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Lunes 31 de enero de 2005

Violencia en Bagdad: nueve ataques suicidas y en sólo dos minutos 30 detonaciones

Vota más de 70% de la población iraquí; ausencia sunita en las urnas

Sin los sufragios de todos los sectores étnicos caerá una sombra de ilegitimidad en el resultado

"Libraremos a Irak del ejército estadunidense", aseguraban los chiítas al acudir a las casillas

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Bagdad, 30 de enero. Mientras las explosiones atronaban sobre Bagdad, ellos seguían saliendo: cientos y luego miles, familias enteras, ancianos inválidos ayudados por sus hijos, seguidos por niños, bebés en brazos de sus madres, hermanas, tías y primas. Así votaron este domingo los musulmanes chiítas. Caminaban en silencio hasta la escuela Mártir Mohamed Bakr Hakim en Jadriya, sin hablar, cruzando calles desiertas de automóviles, y la presión del aire cambiaba a su alrededor cuando los morteros vomitaban fuego sobre las embajadas estadunidense y británica y el primer atacante suicida del día se inmolaba junto con sus víctimas -la mayoría chiítas- a tres kilómetros de ahí.

Los kurdos votaron también, por decenas de miles, en tanto los sunitas -20 por ciento de la población, cuya insurgencia fue la causa principal de estos comicios- boicotearon la elección o fueron intimidados para no concurrir a las urnas. La afluencia, calculada quizá en 72 por ciento de los 15 millones de votantes registrados, representó a la vez una victoria y una tragedia.

En efecto: si bien los chiítas votaron por millones, con inmenso valor, la voz sunita de Irak permaneció en silencio, arrojando una sombra de semi ilegitimidad a la Asamblea Nacional cuya existencia se supone que dará a Estados Unidos una excusa política para desenredarse de este pequeño Vietnam de Medio Oriente.

Y sí, desde luego, se dio la violencia que todos avistábamos. Hubo nueve atacantes suicidas en Bagdad: el mayor número de insurgentes que se hayan inmolado en un solo día en cualquier lugar de Medio Oriente. Un mercenario y un soldado estadunidenses estuvieron entre los primeros en morir en Bagdad cuando estallaron morteros en el edificio del gobierno nombrado por Washington, en el centro de la capital, y luego más de 20 votantes fueron asesinados, cuatro junto a una casilla en Ciudad Sadr.

Antes del anochecer llegó la noticia de que un avión de transporte Hércules C-130 de la Real Fuerza Aérea se estrelló unos 70 kilómetros al norte de Bagdad, cuando iba en ruta a la ciudad de Balad, que alberga una gran base estadunidense pero está casi por completo en manos rebeldes. En total, casi 50 hombres y mujeres perecieron en todo el país.

Con todo, fue la vista de esos miles de chiítas -las mujeres cubiertas en su mayoría con el hejab, los hombres con chamarras de cuero o largas túnicas, y los niños trotando detrás- lo que hacía que a uno se le cortara la respiración. Si Osama Bin Laden llamó apostasía a esta elección, estos ciudadanos, que representan 60 por ciento de Irak, no prestaron atención a sus amenazas wahabitas. Salieron a reclamar su derecho sobre esta tierra -por eso el ayatola Alí Sistani, el gran marja de los chiítas iraquíes, los exhortó a votar-, y la calamidad caerá sobre estadunidenses y británicos si no lo obtienen. Porque si estos comicios producen una coalición parlamentaria que divida a los chiítas y envíe a la oposición a su partido más grande, la insurgencia sunita se convertirá en un levantamiento nacional.

"Vine aquí", me dijo un joven en una casilla de Jadriya, "porque nuestro gran marja nos dijo que votar hoy era más importante que orar y ayunar." Un hombre de barba blanca, que llevaba del brazo a su esposa, estaba radiante de alegría. "Me llamo Abdul-Rudha Abu Mohammed y estoy feliz", declaró. "Elegirán a un presidente entre nosotros y debemos ser uno con todos los iraquíes, y debemos tener justicia."

Hasta el agente electoral local estaba al borde del llanto. Taleb Ibrahim reconoció haber participado en las elecciones de un solo candidato de Saddam Hussein, pero aseguró que este domingo marcará el momento en que los chiítas de Irak -después de renunciar a la venganza contra sus opresores baazistas- mostrarán su magnanimidad. Aunque los sunitas boicotearan la elección, añadió, "hay un viejo dicho de que no porque el padre se enoje tendremos problemas con los hijos. Procuraremos que esos hijos, los sunitas, gocen de los mismos derechos que nosotros".

Kilómetro tras kilómetro en la gran ciudad de Bagdad, la historia era la misma: familias enteras, con las mujeres arrastrando el borde de la falda en el polvo, avanzaban como uno solo hacia las urnas mientras las explosiones atronaban en el aire. Poco después de la apertura de casillas, a las siete de la mañana, hubo 30 detonaciones en toda Bagdad en el espacio de dos minutos, pero aun así salieron como si fueran a un día de campo familiar. Las bombas son como el latido del Irak actual; podíamos oír el retumbo de los estallidos por encima incluso del fragor de los helicópteros Apache estadunideneses que cada pocos minutos pasaban volando bajo sobre nosotros. Sin embargo, en las calles desiertas de vehículos los vecinos se detenían a charlar, compartir cigarrillos, tomar té y mostrarse unos a otros la tinta morada indeleble en el índice que les habían puesto los funcionarios electorales. Fue a la vez el más seguro y el más peligroso de los días.

En una casilla pregunté al primero de los jóvenes soldados iraquíes que nos revisaron -todos llevaban pasamontañas negros para no ser identificados- si tenía miedo. "No importa", dijo con mucha firmeza. "Estoy dispuesto a morir por este día. Tenemos que votar."

Siete horas más tarde volví a hablar con él; para entonces también él llevaba la tinta morada en el índice. "Es como si uno pudiera cambiar su futuro o su fe", expresó. "Antes sólo teníamos golpes militares y revoluciones. Votábamos o . Ahora votamos por nosotros mismos."

Era fácil ponerse sentimental con semejantes palabras, tragarse el falso optimismo de las cadenas occidentales de televisión y todas esas pamplinas del día "histórico" en Irak: en realidad sólo será histórico si cambia a este país, y muchos temen que no será así. Ninguna de las personas que encontré hoy cree que la insurgencia acabará -muchos creen que se volverá más encarnizada- y los chiítas de las casillas decían con una sola voz que también votaban para librar a Irak de los estadunidenses, no para legitimar su presencia. Si Londres y Washigton desoyen este mensaje, peor para ellos.

Este domingo los estadunidenses desplegaron miles de soldados a lo largo de las calles, la mayoría de los cuales se esforzaban por mostrar algo de respeto hacia las personas que los observaban en vez de amenazarlas con sus rifles, como hacen por lo regular en las peligrosas avenidas de la capital. Un tal teniente Buchanan, de Arkansas, hasta aventuró una opinión política: "Es una pena que los sunitas no voten; ellos son los que salen perdiendo".

Pero desde luego Irak también sale perdiendo, al igual que en forma directa los propios chiítas, y tal vez Estados Unidos también. Porque sin ese componente minoritario vital, Ƒquién creerá en el nuevo parlamento o en la constitución que supuestamente saldrá de él, o en el gobierno que debe crear?

Pregunté hoy a un guardia de seguridad musulmán sunita cuál pensaba que será el futuro de su patria. El no votó, por supuesto -en muchas ciudades sunitas abrió sólo la tercera parte de las casillas-, pero sí tenía una opinión al respecto. "No pueden darnos 'democracia' así nada más", manifestó. "Ese es uno de esos sueños de ustedes los occidentales. Antes teníamos a Saddam; era un hombre despiadado y nos trató con crueldad. Pero lo que ocurrirá después de esta elección es que ustedes nos darán montones de Saddams."

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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