Jornada Semanal, domingo 30 de enero  de 2005            núm. 517

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

EL OFICIO ANGÉLICO 
(III de IV)

Un ejemplo de la condición imprecisa de ángeles y demonios en la Antigüedad es que Labeo, todavía en el siglo i de nuestra era, consideraba sinónimas las palabras angeli y daemones. A partir del siglo iv fue que la palabra daimon se degradó en su significado y comenzó a conservar exclusivamente la connotación maligna de los seres a los que aludía, razón por la que los cristianos la escogieron para designar sólo a los ángeles malos. Sin embargo, diabolus (de la voz griega diábolos) es una palabra que sirve mejor para los afanes del cristianismo, pues su significado es "el que desune, calumnia y siembra la discordia", si bien es cierto que, por lo menos en el caso del castellano, ingresó tardíamente al léxico de los creyentes, alrededor del siglo x.

Es indudable que, en la cosmogonía judeocristiana, el Diablo se ha apuntado grandes aciertos y no siempre ha sido el perenne derrotado. Uno de ellos consta en el Libro de Job. Como si tuviera derecho de picaporte en el Cielo, Lucifer se presentó en medio de la reunión de Dios con sus ángeles e interrumpió una babilónica discusión acerca de quién sería el hombre más justo entre los hombres; quién, aquél que amaba de verdad a su Señor. El pleno de la Asamblea votó que ese hombre era Job (qué de males no se hubieran evitado Sodoma y Gomorra si un acuerdo parecido se hubiera logrado acerca de diez justos en ambas ciudades, de acuerdo a la petición de Lot).

–¡Qué fácil! –interrumpió el Caído–. Job lo tiene todo. ¿Cómo no te va a querer? Permite que lo toque, que le quite lo que le has dado y que lo cubra de enfermedades y ya verás si no te maldice… Lo que pasa es que se trata de un interesado y su amor sólo surge de la conveniencia.

Después de una somera discusión en la que ni Dios ni los ángeles estuvieron de acuerdo con las afirmaciones de Satanás, Aquél le dio permiso de probar a Job y dijo así, a saber:

–Te permito que lo toques, pero sólo en sus bienes.

Ese fue el principio de una larga pesadilla para Job, quien se encontró en el centro de una conflagración de la que no estaba enterado y en la que no había elegido participar: lo perdió todo y, precariamente, salvó la vida. Es cierto que su paciencia no tuvo los visos de incondicionalidad que hubieran debido esperarse en un personaje de su condición legendaria, pero sobrevivió con dignidad estoica (si se permite el anacronismo) y Yahvé lo premió, devolviéndole diez veces más de todo lo que le había quitado (nunca la sonrisa de su primera esposa ni esa manera del primogénito de acercarse a él ni esa dulzura peculiar de la niña más chica). De lo que nadie se dio cuenta fue de que Lucifer había tentado a la Luz y de que Ésta cayó en la tentación, pues accedió a probar a un hombre de quien le constaban la fidelidad y el amor, a pesar de que, según se dice, nada le está vedado a la omnisciencia del Dios de los Ejércitos, salvo, tal vez, algunas de las argucias del Tentador.

Siglos después de la tentación de Eva, cuya humana curiosidad empujó al género humano a su caída (en los pecados capitales, mortales y veniales, en la enfermedad, en la mortalidad, en el dolor: en el mundo, pues, lejos del Edén, y en la libertad), lo cual significó una victoria estratégica muy importante para Lucifer, y siglos después de la tentación de Dios, cuya veleidad sumió a Job en la desolación, a otro arcángel le cupo la gloria de obtener un nuevo avance contra el Malo, aunque por un camino muy distinto al seguido por Miguel: Gabriel ("fuerza de Dios") fue designado por el mismo Yahvé para que anunciara a María que era la elegida y, después, para que presenciara la manera como el Paráclito iba a descender sobre ella y, junto a ese descendimiento, cómo la semilla iba a engendrar sin mácula al Mesías dentro de su vientre virginal. Ya se sabe que el nacimiento de Jesús se proyectó contra las puertas del Infierno, abrió las del Cielo y dejó suspendida la batalla final entre las legiones de la Luz y la Oscuridad hasta el final de los tiempos.

De la historia anterior y los misteriosos ecos invertidos propuestos en Apocalipsis, donde se habla de la Bestia, el número 666 y la Ramera, se ha deducido la idea de que el Anticristo tendría que ser hijo del Diablo y una mujer, de que en el aquelarre copulan Lucifer y las brujas… pero como él no puede procrear (la creación le está vedada), recurre a íncubos y súcubos para extraer la semilla del hombre, diabolizarla y colocarla dentro de un vientre femenino.

(Continuará.)