La Jornada Semanal,  domingo 30 de enero  de 2005         517

EL TAÑIDO DE LO EXTINTO

ANA PAYÁN
Verónica Volkow,
La noche viuda,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2004

Quisiera poder abrazarme en mi totalidad, aceptarme. Hay una gran sabiduría, una curación en lo trágico. Hay que recibir lo que es sin poner resistencias, no rehusarse. Luego hay un enorme consuelo, que no sólo es liberación, vaciamiento de lo que ciegamente, como a Edipo nos habita, sino, también, reencuentro con una dimensión más amplia; asunción de aquello cuyo primer rostro es el terror, pero que finalmente nos reúne dentro de una dimensión más amplia. Se gana la propia totalidad en lo trágico. Hay mucho amor en esta aceptación. Ya puedo recibirme, cobijarme.

Al ser, se lo apropia uno después de la derrota. Sin pérdida, no hay alma. La comprensión es al final, la suma por despojo, el rostro ya sin pretensiones: cierto. La conciencia se gana por sustracción, deconquistando, y el residuo nos enseña finalmente quiénes somos: tiempo aceptado, vivido a fondo.


Verónica Volkow nos concede en La noche viuda una reflexión poética de la singularidad que hace posible la libertad: las palabras, la conciencia humana. Y como todo lo esencial, se nos revela y entrega, la asunción de lo que secretamente, en el absoluto descubrimiento, somos, y que no sin dolor asumimos.

Conversación que nos reintroduce al recogimiento de nuestras propias pérdidas, añoranza, pero también la decisión de vivir con entereza nuestra situación.

Así es, esta obra, una metáfora de la vida y la muerte.

El tañido de lo extinto se nos muestra en la esencia purificada de la fuerza, un mundo grande y profundo que nos vincula a la vida.

Me sumerjo en una existencia interior con esta pluma. Se vive otra vida en la escritura, es otra forma de existir, un nadar subterráneo. Puedo inventar algo que se parece a una existencia en las palabras, alzarme una vida con ellas. Voy labrándome, con la devoción de un orfebre, otro posible mundo.
Hay una vitalidad, un júbilo en el juego de sentirse y poseerse en la conciencia. [...] La tinta me lleva consigo y transforma. Con cada frase reaparezco, resucito. Tengo un mundo y un ser que sólo al escribir me otorgo.

Amar como encontrarnos y devolvernos nuestra esencia.

Verónica Volkow se escribe para recordarnos los luminosos ojos que nos enseñaron y siguen enseñando, a mirar donde está la estrella. Es el ir y venir de la historia que nos implica en presente una forma de ver el mundo muy peculiar. Porque lo que somos ahora es parte de venir de allí, precisamente de esa única historia con el otro, de sus brazos y de sus besos, de su estar. Seguimos siendo precisamente aquellas resplandecientes mañanas, somos las frases pronunciadas, las conversaciones, somos los discos que escuchábamos, mantenemos pegados a nosotros mismos todos los discursos sobre tanta cosa.

La poeta, también, nos revive al ahora, a los nuevos mundos que nos hacen tener una vida propia, en los que podemos caminar por los viejos senderos una vez regresando de la tristeza, pues el mar está allí como siempre. Porque nos sentamos a la mesa a escribir y nos sentimos tristes, pero conscientes al mismo tiempo de que aún somos parte de lo que tanto compartimos con el otro.

La noche viuda es el transcurso de la pérdida en medio de la transición hacia la purificación del alma, cuando hemos experimentado amor y hemos sido enriquecidos por ello. Es la conciencia de lo que significa abrirse al sufrimiento y considerarlo como parte de la existencia, del desarrollo, del cambio. Nos revela que el significado de la felicidad no es el único don y nos invita a aceptar nuestra situación como una ofrenda de paz.

Y si nuestras raíces aún no pueden aferrarse a la tierra, están plantadas para siempre en las experiencias que nos aportó el todo.

Escribir, en cambio, sería anhelar ser alma. Sería un soltar a seres y cosas, pero sin que éstos se pierdan, los transformamos en alma; amamos a seres y cosas, pero es un amar sin perdernos. Somos escritura que ama.

Amar soltando es lo único que me sostiene, la dependencia de las cosas me devora. Quiero ser libre y escribir, sostenerme adentro, vivir el alma.

Entre dos no hay amor sin verbo, sin todo lo que la palabra como confesión entrega o como promesa levanta. La esencia más honda de dos seres se replantea y revitaliza en esa declaración de los amantes. Todo lo que está por ser allí se actualiza, se torna inminente.
Yo doy mi palabra significa, yo me doy a mí misma en mi palabra, con mi ser la sustento y a mi ser lo sujeto. Al dar mi palabra me reubico como garante, soy vigía de ese trato de amor que encerraron, en el origen, en su conformidad los términos. Renuevo el pacto de confianza entre los hombres que implicó el lenguaje. Si las palabras nacieron, nacieron de una voluntad de amor, no de otra cosa.

La palabra es mi verdadero cuerpo, mi cuerpo tejido al mundo. No es del cuerpo, la vida, es de las palabras. Es de ellas al despertar, la luz del descubrir, de descubrirme.

En La noche viuda la filosofía y la poesía se cruzan en el recorrido de lo particular, lo cualitativo, lo sensitivo y lo universal de lo que nos ofrece el alma humana.

Hay una hospitalidad en el riesgo que nos vincula a la vida, y es en la poesía de Verónica Volkow donde se nos ofrece un medio para conservarla.

Es un privilegio encontrarnos con la honestidad y la sabiduría de Verónica Volkow •