Jornada Semanal, domingo 30 de enero de 2005        núm. 517

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

TEORÍA OAXAQUEÑA

A pesar de su precaria situación económica, la Casa de la Cultura de Oaxaca sigue organizando conferencias, recitales, exposiciones y dando clases de música, pintura, escultura, grabado y cocina a cientos de muchachos y de madres de familia de la capital de la cantera verde y de la sorprendente profusión de grandes artistas. El gobierno del estado día con día le reduce el subsidio y esta desgracia obliga a Alicia Aguilar, Directora de la Casa, a Liz Bernal, Coordinadora de Difusión y a los demás funcionarios a echar a volar la imaginación y a conseguir patrocinios privados. Mi reciente visita a Oaxaca se dio gracias al Fondo de Cultura Económica, al Hotel Cid de León (no olvido la delicada hospitalidad de Lety), al Hotel Catarina y al restaurante El Sagrario. Todos ellos, ante la tacañería de las autoridades, ofrecieron su desinteresado apoyo a la benemérita Casa de la Cultura. Esta circunstancia me llevó a reflexionar sobre la tarea casi heroica de los encargados federales y estatales de la difusión de la cultura. Cuentan con su entusiasmo para enfrentar la ignorancia y la incomprensión de las autoridades que consideran suntuarias "esas payasadas". Tal vez, en el libro de Lourdes Arizpe que plantea un panorama de la cultura de nuestro país, falte un capítulo en el cual se hable de los notables esfuerzos desplegados por los difusores de la cultura académica y artística. Esto vendría a llenar el vacío producido a veces por las grandes y, sin duda, urgentes disquisiciones antropológicas.

Oaxaca, como de costumbre, me entregó sus colores y sus misterios. Elegante y nocturna recibió los reflejos de la luna en sus canteras verdes; estallante de luz solar ofreció a nuestros ojos admirados la perfección de sus colores, la intensidad de sus aromas y la originalidad de sus sabores. Frente a la iglesia de La Soledad pensé en Malcolm Lowry y en sus oraciones a la "Virgen de los que nada tienen". El rotundo aroma del mezcal acompañaba su fervor. Abraham Ortiz, Judith Romero y Jorge Pech, yucateco-oaxaqueño talentoso y amable, me acompañaron por las calles nocturnas hablando de Lawrence, Lowry y Calvino. Los tres nos entregaron sus contrastadas visiones del sortilegio oaxaqueño.

Me detuve un buen rato en el museo de los pintores de Oaxaca, viendo los cuadros en los que Miguel Cabrera nos habla de la vida de la Virgen María. La suavidad del trazo del maestro virreinal describe, entre otros momentos, el de la presentación en el templo. Ahí se juntan todas las premoniciones y todas las virtudes. Así lo creía y así nos lo dice Miguel Cabrera. En otra sala se movían las figuras y los claroscuros de Rodolfo Nieto. Original y siempre imprevisible, Nieto nos sorprende en cada obra. Ante el cuadro de Rodolfo Morales, Colores de Oaxaca, me vino la memoria de la "Suave Patria" de López Velarde. Ahí están las miradas de las mestizas, las banderas desplegadas y los entrañables colores cotidianos. Se siente "el santo olor de la panadería" y se presienten los bravíos pechos "empitonando la camisa". En el poema y en este cuadro lleno de sol hay una ternura especial por las cosas cercanas.

En el mercado, Morales, Tamayo, Toledo y todos los pintores de esta tierra, andaban mezclando colores y definiendo perfiles. Compré quesillos, chapulines, totopos, tlayudas, tabletas de chocolate y vi las enormes cazuelas de "coloradito" y las generosas empanadas de "amarillito". Ritual y severo, el mole negro presidía la jornada. Fiesta de los sentidos, el mercado de Oaxaca encanta y sobrecoge. Me dio risa escuchar los comentarios alarmados de unos franceses sobre los chapulines ofrecidos por una sonriente muchacha. Como si en su hermosa tierra no se comieran los deliciosos caracoles o los magníficos quesos semiputrefactos.

De regreso a México, acompañado por mi amigo y ayudante, José Luis Gutiérrez Peralta, reafirmé mi impresión de que la llamada autopista es, por un buen tramo de su recorrido, una superchería de los ingenieros, pues se trata de una carretera de doble sentido con un acotamiento de buen tamaño. Para rebasar se depende de la buena voluntad de los automovilistas y de los camioneros. A nosotros nos bloqueó un conjunto de vehículos manejados por peregrinos de Tecamachalco que regresaban del Santuario de la Villita. A la cabeza de la peregrinación un cura vociferaba por un altoparlante con escasos resultados acústicos. Lo seguían dos camionetas con grandes imágenes de la Virgen. Preferí cerrar los ojos y regresar al entrañable y silencioso cuadro de Miguel Cabrera.