La sexofobia judeocristiana versus sexualidades espiritualizadas
de otras culturas
-- La visión demoníaca de la sexualidad cristiana reclama
la participación del Estado para la información
-- Sexualidad precolombina: fuerza sagrada dignificadora de las capacidades
humanas y no necesariamente reproductiva
Analía Bernardo
La educación sexual es una herramienta indispensable en las sociedades
latinoamericanas a fin de reconocer y difundir los derechos sexuales
y reproductivos y hacer de la sexualidad una experiencia democrática
de respeto y dignidad entre los géneros.
En varios países, el Movimiento de Mujeres junto a otros sectores
sociales reclama la educación sexual en el sistema educativo
como una obligación del Estado hacia las jóvenes generaciones,
que, según la Convención Internacional de los Derechos
del Niño, provea de un conocimiento integral de la sexualidad
a los menores y los ayude a desarrollarse como personas adultas, plenas
y responsables.
De esta manera, la educación sexual es un instrumento pedagógico
y cultural de largo alcance en la concientización de esos derechos
sexuales y reproductivos, tanto en sus aspectos sanitaristas y biológicos
como culturales; junto a la información sobre métodos
anticonceptivos, prevención de embarazos adolescentes, del contagio
del VIH Sida y de situaciones de violencia y abuso sexual contra menores
y mujeres. Así, la educación sexual transformaría
ideas y costumbres prejuiciosas, patriarcales y de riesgo que afectan
a las/los latinoamericanos.
La iglesia Católica y las evangélicas conservadoras suelen
oponerse a la educación sexual en el sistema educativo proclamando
que los padres son los únicos que tienen el derecho a educar
a sus hijos/as en esta materia.
En Argentina, estas iglesias estuvieron presionando para impedir la
sanción de una ley que implementará como obligatoria la
educación sexual en todos los niveles educativos de la Ciudad
de Buenos Aires, desde el preescolar hasta el nivel medio en establecimientos
públicos y privados.
El proyecto, de la legisladora Ana María Suppa, incluye contenidos
como la diversidad de géneros, las prácticas sexuales,
el erotismo, el ciclo menstrual, el embarazo, la anticoncepción,
maternidad/paternidad responsable, el Sida, la homosexualidad, entre
otros.
Pero la exclusividad de los padres que reclaman las iglesias no fue
avalada por la ciudadanía. Una encuesta reveló que un
97 por ciento de la población considera necesaria la educación
sexual en las escuelas y estuvo de acuerdo mayoritariamente con los
contenidos temáticos (diario Página 12, 26/09/04). Además,
la iniciativa de Suppa, a la que se sumaron legisladores/as de otros
bloques políticos, cuenta con el apoyo del Ministro de Salud
de la Nación y del gobernador de la Ciudad ya que la educación
sexual está prevista en la Constitución de la Ciudad de
Buenos Aires y en la Ley Nacional de Salud Reproductiva del 2002.
A diferencia de lo que piensan las iglesias, las mujeres en un 99.2
y los varones en un 93.6 por ciento consideran necesaria la participación
del Estado en la educación sexual a raíz de los prejuicios
para hablar de sexualidad en el ámbito familiar con el que se
criaron tantas generaciones de padres y madres; también por falta
de información y experiencia para darla. Situación que
se repite en otros países latinoamericanos dejando sin información
y formación sexual a sus hijos/as ante riesgos como el contagio
del Sida, los embarazos adolescentes reiterados y no deseados, el aborto
clandestino, el riesgo de muerte materna y la falta de una anticoncepción
segura y accesible a las/los jóvenes.
Con todo, las mujeres y los varones de la región toman cada vez
más conciencia de estas situaciones y reclaman al Estado algún
tipo de ayuda a medida que descubren las limitaciones de las enseñanzas
religiosas sobre la sexualidad en sus vidas y las de sus hijos/as.
Al final se trata de la misión de los padres que demandan las
iglesias pero con opciones y resultados muy diferentes a los que desean
los clérigos.
Por otra parte, ante el aumento de estas problemáticas sexuales
que afectan a niños/as y adolescentes, los Estados democráticos
no pueden seguir mirando para otra parte, tampoco imponer visiones religiosas
que no todos comparten, dentro y fuera de los cultos católico
y evangélicos.
Más aún, los Estados no pueden darle la espalda a estas
problemáticas cuando las familias y las iglesias no lograron
resolverlos entre los menores -y los adultos- por medio de la abstinencia
sexual, el no uso de anticonceptivos y las relaciones sexuales orientadas
únicamente a la reproducción dentro del matrimonio; siendo
los sectores populares mayoritarios los más perjudicados.
Los grupos Pro Vida han llegaron a decir que no quieren ninguna prevención
para sus hijos por parte del Estado y que sólo quieren la castidad
enseñada por los padres. Postura que no representa a la mayoría
y que se transforma en un peligro sanitario y social latente al favorecer
situaciones de riesgo y negarles a los menores el derecho a la información,
la libertad de elección, la educación sexual y la salud.
Las iglesias pretenden también incorporar "espiritualidad
y valores éticos religiosos" en la educación sexual,
pero ¿por qué la visión judeocristiana sobre la
sexualidad tiene que ser la única presente en las escuelas cuando
las iglesias y credos tienen sus propios espacios para difundirla? ¿Acaso
no hay otras visiones espirituales acerca de la sexualidad?
Sexualidad Sagrada
El problema no está en darle
a la sexualidad una dimensión espiritual o religiosa. Muchos
pueblos originarios lo han hecho desde hace milenios y los precolombinos
no han sido una excepción, al considerar a la sexualidad una
experiencia vinculada a la espiritualidad.
El problema está en difundir una sexualidad estereotipada, prejuiciosa
y represiva, producto del divorcio entre sexualidad y religión
que heredamos del Cristianismo europeo. Y ese Cristianismo "antisexo"
fue el que se impuso a través de la Conquista y la evangelización
a los pueblos originarios de América, sin respetar ni sus prácticas
sexuales ni su visión espiritual, considerándolas 舠demoníacas
y antinaturales舡.
Pero la sexualidad precolombina no estaba fundada en ese divorcio. Más
bien se la celebraba como una fuerza innata, poderosa y sagrada que
favorecía el desarrollo de la comunidad en contacto con lo divino.
No fueron sociedades idílicas pero en muchas de ellas la violencia
y el abuso sexual hacia las mujeres y los menores no eran males endémicos,
como sucede en la Latinoamérica "occidental y cristiana"
de ahora.
En las tradiciones originarias encontramos a diosas y dioses que practican
el amor sexual en los relatos y simbología sagrada a fin de enaltecer
con estas deidades la sexualidad humana y la relación entre los
géneros.
Alom y Qaholom, la Mujer y el Varón de la pareja primordial maya,
al igual que la quichua Pachamama e Illapa, la inca Inti y Mamaquilla,
la azteca Tonacatecutl y Tonacaciuatl, son algunas de esas deidades
que practican el amor sexual en los relatos de origen sin que las diosas
sean pasivas o estén subordinadas a los dioses masculinos. También
la diosa Xochiquetzal y el dios Xochipilli aparecen en el panteón
de Mesoamérica como deidades que presiden las relaciones sexuales
y la pasión amorosa.
Los relatos y símbolos seguramente tenían un impacto educativo
al presentar lo femenino y lo masculino, a la mujer y al varón,
dignificados en sus identidades sexuales, proyectando un tipo de igualdad
presente entre las divinidades y dentro de la comunidad.
Si miramos desde esta óptica el modelo cristiano nos encontramos
con un Dios Padre que no tiene pareja sexual ni amorosa y tampoco deja
manifestarse a ninguna diosa frente a él. Su Hijo, como dios
y como hombre, tampoco tiene pareja. Los Evangelios gnósticos
que sugieren una relación sexual-amorosa, no matrimonial, de
Jesús con María Magdalena fueron excluidos del canon de
las escrituras por los Padres de la Iglesia.
Y María, la madre de Jesús, es presentada por la teología
católica como eternamente virgen, sin usar su sexualidad, y sólo
es tocada místicamente por el Espíritu Santo -una forma
asexuada de Dios- para embarazarla. Detrás de ella, una multitud
de santos y santas se caracterizan por el rechazo y represión
de sus sexualidades, a las que tenían como contrarias a la santidad.
Y como sucede con toda religión, lo que ocurre en el nivel del
arquetipo sagrado se traslada a la cultura y se convierte en modelo
para la vida de las personas, favoreciendo o reprimiendo aquello que
la deidad valora o niega.
El Cristianismo siempre tuvo una mirada negativa hacia la sexualidad
y los laicos -y los religiosos- han sufrido la falta de una visión
integral y sana de esta potencialidad humana a raíz de esa no
práctica de la sexualidad del ser supremo.
Transmisión del saber sexual
comunitario
De
las visiones sagradas precolombinas se desprenden los ritos de iniciación
que marcan el pasaje de la infancia a la adultez cuando las adolescentes
tenían su primera menstruación y los adolescentes sus
primeras emisiones nocturnas de semen.
Las madres y padres suelen ser los que anuncian a toda la comunidad
estos felices acontecimientos. Las madres son las que suelen iniciar
a sus hijas y los padres a sus hijos. Pero también eran iniciados
por personas (chamanas/chamanes, ancianas/ancianos) que no pertenecían
al núcleo familiar y que eran los depositarios de la transmisión
del saber sexual, cultural y espiritual.
La mayoría de los ritos de iniciación precolombinos de
los que tenemos noticias habilitaban a las/los jóvenes a tener
relaciones antes de formar una pareja estable y tener hijos, por ejemplo,
entre los tobas y pilagás del noroeste argentino.
Por su parte, los pueblos incaicos practicaron el llamado "matrimonio
de prueba" por el cual una joven pareja ya iniciada convivía
durante un año, antes de formalizar la unión. Pero si
la relación no funcionaba, cada uno volvía al estado de
soltería y buscaba otra pareja.
En algunos pueblos las jovencitas accedían a través de
sus madres, madrinas y chamanas a anticonceptivos para evitar o interrumpir
embarazos, utilizando una variedad de hierbas que aún se pueden
encontrar en la herboristería indígena.
En los Andes patagónicos, cuando una jovencita del pueblo Mapuche
menstrúa por primera vez, su madre anuncia el evento y con otras
mujeres planta cuatro cañas que cubren con mantas para formar
una choza de iniciación donde se desarrollará el Ulchatrum,
el ritual de iniciación femenina que lleva el nombre de Ulcha,
la diosa Mujer Joven, una de las cuatro deidades mapuches. Luego, la
joven ingresa a la choza acompañada por su madrina, que la instruirá
durante varios días sin salir ni ver el sol.
Expresión del retorno al útero de la Diosa Madre para
que muera la niña y nazca la mujer. La menstruación es
el poder que la transforma y la sacraliza. Al emerger de la choza, la
joven es recibida por toda la comunidad con gritos de júbilo
y alabanzas, paseada por todo el pueblo en andas de dos grupos de mujeres,
uno de adultas y otro de jóvenes, hasta el centro del poblado,
donde comienza una fiesta con danzas, cantos y comida.
Entre los tobas y pilagás, la madre inicia a la hija y cuando
termina el ritual la comunidad festeja y brinda con "aloja",
bebida fermentada en el tronco de un algarrobo, cuya madera es rojiza
como la menstruación de la hija y que el padre ha preparado durante
los días de iniciación para convidar y celebrar. Entre
los Wichi de la misma región, la muchacha menstruante se coloca
en el centro de un círculo y sus amigas bailan las fases de la
luna a su alrededor durante toda una noche y al día siguiente
se suma toda la comunidad.
Los jóvenes indígenas también participaban en ritos
similares, y como las jóvenes, recibían instrucción
en distintas artes y oficios, además de la educación sexual
y religiosa.
Erostimos precolombinos
Más
de un centenar de vasijas mochicas con sus picos "de estribo"
presentan en relieve una gran variedad de posturas y formas de realizar
el acto sexual. En las vasijas las mujeres aparecen arriba, de costado
y debajo de sus compañeros. Tampoco faltan vulvas, penes y andróginas.
Este "Kama Sutra Moche", como lo llaman los arqueólogos,
presenta a diosas y dioses, mujeres y varones, en desnudos completos,
mirándose y tocándose, de un modo espontáneo y
natural. Una erótica de género, diseñada por las
mujeres que eran las alfareras de este pueblo preincaico del noroeste
de Perú.
En Mesoamérica, Xochiquetzal era la diosa de las flores y de
las relaciones sexuales no dirigidas a la reproducción y, sus
sacerdotisas, las maqui, realizaban rituales sexuales que se consideraban
sagrados. También estaban bajo su protección mujeres libres
que no formaban una familia tradicional y que los antropólogos
se apuran en calificarlas como prostitutas. Esta diosa tenía
relaciones sexuales con Xochipilli, Tlaloc y Tezcatlipoca, considerados
sus amantes consortes.
Pero además estaba Tlazolteotl, diosa del placer y el erotismo
como así también del parto y la maternidad entre otros
atributos, indicándonos que las funciones maternales de la esposa
nahuatl se sustentaban en el goce sexual.
Otra forma de erotismo precolombino la encontramos en las incontables
danzas folklóricas con raíces indígenas de latinoamericana
que describen el cortejo mutuo de la mujer y del varón que danzan
en pareja.
Y cuando la mujer se zarandea levantando su falda, expresa su potencial
sexual-genital dejándolo "al descubierto". Lo mismo
hace el varón zapateando. Las danzas culminan con la pareja entrelazada
en el centro indicando el objetivo final del cortejo: la unión
sexual.
Los ritos de iniciación a la vida adulta similares se han encontrado
entre los indios norteamericanos, del Amazonas, del Caribe, los afrobrasileños
y en otros continentes mostrando sentimientos comunes respecto de la
sexualidad. También porque, al igual que las danzas de cortejo,
los ritos de iniciación reactualizan el relato de la creación
y/o de origen de los pueblos donde las parejas divinas surgen de una
ancestral diosa creadora (por ejemplo Inti y Quilla del lago-útero
de Mamacocha, el Titicaca) y se cortejaban poniendo en acción
la dinámica de las energías femenina y masculina.
La salida de las y los jóvenes del poblado para adentrarse en
el bosque donde está la choza ritual significa una vuelta a los
orígenes, a los comienzos de la creación. Sus padres y
parientes despiden a los futuros/as iniciados/as con lamentos propios
de un funeral. Esto les permite asimilar el cambio durante la ausencia,
porque cuando vuelven toda la comunidad deberá tratarlos como
personas adultas dejando atrás las actitudes que utilizaban cuando
eran niños y niñas.
El relato de origen cristiano con el pecado de Eva y Adán y la
condena que sufren, ha servido para presentar a la sexualidad como algo
sucio y decadente que tiñe toda la vida. En el Cristianismo las
danzas de cortejo y los ritos de iniciación a la vida sexual
nunca fueron desarrollados.
Hoy día las/los jóvenes quizás presten poca atención
a esa historia bíblica pero asimilan su mensaje por muchos medios
donde aquella visión negativa adopta nuevas formas violentas,
consumistas y pornográficas y donde las personas, especialmente
las mujeres, carecen de dignidad y son objetos sexuales manipulables
según los deseos de los otros.
Con todo, las y los menores están abiertos a otro tipo de sexualidad.
Sólo necesitan que las y los adultos los ayudemos a descubrirla
y desarrollarla para convertirse en ciudadanas/os sexualmente democráticos.
Esta educación sexual será para todas las sociedades de
la región una iniciación después de cinco siglos
de haberla perdido.
Periodista y docente, investiga
tradiciones femeninas ancestrales
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Este artículo abre un debate
sobre educación sexual, culturas y participación del Estado.
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