Usted está aquí: viernes 11 de febrero de 2005 Cultura El Quijote y el tiempo

José Cueli

El Quijote y el tiempo

La existencia del sujeto (juego de fuerzas) si bien se manifiesta en exaltación, está enraizado en memoria y en aquello que le subyace, sostiene y agita. Un lugar que acusa, porque siente el punto de gravedad y levedad donde yace el sentir originario desconocido. Sentir originario que consiste en sentirse. Esto se halla magistralmente desplegado en El Quijote.

El Quijote es tan moderno y actual que representa la crítica al sujeto de pensadores como Benjamin, Adorno, Derrida, Bataille, Foucault y Deleuze. No tiene origen, porque el hombre no ha permanecido solo originalmente frente a su objeto. Lo que emerge es el momento de duda del ser o no ser de las cosas, de la llamada realidad y su capacidad de ordenar y hacer que lo que pasa y está pasando sea como si no fuera. De esta duda en la que se sitúa el origen del pensamiento.

Descartes hace emerger la existencia del sujeto pensante: ''Dudo porque pienso, y si pienso existo como pensante''. Es un orden que mana del sujeto, más a condición de que éste no se abandone a su capricho, a la imaginación, al arbitrio y siga fielmente su condición de ser pensante.

Freud, expresado en El Quijote, va más lejos de una conciencia basada en la razón que descansa en algo que envuelve objeto y sujeto. Tiene conciencia y no del tiempo, de la búsqueda de algo perdido, la falta, origen de la memoria, la memoria como la primera forma de visión que permanece como sostén y guía, por lo que se hace perentorio recordar, ver nuevamente (como le sucede a Don Quijote).

Sin esta visión, lo vivido no tendría en verdad carácter de novedad aunque sorprendiera al llegar. Por tanto asunto de traducción, transcripción y transliteración en una máquina apenas imaginable: el aparato síquico descrito por Freud en Proyecto de una psicología para neurólogos sumado a la concepción del Block maravilloso.

Todo lo vivido, toda la vida, sería un simple y llano pasar sin renacer. Así el sicoanálisis, El Quijote, son fluir del tiempo y memoria inasibles. Porque sin renacer, nada es del todo vivo. Visión en el recuerdo gracias a una condensación del tiempo. La condensación de todo lo que reaparece en el tiempo necesita, para tener cierta forma, y todo lo velado por el tiempo requiere, para rasgar ese velo, de su fugacidad, velo sólo rasgado por algo que hiere al sujeto. Si no lo hiere la imagen que intente reaparecer quedará opacada por la marcha del tiempo que al correr no permite que se haga presente, y entonces los sucesos pasan al pasado sin haber sido nunca presentes; entonces el tiempo no sería ni siquiera sentido.

Así surge el lenguaje, sólo tiempo, perecedero y caedizo, sujeto a circunstancias y situaciones: tiempo que es la base del sicoanálisis, tiempo del cual ignoramos su origen.

El Quijote como sicoanálisis es el fluir infinito de la espera, no la creación de una obra momentánea. El Quijote se repite en cada instante y es creado nuevamente por el lector al igual que cada sesión analítica, pues como dice Heráclito: ''El mundo a veces se incendia y a veces se constituye a partir del fuego, por ciertos periodos de tiempo, en los cuales, con medidas se incendia y con medidas se apaga".

El centro de El Quijote, movido por el sueño de la libertad, no se da por vencido aunque lo está, prosigue su liberación y se le escapa de las manos al autor; y es él alguien que se ha ido, se está yendo para siempre. El Quijote pone en marcha un sueño inmóvil. Sale del camino y se va por el mundo estableciendo la justicia que le da libertad a la par que se va liberando. Todo esto en un tiempo laberíntico, poseedor de plurales dimensiones y no sólo las del tiempo sucesivo, que no es sino sólo una de las modalidades del tiempo.

 
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