Usted está aquí: jueves 10 de febrero de 2005 Opinión El capote (abre los ojos al éxito)

Olga Harmony

El capote (abre los ojos al éxito)

Verdad de Perogrullo, la construcción de un cuento es en todo diferente a la construcción dramática, lo que no tuvo en cuenta Antonio Castro al adaptar a escena, en lo que me parece que es su ópera prima, El capote, el cuento de Nicolai Gogol al que se atribuye el nacimiento del realismo en la literatura rusa. Existe un gran desnivel en las dos partes de la triste historia de Akaki Akaievich Bashmackin, la del burócrata tímido y sumiso y la de su triunfo gracias a su capote nuevo, el despojo que sufre y su final. Asimismo, existen escenas que sobran desde el punto de vista de la acción dramática, como es la del nacimiento del protagonista y sobre todo la canción del monigote que se pretende sea Akaki niño. Además, la narración de la historia que van haciendo algunos personajes y que se inicia con Bobchinski, su compañero de oficina, se hace a un lado, se olvida y desaparece. No es un buen texto y, contradictoriamente, sirve de base para una brillante escenificación que dirige el propio adaptador.

Lo que en la adaptación es una rémora, la excesiva fidelidad al original, en el montaje resulta un acierto, ya que se presta para contrastes entre lo que se dice y lo que se ve. Me explico. No se ha cambiado en el texto ni lugar, la antigua Rusia, ni época, el siglo XIX, los nombres son los mismos, y sin embargo estamos ante una oficina del México contemporáneo en la escenografía y vestuario realistas de Mónica Raya, que se convierte en la casa de Akaki, el local del sastre, la casa de la jefa. El capote es un capote decimonónico y se dan inteligentes datos, como que el copista del cuento sea el encargado de sacar las copias de una moderna copiadora (que en un momento dado será una plancha a vapor) y negarse a un ascenso porque le gusta la caligrafía, la el modo en que las letras se van formando, lo que ya no ocurre en la actualidad con máquinas de escribir o computadoras. Esta aparente contradicción nos ofrece dos realidades, la de Gogol y la nuestra, y de alguna manera nos informa que la condición de la burocracia se mantiene impertérrita con todos sus vicios, su escalafón, los organigramas de cada empresa, lo que en entrevista con Arturo Cruz Bárcenas para este diario el autor y director llama, de manera más coloquial que freudiana, complejos.

Si la burocracia poco ha cambiado en siglo y medio, el éxito o el fracaso que da la apariencia es hoy mucho más acentuado como lo constatan los hábitos que sí hacen al monje actual. La farsa grotesca deviene en farsa trágica, aun con todo lo dicho al principio y el desequilibrio antes apuntado. La crítica de Gogol, que fue burócrata una temporada y que nosotros podemos aplicar, ya sea en una oficina o en cualquier centro de trabajo, se mantiene sobre todo gracias a la agilidad y buen trazo de la escenificación y al excelente desempeño de los actores, quienes junto a director y escenógrafa han conformado un nuevo grupo, el Bulldog teatro, coproductora junto con el Fonca de este montaje.

El ritmo impuesto a los actores, sobre todo a Diego Jáuregui y a Clarissa Malheiros que hacen varios personajes con sus respectivos cambios de atuendo y de pelucas, es muy ágil y contrasta con la tímida apatía de Akaki, aun en la escena primera, en que casi no hay cambios de personaje, y tanto Bobchinsky como Dobchinskaya (y es muy curioso que Gogol repita los nombres de Bobchinsky y Dobchinsky, los atarantados personajes de El inspector) fingen trabajar mientras lanzan burlas a su compañero. Las convenciones se establecen y la escenografía da lugar a otros sitios, a una calle lluviosa, un escritorio se transforma en horno de gas, la ventana, cuando las persianas se descorren, muestra atrás la oficina de la jefa o un cuarto de baño.

No es infrecuente que actores hagan varios personajes, pero aquí se trata de dos en verdad de primera. Diego Jáuregui se luce en todos, sobre todo como Bobchinsky y el sastre, los de mayor peso en la historia, aunque cause hilaridad su caracterización de Judith. Clarisa Malheiros como Dobchinskaya, la casera, la jefa y las fugaces muchachas de la fiesta y otros, todos muy diferentes entre sí, demuestra toda su capacidad actoral. Rodrigo Vázquez hace un Akaki inmejorable matizando de la timidez a la asombrada complacencia y a la desesperación final. Arturo Adriano cumple con gracia su pequeño papel de intendencia.

 
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