Usted está aquí: miércoles 9 de febrero de 2005 Opinión ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Tres cantinas de San Angel

Ampliar la imagen En el Centro de San Angel FOTO pedro valtierra

PARA ALGUNOS, SAN Angel es una suerte de miniparaíso empedrado y selecto donde de repente se puede comer y beber bien (pensemos en el nuevo Capicua , en el clásico Taberna del León , en los ponedores Chamorros de San Angel ), y presumir la respingada nariz; para otros es un remanso cultural y libresco con museos, galerías y el resto de la parafernalia respectiva, además de una masonería supuestamente culta a prueba de nacos; para otros más es una forma de ejercer el turismo sin salir de la capital, y se permiten atuendos floreados los sábados por la mañana en un bazar de "artesanías" caro y poseur. Para Antrobiótica, acaso por fortuna, San Angel no es nada de eso pero alude interminablemente a Gabriela S.: recorríamos Frontera para acceder a lo que era su casa, desmantelada por persecuciones jurídicas; caminamos por Altamirano en el frío de noviembre y en el minucioso calor de julio; hicimos de la Raclette una resignada costumbre, una como enfermedad que a veces extrañamos; la vi cerca del desmayo resacoso, un sábado, en Plaza Loreto; un 14 de septiembre, en la esquina de Privada de Cuauhtémoc y Morelos me dijo palabras que yo creí que no podría olvidar (pero fue hace mucho, y la mente es porosa para el olvido), palabras que son símbolo de cosas que acaso he perdido para siempre (algo sí recuerdo: estábamos recargados en su nave, el sol de las tres de la tarde como esperando la implosión de dos cuerpos pequeñitos en la pobre Tierra).

ESTAS TRES CANTINAS también quieren decirla a ella, también tienen sus huellas en puertas y en vasos; también recurro a ellas (hace poco, ayer, pronto) para buscarla o evocarla...

UNO. LA PROVIDENCIA. Es una de las antiguas glorias de San Angel: su decoración deja todo que desear, pero hay teles, el servicio es amistoso, platicador y conocedor del arte de escuchar, y sus tragos están muy bien servidos y a buenos precios (recordemos que éste es el imperio del Bacardí blanco y las reconfortantes, inigualables, piedras); de su carta, que comparte no demasiado secretamente con el Salón Luz, no hay que eludir la notable carne tártara, con todos los cuidados de las versiones más elevadas. ¿Qué mejor acompañante de una cuba elemental? La dirección es Plaza del Carmen 1 (sobre Revolución) y el teléfono: 5616-4782.

DOS. LA CAMELIA. En esta cantina (Madero 3, plaza San Jacinto; 5616-4668) casi todo es pose: los carteles de la Chiquitibum, el retrato de Pompín Iglesias, la rocola con Massiel y Paulina Rubio, las insoportables inscripciones en sus baños (cómo se extrañan los sencillos albures, las agradecibles mentadas, cuando la pared está manchada de Carlos Fuentes, García Márquez y Los Folkroristas); más lo es el hecho de que la pueblen por la noche chavitos que se sienten jefes regodeándose en el kitsch. Ni modo: la mejor hora para ir a La Camelia es después de las 12 y antes de las 2 de la tarde, cuando todavía no se parece a la cafeta de la Ibero, y los niños no han llegado con sus camisetas de las Chivas o del Barça para ligar con güeritas en tank tops.

TRES. LA INVENCIBLE. He aquí la joya máxima de la cantinez sanangelina. La Invencible es un sitio pesado: para los hombres solos, para aquellos cuya alma semeja un trapo desgarrado que alguien usó para limpiar el piso de alcohol, para los que se quedan dormidos como bebés sin cartera a la mitad de una conversación, los que eructan en tu cara o aman u odian tanto a la vida que piensan que ya va siendo hora de utilizar la navaja. La dirección es Doctor Gálvez 7, atrás del mercado, y el teléfono, francamente, para qué serviría. (Aquí nunca he estado ni estaré jamás contigo, Gabriela querida. Aquí, mejor, vendré a hablar de ti, diré que hubo un tiempo, hace mucho, en que el mundo era una resplandeciente madrugada que tú no quisiste compartir conmigo.)

Decepción antrera: stop celebrating!

MAURICIO GONZALEZ, ANTROBIOTICO espeso cual veneno de escorpión amarillo y peligroso como bala perdida en un cuarto hecho de acero, escribió recientemente: 'Antros rutinarios. No hay antros de interés en la ciudad de México. Hay, eso sí, una infinidad de lugares en los que se escucha música electrónica sacada de Telehit y se beben carísimos martinis de segunda (el modelo Cafeína ); algunos afterhours en los que uno puede sobrellevar la tacha mientras convive con teiboleras rusas y gangstas tepiteños con una extraña fascinación por el brandy Torres con cocacola (el modelo Continental ), y unos cuantos lugares megaincómodos donde se puede escuchar en pésimas condiciones a una mala banda de rock (el modelo Bulldog ). Más no hay. ¿Habrá algún día?' Cuánta razón y, ai nomás, para alimentar nuestro pesimismo.

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