Andreas
Kurz
Carpentier
entre dos continentes
Alejo
Carpentier nació el 26 de diciembre de 1904, es decir, recién
habría cumplido cien años. Eso lo sabemos, pero no sabemos
cuál sería el lugar más adecuado para conmemorar su
natalicio. ¿Es La Habana? ¿Es Lausana, en Suiza? Cuando,
en 1991, Guillermo Cabrera Infante, rival literario e ideológico
de Carpentier, se refirió al autor de Los pasos perdidos
como escritor de procedencia europea, la crítica se mostró
sorprendida e incrédula. Posteriormente la investigación
confirmó el dato, y en agosto de 2004 Roberto González Echevarría,
uno de los mejores conocedores de vida y obra carpenterianas, se refiere
a Lausana como lugar de nacimiento, con la convicción de un investigador
que ha visto el acta de nacimiento. Esta aparente seguridad me sedujo a
integrar el dato de Lausana en mi ponencia para el congreso "El siglo de
Alejo Carpentier", que se llevó a cabo del 8 al 12 de noviembre,
en Casa de las Américas, La Habana. Pensé, ingenuamente,
que la investigación cubana no daría mucha importancia a
la cuestión de si Carpentier, quien, como objeto de estudios literarios,
indudablemente pertenece a la isla, nació de este o del otro lado
del Atlántico. Me había equivocado. Después de la
conferencia se me acercó una señora muy respetable que me
reprochó, de manera sumamente amable por cierto, el haber repetido
tal intento propagandístico de transformar a Carpentier en escritor
europeo. Un intento sin fundamento, ya que existe un acta de nacimiento
que de una vez por todas comprueba que don Alejo nació en La Habana.
Me quedaré con la duda y con la imagen de un Alejo Carpentier transgresor
de continentes.
Cabrera Infante no fue el primero en subrayar
la europeidad del escritor cubano. Severo Sarduy lo calificó como
uno de los mejores novelistas europeos de lengua española, y muy
conocidas son las palabras de Pablo Neruda, otro centenario del 2004, en
sus memorias Confieso que he vivido: "Allí [en París]
vivía el escritor francés Alejo Carpentier, uno de los hombres
más neutrales que he conocido. No se atrevía a opinar sobre
nada, ni siquiera sobre los nazis que ya se le echaban encima a París
como lobos hambrientos." No cabe duda de que el trasfondo cultural de Carpentier
es básicamente europeo, aunque esta afirmación es una verdadera
perogrullada. ¿Qué escritor latinoamericano puede jactarse
de raíces intelectuales no occidentales? Inclusive autores "orientalistas",
como los mexicanos José Juan Tablada y Octavio Paz, buscaron y
encontraron rasgos occidentales en Japón y China. Tablada escribió
un estudio extenso sobre el pintor Hiroshigue, quien significativamente
es uno de los artistas más europeos de la cultura japonesa... La
formación carpenteriana es europea, como es la de Borges, Cortázar,
Neruda, Sarduy, Paz, del Paso, es decir, del índice onomástico
completo de cualquier historia de la literatura hispanoamericana del siglo
xx.
Carpentier murió a los setenta y
seis años de edad. Vivió más de la mitad de su existencia
fuera de Cuba: veintiséis años en París, catorce en
Venezuela. Su biografía simboliza, como pocas otras, el vaivén
histórico del intranquilo siglo xx. Aun así, los largos años
de un exilio, voluntario o involuntario, tampoco sirven como argumento
nacionalista en el contexto de la literatura hispanoamericana: raros son
los nombres de escritores sin la experiencia de haber vivido en diferentes
ámbitos culturales y sociales; y pobre sería la literatura
sin esta experiencia. En 1928 Carpentier huye de la dictadura caricaturesca
de Machado a París. En 1939 las dictaduras fascistas europeas, que
de caricatura tenían poco, impulsan su regreso a América
Latina. A partir de 1959 forma parte del socialismo mágico cubano,
y a partir de 1965 se establece definitivamente en Francia, con estatus
diplomático y a la espera del Premio Nobel que nunca lo alcanzó.
Termina nueve novelas, algunas narraciones y miles de crónicas,
ensayos y artículos sobre temas variados, destacando la música,
la arquitectura y, por supuesto, la literatura de varios idiomas. A la
crítica literaria aportó el concepto flexible de "lo real
maravilloso" que, junto con el realismo mágico, resultó ser
la etiqueta más cómoda para encasillar la narrativa hispanoamericana
del siglo pasado.
LOREAL
MARAVILLOSO ORIGINÓ cientos de tesis y ensayos académicos
y alimentó un sinfín de cursos universitarios. Lo que no
puede es explicar la obra de Alejo Carpentier. Quizás es cierto
que Hispanoamérica es el continente de los milagros cotidianos,
o del surrealismo auténtico. Quizás es cierto que André
Breton se maravilló por el cerdo que cruzó la cancha de tenis
en un club exclusivo de México. Seguramente es cierto que la historia
latinoamericana ofrece una rica serie de monstruosidades políticas,
de atrocidades carnavalescas y de supersticiones poéticas. Carpentier
lo manifiesta en el prólogo a El reino de este mundo (1949)
y constata las posibilidades que tal realidad prodigiosa ofrece al escritor
latinoamericano, quien ya no dependería de los "trucos de prestidigitador"
de la literatura europea: pero sus propias novelas no son real-maravillosas.
El cubano sabe, y es muy honesto en ello, que escribe para un público
europeo u occidentalizado; se da cuenta y formula lo real maravilloso y,
al mismo tiempo, reconoce, con su producción narrativa, la paradoja
inherente en el concepto. El ser humano que vive lo real maravilloso normalmente
no lee novelas, y si las leyera no percibiría lo maravilloso de
la realidad descrita en ellas, sino sólo la realidad tal cual, es
decir, se aburriría con la realidad paralela, con el espejo ficticio
que aborrecía Platón. Sólo un lector occidental recibe
las realidades carpenterianas como maravillosas, pero no se puede percatar
de sus elementos realistas, ya que se trata de un sistema ontológicamente
ajeno a él. Carpentier, para aprovechar este dilema, recurre al
mestizaje cultural y al valor estético-artístico de la erudición.
En otras palabras: el cubano lee, y, después de leer mucho, escribe
ficción genuinamente intertextual.
Carpentier
lee a Oswald Spengler, experimenta la decadencia de occidente en los años
treinta y manda al ensayista alemán, de dudosa fama hoy, al Caribe,
donde sirve para múltiples propósitos: apoya el movimiento
afrocubano (Ecue-Yamba-O), propaga la idea de un nuevo orden social
y cultural que hace tabula rasa con lo antiguo (El reino de este mundo)
y crea la ilusión de que América Latina podría heredar
el liderazgo cultural europeo. Carpentier lee a los teóricos del
arte barroco y hace suya una concepción del tiempo en forma espiral:
todo regresa, pero nunca a su punto de origen (El siglo de las luces).
Carpentier lee las crónicas de la Conquista y los reportes de los
viajeros europeos en América Latina y copia su actitud de asombro
frente a lo novedoso del entorno americano que los obligó a inventar
un idioma capaz de hacer aparecer la imagen de lo nuevo en las retinas
de sus receptores occidentales, la imagen que nunca será la cosa.
Carpentier lee a los grandes novelistas europeos y aprende de ellos que
lo fantástico y la hipérbole siempre son más realistas
que el testimonio (El recurso del método). Carpentier crea
un nunc stans entre Europa y América latina; un lugar sin
lugar, un tiempo sin tiempo. Los mejores textos del cubano construyen el
laberinto temporal metafísico, lo hacen más sutilmente y
más discretamente que los cuentos de Borges. En "Viaje a la semilla"
los relojes corren a la izquierda y a la derecha a la vez y producen dos
mundos que, al final de la narración, son uno de nuevo. En Los
pasos perdidos un día desaparece del calendario y se lleva consigo
el origen del tiempo y del intelecto humano. En El acoso la acción
y la lectura de la novelita se llevan a cabo al compás de la Eroica
de Beethoven: arte y vida se funden; una existencia completa transcurre
en cuarenta y seis minutos.
CARPENTIER
ESTARÍA MUY ORGULLOSO y contento por la disputa acerca de
su lugar de nacimiento. El gran narrador proyecta América Latina
hacia Europa y, en un movimiento de espiral, su erudición occidental
plantea una imagen caricaturesca de Europa en América Latina.
El 26 de diciembre del 2004 el novelista
y ensayista Alejo Carpentier habría cumplido cien años de
edad. Nació en La Habana, Cuba y en Lausana, Suiza.
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