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Martes 28 de diciembre de 2004

Un vietnam en el desierto

Este lunes, la cadena Al Jazeera difundió un supuesto mensaje de Osama Bin Laden en el que reconoce al jordano Abu-Musab al-Zarqawi como su brazo derecho en Irak y pide a la ciudadanía boicotear las elecciones programadas por Estados Unidos para el 30 de enero para elegir una Asamblea Nacional Constituyente. Este mensaje pone de manifiesto la intensificación de la guerra en ese país: desde la invasión encabezada por Estados Unidos en marzo de 2003 la vida en Irak no vale nada y, a pesar de los pronunciamientos de Washington de que mantiene el control, lo cierto es que la violencia va en aumento, perjudicando sobre todo a la población civil. Asimismo, los efectivos militares estadunidenses y británicos están empezando a sentir las consecuencias de esta guerra de desgaste, situación que recuerda cada vez más la sangrienta y prolongada intervención estadunidense en Vietnam.

En la actualidad las tropas de ocupación tienen que encarar un promedio de 35 ataques diarios de la resistencia iraquí y prácticamente no hay día sin bajas en sus filas. Según un informe de la CIA publicado por el diario Philadelphia Inquirer, miles de iraquíes se han unido a la resistencia, las acciones del ejército estadunidense generan rechazo generalizado de la población, las fronteras son imposibles de controlar y los combatientes musulmanes llegan de muchas partes.

Esto se ha traducido en emboscadas con bombas y atacantes suicidas, sabotajes de la infraestructura (sobre todo la petrolera), así como asesinatos de contratistas y activistas extranjeros y personas acusadas de colaborar con el invasor. Hasta la fecha el saldo de la violencia es de más de mil soldados estadunidenses y británicos fallecidos desde el inicio de la guerra, la mayoría en combate, aunque se tienen indicios de que los suicidios y las bajas por enfermedad van en aumento, sin contar con las incipientes deserciones, lo que habla de un ejército desmoralizado.

Otra prueba del deterioro anímico es el aumento de crímenes de guerra contra la población civil (entre 10 mil y 37 mil víctimas, según organizaciones independientes) o combatientes ya caídos, como muestran las recientes fotografías de un marine ejecutando a un rebelde iraquí herido y desarmado.

En este contexto, la realización de las elecciones es cada vez más difícil. Los comicios no sólo enfrentan las dudas de la comunidad internacional ųque rechaza la legitimidad de la guerra emprendida por Washingtonų, sino además encaran la oposición de la comunidad sunita. El Partido Islámico Iraquí anunció hace unos días que no participará en ese proceso ante el rechazo de las autoridades provisionales de postergar la votación seis meses para elaborar un padrón electoral más amplio. Lo anterior sin mencionar que nada garantiza que el 30 de enero haya condiciones para que la gente acuda a las urnas.

Estos factores indican que las guerra es un fracaso para Estados Unidos, que planea aumentar su presupuesto destinado al conflicto en unos 66 mil millones de dólares para 2005, alcanzando la cifra total de 80 mil millones. Las tropas están empantanadas en las arenas iraquíes ųsoportando el desprecio de la población localų, al igual que los intentos de la Casa Blanca por legitimar la ocupación en el concierto internacional: no sólo ha perdido aliados (como España), además ha fallado en involucrar a otros países para aliviar la carga de combates que pesan sobre sus soldados y reconstruir Irak. Ningún gobierno del mundo olvida que las razones esgrimidas por el presidente George W. Bush para justificar la guerra (armas de destrucción masiva, por citar sólo una) resultaron ser mentiras y que Naciones Unidas fue incapaz de detener un conflicto que viola el derecho internacional. Así, Estados Unidos está ante un nuevo Vietnam, una pesadilla que irrumpió con fuerza en el sueño americano y que amenaza con tener en vilo nuevamente al pueblo estadunidense y al mundo entero.

 
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