera de una de Orozco –aunque sus enormes dimensiones las pudieran confundir–, o señalar que una de las cosas que caracterizan a Adolfo Best Maugard es el ojo distintivo en sus pinturas que parece mirarlo todo y seguir al espectador a donde éste se mueva. Sin embargo, cuando se trata de hablar sobre Miguel Covarrubias las cosas suelen complicarse para el gran público, y quizá uno que otro recuerde que tal es el nombre de una de las salas del Centro Cultural Universitario, pero rara vez sabrá la razón. Pocos también atinarán a decir que él fue el descubridor de la cultura olmeca y menos aún podrán mencionar los títulos de los libros que escribió.
Miguel Covarrubias. Vida y mundos ofrece tres cosas principales en sus páginas: sin ser una biografía cuadrada como ya decíamos, sí ofrece los datos biográficos de tan colorido personaje; en segundo lugar, traza la vida intensa de un hombre que se debatió entre sus grandes amores académicos y sus no menos importantes amores carnales –Rosa Rolando, bailarina diez años mayor que él a la que conoció en Nueva York y que sería su compañera de viajes y de vida, y Rocío Sagaón, otra bailarina de apenas diecisiete años, que apareció en su camino cuando Miguel ya contaba con más de cincuenta; y, en tercer orden, deja que hablen de Covarrubias no nada más los datos fríos y la propia autora, sino personajes destacados de la cultura mexicana de la primera mitad del siglo xx que siguieron a este dandy de la plástica por todo México y Nueva York, pero que, ante todo, fueron sus amigos y hablan de él como cálido ser humano antes que como frío intelectual. La carátula del libro es engañosa. Al verla, uno esperaría encontrar de seguro un libro de pintura, no una invitación a tomar la mano de un guía (o de muchos en realidad) para seguir igual a Alfonso Caso recorriendo la sierra de Oaxaca hasta llegar a Monte Albán, que al propio "Chamaco" Covarrubias (como lo apodó Luis Hidalgo) por Tlatilco y hasta Bali. Adolfo Best Maugard, "su cuate del alma", lo recuerda en el departamento que compartían en Nueva York azorado con la belleza de Rosa Rolando, a la que el mismo Best Maugard trataba de conquistar; mientras tanto, Octavio Barreda señala una de las grandes contradicciones en este personaje: con el éxito que tuvo con sus caricaturas en Estados Unidos, tenía el dinero y el prestigio suficientes para codearse con la crema y nata de la alta sociedad neoyorkina, como los Vanderbilt o los Rockefeller, pero lo que realmente lo atraía era la simpleza de las clases bajas, de los negros en la urbe de hierro –se dice que Negro drawings, uno de sus libros de caricaturas, hizo famoso al ahora mítico barrio de Harlem–, de las mujeres y los niños en las islas del Pacífico, de los pueblos indios de su México natal. Tanto se sentía cercano a la gente común que, cuando enfermó, quiso que lo llevaran al Hospital Juárez para indigentes en vez de pagar una clínica privada. Sería muy largo describir a todos los Covarrubias que Diego Rivera, Justino Fernández, Harry Block o la propia Rosa Rolando describen en las entrevistas que originalmente aparecieron en el suplemento México en la Cultura de Novedades, cuando era dirigido por Fernando Benítez. Ya hemos mencionado las tres lecturas que se pueden hacer del libro... pero no debiéramos dejar de señalar que Miguel Covarrubias. Vida y mundos es, aparte del relato de vida del autor de Mexico South, un gran mural sobre su mundo, amplísimo como el planeta entero, pero centrado primero en la Nueva York de los veinte y treinta, cuando se paseaban por la Quinta Avenida y el Parque Central todos los escritores y pintores que se reunían en torno al desterrado José Juan Tablada, y después en el México de los años cuarenta y cincuenta, cuando nuestro país era "una piñata llena de sorpresas y todos podíamos darle sin perder el tino". Sorprendente es quizá lo menos que
se puede decir de la muerte de Miguel Covarrubias a la edad en la que otros
apenas están creando lo más sólido de su obra. El
"Chamaco" abarcó muchas áreas y tal vez eso lo agotó
pronto, más todavía que su tardío debate amoroso entre
sus dos bailarinas. Y como lo dice la propia Poniatowska, ante el mural
de la vida de Miguel Covarrubias, más que apropiada resulta pues
la pregunta de Pablo Neruda ante otro mexicano de gran recuerdo, Silvestre
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