La Jornada Semanal,   domingo 30 de enero  de 2005        núm. 517

Andreas Kurz

Carpentier entre dos continentes

Alejo Carpentier nació el 26 de diciembre de 1904, es decir, recién habría cumplido cien años. Eso lo sabemos, pero no sabemos cuál sería el lugar más adecuado para conmemorar su natalicio. ¿Es La Habana? ¿Es Lausana, en Suiza? Cuando, en 1991, Guillermo Cabrera Infante, rival literario e ideológico de Carpentier, se refirió al autor de Los pasos perdidos como escritor de procedencia europea, la crítica se mostró sorprendida e incrédula. Posteriormente la investigación confirmó el dato, y en agosto de 2004 Roberto González Echevarría, uno de los mejores conocedores de vida y obra carpenterianas, se refiere a Lausana como lugar de nacimiento, con la convicción de un investigador que ha visto el acta de nacimiento. Esta aparente seguridad me sedujo a integrar el dato de Lausana en mi ponencia para el congreso "El siglo de Alejo Carpentier", que se llevó a cabo del 8 al 12 de noviembre, en Casa de las Américas, La Habana. Pensé, ingenuamente, que la investigación cubana no daría mucha importancia a la cuestión de si Carpentier, quien, como objeto de estudios literarios, indudablemente pertenece a la isla, nació de este o del otro lado del Atlántico. Me había equivocado. Después de la conferencia se me acercó una señora muy respetable que me reprochó, de manera sumamente amable por cierto, el haber repetido tal intento propagandístico de transformar a Carpentier en escritor europeo. Un intento sin fundamento, ya que existe un acta de nacimiento que de una vez por todas comprueba que don Alejo nació en La Habana. Me quedaré con la duda y con la imagen de un Alejo Carpentier transgresor de continentes.

Cabrera Infante no fue el primero en subrayar la europeidad del escritor cubano. Severo Sarduy lo calificó como uno de los mejores novelistas europeos de lengua española, y muy conocidas son las palabras de Pablo Neruda, otro centenario del 2004, en sus memorias Confieso que he vivido: "Allí [en París] vivía el escritor francés Alejo Carpentier, uno de los hombres más neutrales que he conocido. No se atrevía a opinar sobre nada, ni siquiera sobre los nazis que ya se le echaban encima a París como lobos hambrientos." No cabe duda de que el trasfondo cultural de Carpentier es básicamente europeo, aunque esta afirmación es una verdadera perogrullada. ¿Qué escritor latinoamericano puede jactarse de raíces intelectuales no occidentales? Inclusive autores "orientalistas", como los mexicanos José Juan Tablada y Octavio Paz, buscaron –y encontraron– rasgos occidentales en Japón y China. Tablada escribió un estudio extenso sobre el pintor Hiroshigue, quien significativamente es uno de los artistas más europeos de la cultura japonesa... La formación carpenteriana es europea, como es la de Borges, Cortázar, Neruda, Sarduy, Paz, del Paso, es decir, del índice onomástico completo de cualquier historia de la literatura hispanoamericana del siglo xx.

Carpentier murió a los setenta y seis años de edad. Vivió más de la mitad de su existencia fuera de Cuba: veintiséis años en París, catorce en Venezuela. Su biografía simboliza, como pocas otras, el vaivén histórico del intranquilo siglo xx. Aun así, los largos años de un exilio, voluntario o involuntario, tampoco sirven como argumento nacionalista en el contexto de la literatura hispanoamericana: raros son los nombres de escritores sin la experiencia de haber vivido en diferentes ámbitos culturales y sociales; y pobre sería la literatura sin esta experiencia. En 1928 Carpentier huye de la dictadura caricaturesca de Machado a París. En 1939 las dictaduras fascistas europeas, que de caricatura tenían poco, impulsan su regreso a América Latina. A partir de 1959 forma parte del socialismo mágico cubano, y a partir de 1965 se establece definitivamente en Francia, con estatus diplomático y a la espera del Premio Nobel que nunca lo alcanzó. Termina nueve novelas, algunas narraciones y miles de crónicas, ensayos y artículos sobre temas variados, destacando la música, la arquitectura y, por supuesto, la literatura de varios idiomas. A la crítica literaria aportó el concepto flexible de "lo real maravilloso" que, junto con el realismo mágico, resultó ser la etiqueta más cómoda para encasillar la narrativa hispanoamericana del siglo pasado.

LOREAL MARAVILLOSO ORIGINÓ cientos de tesis y ensayos académicos y alimentó un sinfín de cursos universitarios. Lo que no puede es explicar la obra de Alejo Carpentier. Quizás es cierto que Hispanoamérica es el continente de los milagros cotidianos, o del surrealismo auténtico. Quizás es cierto que André Breton se maravilló por el cerdo que cruzó la cancha de tenis en un club exclusivo de México. Seguramente es cierto que la historia latinoamericana ofrece una rica serie de monstruosidades políticas, de atrocidades carnavalescas y de supersticiones poéticas. Carpentier lo manifiesta en el prólogo a El reino de este mundo (1949) y constata las posibilidades que tal realidad prodigiosa ofrece al escritor latinoamericano, quien ya no dependería de los "trucos de prestidigitador" de la literatura europea: pero sus propias novelas no son real-maravillosas. El cubano sabe, y es muy honesto en ello, que escribe para un público europeo u occidentalizado; se da cuenta y formula lo real maravilloso y, al mismo tiempo, reconoce, con su producción narrativa, la paradoja inherente en el concepto. El ser humano que vive lo real maravilloso normalmente no lee novelas, y si las leyera no percibiría lo maravilloso de la realidad descrita en ellas, sino sólo la realidad tal cual, es decir, se aburriría con la realidad paralela, con el espejo ficticio que aborrecía Platón. Sólo un lector occidental recibe las realidades carpenterianas como maravillosas, pero no se puede percatar de sus elementos realistas, ya que se trata de un sistema ontológicamente ajeno a él. Carpentier, para aprovechar este dilema, recurre al mestizaje cultural y al valor estético-artístico de la erudición. En otras palabras: el cubano lee, y, después de leer mucho, escribe ficción genuinamente intertextual.

Carpentier lee a Oswald Spengler, experimenta la decadencia de occidente en los años treinta y manda al ensayista alemán, de dudosa fama hoy, al Caribe, donde sirve para múltiples propósitos: apoya el movimiento afrocubano (Ecue-Yamba-O), propaga la idea de un nuevo orden social y cultural que hace tabula rasa con lo antiguo (El reino de este mundo) y crea la ilusión de que América Latina podría heredar el liderazgo cultural europeo. Carpentier lee a los teóricos del arte barroco y hace suya una concepción del tiempo en forma espiral: todo regresa, pero nunca a su punto de origen (El siglo de las luces). Carpentier lee las crónicas de la Conquista y los reportes de los viajeros europeos en América Latina y copia su actitud de asombro frente a lo novedoso del entorno americano que los obligó a inventar un idioma capaz de hacer aparecer la imagen de lo nuevo en las retinas de sus receptores occidentales, la imagen que nunca será la cosa. Carpentier lee a los grandes novelistas europeos y aprende de ellos que lo fantástico y la hipérbole siempre son más realistas que el testimonio (El recurso del método). Carpentier crea un nunc stans entre Europa y América latina; un lugar sin lugar, un tiempo sin tiempo. Los mejores textos del cubano construyen el laberinto temporal metafísico, lo hacen más sutilmente y más discretamente que los cuentos de Borges. En "Viaje a la semilla" los relojes corren a la izquierda y a la derecha a la vez y producen dos mundos que, al final de la narración, son uno de nuevo. En Los pasos perdidos un día desaparece del calendario y se lleva consigo el origen del tiempo y del intelecto humano. En El acoso la acción y la lectura de la novelita se llevan a cabo al compás de la Eroica de Beethoven: arte y vida se funden; una existencia completa transcurre en cuarenta y seis minutos.

CARPENTIER ESTARÍA MUY ORGULLOSO y contento por la disputa acerca de su lugar de nacimiento. El gran narrador proyecta América Latina hacia Europa y, en un movimiento de espiral, su erudición occidental plantea una imagen caricaturesca de Europa en América Latina.

El 26 de diciembre del 2004 el novelista y ensayista Alejo Carpentier habría cumplido cien años de edad. Nació en La Habana, Cuba y en Lausana, Suiza.