Jornada Semanal, domingo 23 de enero de 2005        núm. 516

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

DE ESPERPENTOS Y MAMARRACHOS

La monja de las llagas, visionaria y consejera, la reina Isabel II, gordinflona y arbitraria, los espadones golpistas, los moralmente contrahechos personajes de la corte, los burócratas corruptos y sentenciosos, los oradores cívicos floridos y huecos, los oligarcas insaciables, los avariciosos banqueros... todos los personajes de las novelas que componen "El ruedo ibérico" de don Ramón María del Valle-Inclán, son esperpentos de tiempo completo. Para el Marqués de Bradomín el esperpento se obtiene colocando a los personajes frente a los espejos cóncavos y convexos. De esa manera las imágenes distorsionadas nos entregan, a través de los variables reflejos, la figura exacta del retratado tanto moral como físicamente. Esta técnica tiene sus mejores logros en el teatro de Valle-Inclán, sin duda el más importante del siglo XX hispanoamericano y uno de los fundamentales de su tiempo histórico en todas las latitudes. Las personas de Divinas Palabras, Los cuernos de don Friolera, Luces de Bohemia y otras obras del gran manco de Galicia, mueven en el escenario sus rasgos esperpénticos que van un poco más allá del expresionismo. Este bazarista compuso una vez el personaje de don Latino de Hispalis de Luces de Bohemia y, desaliñado y borracho, entró a escena para abrazarse a los pies enormes y cadavéricos del poeta Max Estrella. Nunca en su vida de actor secundario se acercó tanto a un personaje esperpéntico capaz de entregar una dosis tan cargada del realismo nacido de la más precisa y, a la vez, desaforada imaginación.

La realidad actual de nuestro país es rica en personajes y en situaciones esperpénticas. Piense el lector en nuestra policía burlada y linchada y en la furia endemoniada de los linchadores; piense en la impunidad de la que gozan los banqueros y los influyentes; recuerde las monstruosidades del autoritarismo caciquil y las mentiras descomunales que vomita, sin pudor alguno, la clase política. Contemple, además, el incremento de la violencia y la ineptitud angustiante de los que deben combatirla. Hace unas semanas me enfrenté a esos esperpentos policiacos, secuestradores y clérigos, viendo la película Cero y van cuatro. Las cuatro historias que la componen, escritas por Antonio Armonía, se unen para darnos, como en las películas de Dassin o de Galindo, una serie de testimonios sobre nuestra realidad social. En ellas encontré la técnica del esperpento, sobre todo en la historia dirigida por Carlos Carrera (Barbacoa de chivo) y en el momento en el que un rayo en seco fulmina al clérigo instigador. Todos estos efectos fílmicos tienen su origen en la visión de Buñuel, maestro inagotable de la realidad surrealista y de la crítica social enriquecida por lo esperpéntico.

Hay manifestaciones esperpénticas constantes en muchos aspectos de nuestra vida pública. Vean los lectores la programación de los canales de la televisión comercial y escuchen las declaraciones de los mamarrachos de la grilla política y del poder económico. Escuchen, además, el castellano que manejan con horrendo desparpajo (asusta pensar que el castellano del siglo XXI va a ser el marcado por los mexicanos. No hay duda de que el colombiano es mucho más rico y correcto) nuestros líderes políticos y empresariales. Sus discursos, cargados de mentiras y de lugares comunes, ofenden a la retórica y ocultan las realidades, obviamente inocultables, de nuestra vida pública. Retomemos las enseñanzas de Valle-Inclán y veamos con claridad a nuestros esperpentos cotidianos. Algunos de nuestros escritores han logrado aciertos en este campo: Rafael F. Muñoz nos retrató a su alteza serenísima, Enrique Serna hizo otros valioso estudio del generalote decimonónico; Rosa Beltrán nos entregó la visión del mamarrachismo iturbidista y Sergio Pitol nos ha dado una serie de personajes especialmente absurdos y reales.

Veo a don Santos Banderas observando desde su garita a sus víctimas. Su figura, su amor por el poder, sus anteojos huertistas, su crueldad sin fisuras y su mesianismo ramplón, componen a uno de los más terribles esperpentos de una literatura que describe nuestras realidades.