Jornada Semanal,  23  de enero  de 2005         núm. 516

ANA GARCÍA BERGUA

CASI HUMANOS

A Cecilia Pérez Grovas la conocemos por sus guiones para cine, especialmente el de la película Cilantro y perejil, que resultó premiado. Sin embargo, desde hace mucho Cecilia escribe también narrativa, si bien hasta finales de este 2004 que acaba de terminar han aparecido publicados sus libros: una primera novela, Olvidos, trabajada en el taller de Vicente Leñero, que editó Club de Lectores, y una colección de cuentos realmente notable, Casi humanos, la cual ha salido en la afamada colección El Guardagujas que edita el CNCA.

Acostumbrados como estamos a que la gran sombra de las novelas ocupe todo el rellano de la puerta, no solemos prestar la atención debida al cuento, un género muy difícil, que en nuestro país se practica de manera sobresaliente. Por eso yo quisiera hablar sobre Casi humanos, relatos que nos brindan una mirada sumamente original sobre la vida en esta ciudad polvosa. Casi humanos no es un libro de cuentos sobre animales, en un sentido estricto, pues el protagonismo de los animales en estos cuentos es sesgado; los animales aquí más bien irrumpen en las vidas de los personajes como representantes de las rarezas de otros personajes o de un destino torcido por desapariciones misteriosas, costumbres anómalas o elecciones particulares. Así, el variado zoológico de estos cuentos comprende un perico, un perro, unas polillas, un gato, un gorrión y una víbora en apariencia inexistente, piojos y unas persistentes y espantosas mariposas negras. Los personajes que narran estos cuentos son todos hombres –si bien del tipo hogareño, considerado–, quienes se enfrentan a situaciones que, por más que sean de género pequeño, cotidiano, de algún modo los rebasan: situaciones de mal sueño, como la desaparición de la persona cercana (un tema recurrente, que de hecho es el principal de la novela Olvidos, la cual, con todo y ser una primera novela, trata este tema con más honestidad que La hija del caníbal, de Rosa Montero), la novia que duerme con el perro, la muerte de la madre, las esperas, todo siempre con animales de por medio. Por ejemplo, Pancha, la cotorra, absorbe en su comportamiento los cambios hormonales de la pareja del protagonista; Desdémona, el gorrión amenazado por una boa que nunca se manifiesta, recibe las extrañas vibraciones de la sensual vecina del narrador, un hombre al que no le gusta el sexo con mujeres, y menos aun con hombres, obligado a limpiar el departamento de su madre fallecida, de esas señoras que guardan "todo", lo cual abarca un cereal de hace veinte años y cosas así; un frasco lleno de alas de polilla es lo que regala el personaje de "Polilla" a sus novias; la novia nefasta del protagonista de "Pirañas" cría en una pecera a estos peces igualmente amenazantes, y él no puede dejar de alimentarlos, como a esa mala relación; al inquilino de "El invernadero" lo acosan unas moscas tornasoladas y enormes, de panteón, y un olor a cadáver; el "Chamuco" es el nefasto perro de la novia de un hombre seducido con la comida, capaz de soportar sus amenazas con tal de ir a cenar a su casa; las pulgas arruinan un negocio de ropa usada y descubren la vulgaridad de unos familiares a otros que se sienten superiores, un gato negro impide el paso al departamento de la amiga desaparecida y las mariposas negras se instalan en la vida de alguien junto con la mala suerte, de una manera más que literal. Estos cuentos están llenos de animales a los que acompañan la aprensión, el temor, la intuición nefasta; en su ambiente, muy bien logrado, se respira el olor a encierro de las casas y las vidas de una clase media citadina ajena al mundo y demasiado pendiente de sus vecinos, sofocada por una vida cotidiana enrarecida en sentido amplio. El estilo llano, directo, que utiliza Cecilia Pérez Grovas en estos cuentos ayuda con eficacia a desnudar lo cómico y lo siniestro a la par, dejándonos con un fondo de desamparo un poco amargo.

Para mí, el mejor cuento del libro es "Polilla", la historia del hombre que desde pequeño encuentra bello regalar frascos de alas de polilla a sus novias. Hijo de un hombre que ha decidido "colarse" en un asilo de ancianos desde que se jubiló a los cincuenta años, este joven se encontrará con que su destino ya está, por decirlo así, apolillado. En este relato, Cecilia Pérez Grovas despliega toda la fuerza sugestiva de su extraña forma de ver el mundo. Una manera de ver que esperamos siga así, mostrándonos sin piedad, con humor e inteligencia, el fondo raro de nuestras alacenas y roperos.