Jornada Semanal,  domingo 6 de febrero de 2005         núm. 518

JAVIER SICILIA
LA HUMEDAD DEL DESIERTO

Olivia Félix es conocida por su trabajo fotográfico. Sólo hasta recientes fechas, con La humedad del desierto (Plaza y Valdés, 2004), se reveló como poeta. El salto era de esperarse: su obra fotográfica, donde el eros femenino es mirado desde la misma feminidad, revela nuevas formas de lo real que son propias de toda poesía. En este sentido, La humedad del desierto es una continuación, por otros medios, de su trabajo fotográfico, una exploración del eros a través de los recursos del poema. ¿Pero qué explora en él? Lo único que ahí puede explorarse, el amor. Hay que decir, sin embargo, algo fundamental sobre ese amor, que Olivia, al igual que lo hizo Luis Cernuda, nunca ha ocultado: su amor, el amor que funda su universo erótico, es homosexual.

Esta característica, que en Cernuda, el Cernuda de los años treinta, el que escribió Los placeres prohibidos en una España católica e implacable, fue un acto de honestidad y valentía, en Olivia, que es hija de las conquistas de un siglo que ya no se mide por el escándalo, es honestidad, una honestidad que, sin embargo, revela un sentido: el de una doble desgarradura.

Toda poesía amorosa se funda en el deseo, y todo deseo, como el propio Cernuda lo expresó, es "una pregunta cuya respuesta no existe". Su sitio es la plenitud que siempre es nostalgia, anhelo de completud que nunca termina de saciarse y que se abre al infinito. Lo que el enamorado busca no es al otro, sino al totalmente Otro en el otro; ese otro que en su diferencia es siempre presencia y ausencia; plenitud y nostalgia. De ahí el lamento con el que Juan de la Cruz abre uno de los más altos poemas de amor escritos en lengua española: "¿A dónde te escondiste/ amado y me dejaste con gemido[...]?" Pero el amor homosexual tiene otra desgarradura más: ese otro al que busca no es su diferente, sino su semejante, un espejo que le devuelve su propia imagen. No es otra la amargura de Cernuda, que se expresa al lo largo de toda su poesía y que habla del fulgurante relámpago que por un momento ilumina la tiniebla del corazón para caer de nuevo en la realidad "[...] sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos/ que tanto he amado inútilmente [...]"; no es otro, tampoco, el grito desgarrador de Allen Ginsberg (cito de memoria): "tener que coger con una estatua/ y no poder tener hijos"; y no otro, el delicado título que Olivia da a su libro, La humedad del desierto: el amor, la dulce humedad del amor en la infertilidad de una tierra que se abre deseosa: "Tengo la realidad extraviada en un sol sin nombre [...] mi vacío es inmenso desierto." Para Olivia, es casi una constante en el amor homosexual, la doble desgarradura que la habita hace imposible que pueda encontrar reposo. Su amor, su deseo es siempre múltiple: "Creo no haber amado; aunque recuerde un pubis humedecido, un tatuaje, unos pezones o un ombligo con arete; me inspiran sin entender [...]" Incapaz de descubrir, como ella misma lo dice citando a Durrel, el ser verdadero de la mujer, su amor no es a una persona, sino a muchos cuerpos. En ellos, que se manifiestan como fuentes de energía, realidades del deseo, no ama a alguien, sino a fuerzas cósmicas que la arrebatan y excavan su hueco. Así, su poesía va de la humedad al desierto, de la idolatría a la soledad. Sufre y goza en el abismo del deseo que nunca se sacia porque el otro no es una alteridad, sino el espejo en el que contempla su propio cuerpo azorado, un desierto que busca una humedad imposible. Pasión desgarrada, siempre palpitante y abierta a la alegría del agua, la poesía de Olivia, como la de Cernuda, no es la defensa de los homosexuales –eso, como decía Paz al referirse al poeta español, pertenece al campo de las legislaciones– sino la experiencia de la pasión de un eros sin rostro que asume esta o aquella forma, siempre diferente y no obstante la misma, inalcanzable, la de Narciso contemplando su propio rostro ante el espejo.

En esa doble desgarradura, la del deseo de lo semejante, está, sin embargo, la fuerza de La humedad del desierto. En su pasión, en la doble desgarradura de su pasión, que por instantes experimenta la plenitud, La humedad del desierto nos revela el secreto que habita en toda pasión, sea homosexual o heterosexual, la elección del misterio y del vértigo; la elección que busca eso innombrable que nos trasciende y nos hace ser.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.