Jornada Semanal,  domingo 19 de diciembre  de 2004                núm. 511

Luis Tovar

LA DIVERSA UNIDAD (II)

Extorsión, secuestro, robo y asalto son respectivamente los delitos que sirven de punto de partida a El torzón, Vida exprés, Barbacoa de chivo y Comida de perros, los cuatro cortometrajes de que se compone Cero y van cuatro. Aunque son todos producto original de la imaginación de un mismo autor –Antonio Armonía, guionista de Por la libre–, el resultado en pantalla es responsabilidad de los realizadores –Gamboa, Serrano, Carrera y Sariñana–, no sólo porque, como suele suceder, cada uno quita, pone y cambia muchas cosas, sino sobre todo porque, al proceder así, está imprimiendo su propio sello. (Hace veinte años, cinco directores filmaron sendos cuentos de Pedro F. Miret, para componer lo que se llamó Historias violentas; el conjunto no pudo ser más dispar.)

Otro rasgo de unidad en Cero y van cuatro consiste en que a cada acto delictivo se asocia por lo menos una conducta reprobable más. En el dirigido por Alejandro Gamboa es el consumo de estupefacientes; en el de Antonio Serrano, el abuso de confianza; en el de Carlos Carrera, el ejercicio de la justicia por propia mano; y en el de Fernando Sariñana no queda muy claro, pero supongo que sería la infidelidad o el cinismo.

LA CÓMICA DESGRACIA

La intención es, como se apuntó hace una semana, reírse nuevamente de la inseguridad rampante que se vive en Ciudad de México, lo mismo que de la corrupción y la torpeza policíacas. Cero y van cuatro parece añadir –y en esto consistiría lo único que la distingue del resto– el retrato, así sea incompleto, de una sociedad que vive su indefensión con la queja eterna en ristre pero contribuyendo con sus propias anomalías a que todo siga más o menos igual. Si bien el resultado es agradecible como no lo fueron, por ejemplo, la solemnidad y el hieratismo de Fibra óptica, o el imposible final justiciero de Todo el poder, queda de cualquier modo la impresión general de que, cinematográficamente, sólo ubicándose en el otro extremo es posible abordar el asunto. En otras palabras, cuando no estamos ante la manida, previsible y facilona confrontación de los buenos contra los malos, nos encontramos con una colección de personajes y situaciones corrompidos in extremis y vistos forzosamente a través de un lente burlón –recuérdese Nicotina.

Cero y van cuatro tiene a su favor que plantea hechos verificables cualquier día, para lo cual basta con abrir las páginas de un diario vespertino. Extorsión, secuestro –en su modalidad express, sobre todo–, robo y asalto son igual de cotidianos que el hambre y todos estamos cerca de experiencias de tal naturaleza, cuando no directamente involucrados. Quizá sea esa misma familiaridad, o lo reiterado de los acercamientos fílmicos, o lo recurrente del tratamiento elegido, pero Cero y van cuatro sufre una curiosa paradoja: es verosímil en su planteamiento, en términos generales es plausible como un todo en su realización a cuatro manos, no le falta de ningún modo y por desgracia el público que la calificará de buena precisamente por aquello que aquí se objetó la semana pasada, y sin embargo no acaba de cuajar.

Al respecto, es significativo que la mayoría de quienes ya la vieron coincidan en que el cortometraje mejor logrado es Barbacoa de chivo, dirigido por Carlos Carrera, donde más importante que el robo de una imagen religiosa es el linchamiento del presunto ladrón. Claro está que nada tiene que ver con los acontecimientos recientes en Tláhuac, pero no hay remedio: Todomundo será incapaz de no asociar un hecho de hoy con una ficción concebida hace mucho tiempo.

Talento y capacidad aparte, Carrera muestra mayor habilidad y llega a una solución de mayor contundencia que la conseguida por sus colegas, precisamente haciendo de su historia un exceso próximo a la farsa y no un intento de apego más o menos irrestricto a lo que se supone posible. Con Gamboa la corrupción policíaca queda en mero hecho cotidiano, que lo es, pero tratado tan por encima que hubiera dado lo mismo filmar de qué modo un patrullero muerde a un conductor de automóvil. Serrano, que también aborda la corrupción oficial, explora en mayor medida la psique de sus personajes y por consiguiente les confiere mayor volumen. Sariñana, por su parte, hizo un nuevo retrato chocante de gente bonita que se dilata en el ejercicio del fruncimiento de nariz frente a la naquiza, esta vez ratera y torpe.

Cuatro filmes en uno solo, cuya unidad, sólo temática y no de realización, da al conjunto más disparidad que diversidad.