![]() NAIEFYEHYA TORTURA (II DE III) CLÁSICA, LIGHTO CIENTÍFICA LA CONSISTENCIA DE LA INUTILIDAD La tortura, como la pena de muerte, ha demostrado consistentemente durante milenios su inutilidad como método de disuasión o prevención del crimen. Así como tampoco ha servido, más que en casos aislados, para resolver crímenes. La mayoría de los expertos coinciden en que la tortura conduce mucho más a menudo a que el sujeto diga lo que el torturador quiere oír a que diga lo que sabe (en caso de que sepa algo). El torturado hará cualquier cosa con tal de detener el dolor o bien caerá en shock y dejará de ser útil a los torturadores. La tortura sólo funciona como método de venganza, desahogo de la frustración y el odio en contra de un grupo, una clase o un enemigo. Asimismo, funciona como terrorismo, para intimidar a las masas aunque no pueda disuadir a quienes están dispuestos a cometer actos de violencia. Para muchos, los actos cometidos por los carceleros de Abu Ghreib no son gran cosa si se les compara con viejas torturas tradicionales, como el ling chi o desmembramiento lento que se practicaba en China, la amputación de extremidades, arrancar uñas o hervir a los subversivos (práctica usada supuestamente por los servicios de inteligencia de Islam Karimov, el presidente de Uzbekistán, uno de los aliados consentidos del régimen Bush). Son escasos los países que no utilizan métodos crueles y sádicos para obtener confesiones de presos. Pero debemos tomar en cuenta que las técnicas aplicadas hoy en Irak, Afganistán, Guantánamo e Israel son ejemplos de tortura "científica". TICKING BOMB: EL TIC TAC DEL TERROR Al desatar su "guerra contra el terrorismo", Bush, Rumsfeld, Wolfowitz, Perle y el resto del culto neoconservador requerían de una justificación legal para poder torturar a los capturados para obtener información acerca de Al Qaeda y otras amenazas terroristas. Su justificación se basa en buena medida en la bobalicona y hollywoodense hipótesis de la "bomba a punto de estallar" (uno de los argumentos favoritos de la inteligencia israelí): la policía tiene a un terrorista que sabe dónde está una bomba y la única esperanza es hacerlo confesar a tiempo. Pero la realidad nunca ha sido un obstáculo para que Bush implemente políticas delirantes, por lo que los asesores legales de la Casa Blanca teclearon los infames memorándums con que se justificó legalmente la tortura al racionalizarla por encima de tratados internacionales (incluyendo el artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). El autor del más célebre de estos documentos fue Alberto González, quien ahora ocupa el cargo de fiscal general de la nación. Dado que la constitución condena el uso de la tortura, González simplemente redefinió el concepto para que significara "procedimientos que produzcan dolor de una intensidad comparable a la que acompaña serias lesiones físicas como la muerte o la destrucción de órganos". Pero González, quien también aventuró que la Convención de Ginebra era una antigüedad curiosa, no estaba solo: el candidato a la secretaría de seguridad de la patria, Michael Chertoff, asesoró a la CIA al respecto de los límites que debían respetar los agentes para no ser acusados de crímenes contra la humanidad. Y Jay Baybee, el director del departamento de asesoría legal del Departamento de Justicia escribió que el presidente podía "legalmente" ordenar la tortura de un detenido por encima de leyes nacionales e internacionales y que cualquier medida o acción del Congreso que interfiriera con este poder, "debería ser considerada anticonstitucional". Las recientes guerras estadunidenses son conflictos políticos, por lo que al sabotear su justificación moral ya sea al torturar, bombardear civiles o destruir ciudades para salvarlas (como Fallujah) el ocupador pierde toda legitimidad y con ella pierde la guerra, ya que el triunfo consiste en la "conversión ideológica y política". DEPARTAMENTO DE TORTURA Alan Dershowitz, el conocido abogado (que
se hizo famoso internacionalmente por el famoso caso Von Bulow y el filme
basado en él, de Barbet Schroeder) y académico de Harvard
(cuyo reciente libro The Case for Israel, 2003, fue desnudado recientemente
por Norman Finkelstein como un plagio al fraudulento ensayo propagandístico
de Joan Peters, From Time Immemorial: The Origins of the Arab-Jewish
Conflict Over Palestine), se reveló como un feroz defensor de
la tortura, con el argumento de que, como de todos modos ésta va
a tener lugar, es mejor legislarla. Lo que el abogado no considera es lo
que implica crear instituciones dedicadas a la tortura. Entre otras minucias
a resolver, aparte de contratar y preparar torturadores, se debe decidir
dónde situar los límites de lo permisible. ¿Se vale
dar toques en los genitales, el "submarino" en un excusado repleto de heces,
violar esposas e hijos, o nada más se permite hablarles feo a los
detenidos?
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