Jornada Semanal,  domingo 30 de enero de 2005          núm. 517
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

VERÓNICA MUSALEM:
ALEJARSE DE TERRENOS CONOCIDOS

En sus historias permanece una constante: la pérdida. Pérdida de un amor, un asidero espiritual, un espacio físico o un trozo de memoria. Pero como no le gusta caminar por los terrenos cómodos por conocidos, la dramaturga Verónica Musalem (DF, 1966) ha dejado descansar la autobiografía y se lanza a jugar con su más próximo presente en escenarios fragmentados, tiempos alterados y el azar como detonadores que develan personajes, sueños y duda en sus obras de teatro.

Aunque es defeña de nacimiento, su sangre es juchiteca. Tanto la familia materna como paterna son de esa región del Istmo de Tehuantepec y recuerda una infancia con el hablar zapoteco de sus abuelos y el placer de comer los moles, los totopos y el camarón seco. Y quizá por esta marcada presencia istmeña, durante mucho tiempo vivió en la añoranza del pueblo perdido que luego trasladó a su escritura.

A los dieciocho años se decidió por el teatro. Inmersa en la crisis natural de cuando uno no sabe qué hará en la vida, conoció a Héctor Azar, acudió a sus talleres y le fascinó el mundo que le mostraba aquel maestro poblano. "Quiero ser como él", dijo, y primero fue actriz. Probó con la compañía Contigo América, tomó cursos de perfeccionamiento actoral con Ludwig Margules pero se dio cuenta que era mala en el ramo. Ya había estudiado Literatura Dramática en la unam pero la fortuna le llegó en 1991, al iniciar un taller de dirección y dramaturgia con Pablo Mandoki. De manera azarosa comenzó a escribir y desde entonces se ubica con más soltura en este peldaño del hecho teatral, tras experimentar en la dirección.

Signos vitales (1994) fue su primera obra. La escribió y la dirigió "en la inconciencia total", dice ahora, pero resultó una buena experiencia llevar a la realidad artística esa historia de su abuela, su madre y la nostalgia de un pasado juchiteco donde los hombres se van y las mujeres tienen que sacar adelante su vida y la de sus familias sin esa presencia masculina. Un año después vino Tócalo, está palpitando, salió de México para viajar por Nueva York y París a lo largo de tres años, y al regreso proyectó Eso que dicen los sueños, un relato donde reapareció su abuela materna y Juchitán, personajes inmensos con los que Verónica se crió. Ese fue su segundo trabajo de dirección y desde entonces lo abandonó para concentrar su esfuerzo en la dramaturgia que dio frutos en Tu nombre no se ha escrito (adaptación de un texto de Irene González y dirección de Ricardo Ramírez Carnero) y en el futuro se verá en las piezas Adela y Juana (dirección de Alejandro Veliz), After hours (Luis Ayllón, director) y en sus proyectos de ópera de cámara OP 4 Mex y con la Royal Court de Londres.

Para Musalem la escritura es un acto de fe. Y es fiel al impulso de dos o tres ideas que no le dejan de rondar en la cabeza y el corazón hasta que las plasma en el papel con cuerpos, sentires y diálogos de por medio. Sin método de trabajo ni generación asumida, ha ido modificando su estructura creativa: de la preeminencia de la autobiografía y personajes femeninos, expande su horizonte y curiosamente los hombres agarran mucha fuerza en sus relatos; además explora mundos, lenguajes y propuestas más contemporáneos y menos conocidos que los de su familia juchiteca.

Le gusta romper con la linealidad y el orden. Juega con el tiempo, los espacios y asume que muchas veces sus obras son difíciles de asir por parte de un espectador que debe estar abierto a la sorpresa y exigirse atención.

Héctor Azar, Hugo Argüelles y Pablo Mandoki son sus maestros. Y hoy observa una multiplicidad de voces en la dramaturgia mexicana que cree correspondida en foros de presentación. Acepta que mucho ha cambiado en este escenario pues sus colegas buscan espacios y los exigen a fin de confrontarse.

Apasionada del cine, la música y la conversación con los amigos, aprende de sus alumnos cuando buscan a toda costa romper con las formas conocidas. ¿Regresar a la actuación? Quizás. Porque seguramente se tomaría con más libertad y menos angustia que en sus años mozos en Contigo América. Y con su carga de planes y relatos, continúa en su empeño por trabajar al lado de directores que enriquezcan sus historias a través de la reinterpretación. Al fin y al cabo, Verónica ejercita ese acto de fe que es escribir teatro y ese acto de complicidad que es compartir los textos con el director, los actores y el infinito universo que conforma el espectador.