La Jornada Semanal,   domingo 6 de febrero  de 2005        núm. 518

Mauricio Schoijet

A cien años de la 
primera gran 
revolución del siglo XX

La conmemoración de eventos revolucionarios no es frecuente dentro de la atmósfera neoliberal, que quisiera hacernos olvidar que hubo revoluciones, o hacernos creer que todas fueron innecesarias, inútiles o contraproducentes. Muchos suponen que ya no habrá más revoluciones, que no son más que antiguallas de una historia que ya ha sido superada. Creo que son ilusiones, y que es oportuno recordar algunos de estos eventos que sacudieron al mundo.

En 1905 Rusia era el país más atrasado de Europa, con una mayoría de población campesina analfabeta, gobernada por un régimen autocrático. Sin embargo, había experimentado una acelerada industrialización. El Imperio zarista era además una cárcel de pueblos, con nacionalidades oprimidas como los polacos, judíos, estonianos, lituanos, alemanes del área del Báltico, finlandeses, georgianos, armenios, uzbekos, etcétera, sometidas a una rusificación forzada. El primer intento de una revolución democrática había sido aplastado en 1825, pero las demandas democráticas resurgieron a comienzos de la década de 1860. En 1861 fue abolida la servidumbre. Fue el últmo país de Europa en que aún se mantenía. También se desató una represión masiva contra los estudiantes, que constituían la parte más visible del movimiento democrático. En 1893 la burguesía francesa, que había olvidado totalmente las reivindicaciones democráticas de la gran revolución de 1789 para hundirse en la charca del imperialismo, firmó la alianza franco-rusa, que pretendió darle respetabilidad al régimen más bárbaro de Europa. Desde la década de 1870 se formaron varias organizaciones revolucionarias clandestinas, que comenzaron a llevar a cabo acciones terroristas contra funcionarios del Estado.

En 1881 los así llamados narodniki (de Narodnaia Volya, voluntad del pueblo) mataron al zar Alejandro ii. En respuesta el gobierno organizó a grupos de matones que se lanzaron a los pogroms, es decir asesinatos y saqueos en los ghettos judíos, en cien ciudades en que fueron masacrados cuatro mil. Un provocador policial escribó "Los Protocolos de los Sabios de Sión", delirante patraña acerca de una conspiración judía mundial para apropiarse de los principales resortes del poder político y económico. La represión no detuvo al terrorismo contra el Estado. En 1898 fue asesinado un ministro, en 1904 lo fue el del Interior, Plehve, principal responsable de los pogroms. Hacia la década de 1890 ya eran decenas de miles los trabajadores que hacían huelgas, a pesar de que eran ilegales. Hacia los primeros años del siglo xx también se produjeron rebeliones campesinas. La guerra contra Japón, en 1904-1905 fue un desastre para la autocracia, que avivó el descontento en amplias capas sociales. 

El 22 de enero de 1905 los trabajadores organizados por un provocador policial, el cura Gapón, llevaron a cabo una gran manifestación en San Petersburgo para presentar varias demandas políticas y económicas al zar. En una fase primitiva del desarrollo de su conciencia política, todavía no se habían liberado de la ideología de sus enemigos. Marcharon con retratos del autócrata y símbolos religiosos. Fueron ametrallados por el ejército, en lo que se llamó el "Domingo sangriento", en que más de cien perdieron la vida. 

Este acontecimiento marcó el inicio de la Primera Revolución Rusa. Lejos de aplastar al movimiento la masacre desató una ola de indignación popular, que provocó huelgas en las que participaron más de 400 mil en el mes que siguió a la matanza, en que se plantearon demandas económicas, políticas y laborales, como la jornada de ocho horas. El Partido Socialdemócrata de Rusia, fundado en 1898, se había dividido en dos fracciones, los mencheviques, que eran reformistas, y los bolcheviques, que eran el ala radical. Los segundos eran sólo algunos centenares, pero en el transcurso de la revolución llegaron a miles, que dirigieron las acciones de tres millones de trabajadores que participaron en las huelgas en los meses siguientes, principalmente en San Petersburgo, Riga y Varsovia. En el campo estallaron rebeliones campesinas en que fueron quemadas las casas de los terratenientes y distribuidas provisiones entre los pobres. En junio se sublevó la tripulación del acorazado Potemkin, uno de los barcos más importantes de la flota del Mar Negro. También se rebelaron los marinos en Kronstadt y Vladivostok. Bajo el impacto de las luchas de masas el aparato zarista dejó en parte de operar. Por ejemplo, la censura de prensa fue ignorada por los periódicos.

El zarismo intentó otorgar concesiones puramente formales, como la convocatoria a una Asamblea Consultiva, que fueron rechazadas por los revolucionarios. En mayo apareció un primer Soviet en Ivanovo-Voznesenk, centro de la industria textil; en octubre el de San Petersburgo. Estas organizaciones estaban formadas por representantes de los trabajadores de las fábricas. En el de San Petersburgo inicialmente participaban cuarenta representantes, que en un mes aumentaron a más de quinientos. El dirigente bolchevique Vladimir Ilich Lenin planteó que los Soviets serían la forma política bajo la cual se ejercería la dominación de clase del proletariado. En agosto se realizó un primer congreso de campesinos en Moscú. A fines de octubre el gobierno anunció varias medidas democráticas y la convocatoria para formar un parlamento. El mismo día en que anunciaba estas concesiones desató una nueva ola de pogroms. Sólo en Odessa fueron asesinados centenares.

La confrontación decisiva se produjo en Moscú, donde se sublevó un regimiento el 15 de diciembre. El Soviet local llamó a una huelga general. Después de tres días de combate en las calles se produjo la derrota de los revolucionarios, en gran parte armados sólo con armas cortas, mientras que el ejército tenía ametralladoras y cañones.

A pesar de su heroísmo, los revolucionarios fueron derrotados por actuar de manera desorganizada y no aprovechar las oportunidades favorables. A partir de la derrota de la revolución la monarquía comenzó una cruenta represión, y comenzó a recortar las concesiones, por ejemplo en cuanto al papel del Parlamento, e impuso varias limitaciones a las libertades democráticas. Las elecciones se hicieron por estamentos, dando una representación mínima a obreros y campesinos, y asegurando la mayoría para capitalistas y terratenientes.

Durante el período de reflujo que siguió hubo pocas huelgas, y algunas fueron objeto de una represión sangrienta, a pesar de lo cual siguieron, incluso durante la primera guerra mundial, cuando el gobierno amenazaba a los huelguistas con reclutarlos a la fuerza en el ejército y enviarlos al frente. Los partidos de la burguesía aceptaron totalmente la caricatura de democracia que les ofrecía el zarismo. A partir de fines de 1906 el primer ministro Piotr Stolypin implementó varias reformas destinadas a desmontar las potencialidades revolucionarias del campesinado, contribuyendo a crear una burguesía agraria a través de créditos estatales, y buscando reubicar a los campesinos de las áreas más pobres en la frontera agrícola en Siberia. Durante los años que siguieron hubo un considerable auge económico, que no pudo restaurar la legitimidad del régimen. La participación de Rusia en la primera guerra mundial fue un desastre de enormes proporciones, que puso en evidencia la corrupción e incompetencia del aparato militar que mandó al matadero a millones, lo que llevó al derrumbe la poca legitimidad que le quedaba al zarismo. En febrero de 1917 estalló la Segunda revolución rusa. Los trabajadores y la guarnición de San Petersburgo derrocaron a la monarquía. Sin embargo, los trabajadores y los soldados, por su inexperiencia política, permitieron que la burguesía ocupara el poder. Frente a la guerra, la mayoría de los partidos socialdemócratas de Europa claudicaron de la manera más vergonzosa, apoyando a sus burguesías para que los proletarios de sus países se desangraran a favor de las políticas imperialistas de aquéllas. Los bolcheviques rusos fueron la excepción, ya que llamaron a convertir la guerra imperialista en guerra civil contra sus burguesías. Aprovechando las libertades conquistadas, los obreros, campesinos y soldados formaron Soviets. Los bolcheviques conquistaron la mayoría en éstos, planteando las demandas fundamentales de paz inmediata sin anexiones ni indemnizaciones y distribución de la tierra. En noviembre de 1917 estalló la Tercera Revolución, y los bolcheviques tomaron el poder. A fines de enero de 1918 estalló una rebelión contrarrevolucionaria, financiada y con participación de tropas de la mayoría de los gobiernos europeos, y del gobierno de Estados Unidos, que dio lugar a una cruenta y destructiva guerra civil, que concluyó hasta 1920 con la derrota de los contrarrevolucionarios.

Con la Primera revolución rusa la atrasada Rusia se convirtió en el país de vanguardia del proletariado mundial. La lucha de los revolucionarios rusos inspiró luchas democráticas en países capitalistas más avanzados, por ejemplo la del proletariado austríaco, por el sufragio universal, así como rebeliones antimonárquicas en Turquía, Irán y China.

La enseñanza fundamental de las revoluciones rusas está en que mostró de la manera más contundente que el proletariado es la fuerza más poderosa que tiene el potencial para liquidar al capitalismo e instaurar una sociedad más justa y más humana.

La Unión Soviética, fundada sobre las ruinas del Imperio, pasó las más difíciles pruebas. Pudo convertir a un país atrasado y destruido por la guerra imperialista y la guerra civil en una potencia industrial y militar, que derrotó a la más poderosa máquina militar existente en ese momento, la de la Alemania nazi. Pero si la historia del socialismo en el siglo xx tuvo aspectos positivos, en otros fue una gran tragedia, por ejemplo en la colectivización forzada de la agricultura a comienzos de la década de 1930, en que la combinación de la resistencia campesina con medidas represivas causó una hambruna en que perecieron millones. El atraso de Rusia y su pesada tradición autoritaria contribuyeron a un proceso de degeneración burocrática, que también afectó a los partidos comunistas que se crearon después de la revolución, y que en algunos países encabezaron importantes movimientos de masas.

Las revoluciones rusas se encuentran entre los más grandes eventos revolucionarios de la historia y de la historia del siglo xx, entre las más grandes hazañas de las masas populares y de los revolucionarios. Vivimos en un período de reacción, en que se han difundido los delirios de los ideólogos que plantean el fin de la historia y la dominación eterna del capital y, en el caso de los del imperialismo estadunidense, la dominación de Estados Unidos sobre el resto del mundo. Pero en la historia hay períodos de avance y otros de retroceso, y no es la primera vez que una época de auge revolucionario es seguida por otra de dominio de la reacción. Porque hubo una Revolución francesa en 1789, y después de la caída de Napoléon en 1815 sobrevino hasta 1848 un prolongado período de restablecimiento de las monarquías absolutas, y seguramente hubo quienes creyeron que esta gran revolución no había servido para nada. 

Durante varios años la despiadada ofensiva neoliberal pudo avanzar en muchos países, aumentando en todas partes los sufrimientos de las masas populares a través del aumento del desempleo y de la pobreza, limitación de la seguridad social, etcétera. El capitalismo ha mostrado su incapacidad para resolver los problemas de las masas, ha derrochado enormes recursos en el armamentismo y promueve de manera tan acelerada como irresponsable una degradación ambiental que pone en peligro la estabilidad de las condiciones materiales de la reproducción de la sociedad. Sin embargo, han comenzado a multiplicarse las señales que muestran un auge de la resistencia contra el imperialismo y el capitalismo, por ejemplo en la resistencia heroica del pueblo de Irak contra la agresión imperialista; en las rebeliones de los pueblos de Argentina y Bolivia contra los gobiernos neoliberales; la ilegitimidad del sistema de partidos, que se ha mostrado en el derrumbe de éstos en varios países, en el auge del voto en blanco; y en la resistencia del pueblo de Cuba contra el asedio imperialista.