Jornada Semanal,  domingo 19 de diciembre  de 2004             núm. 511


El código Dan Brown

Dice el refrán que la curiosidad mató al gato. Y sí, es un vicio tremendo.Al ver a los Código Da Vinci amontonados en las librerías, me daba curiosidad, pero también vacilaba: ¿podía comprar un libro que a lo mejor era malo en lugar de ahorrar para adquirir una enciclopedia de Historia?

Pero me fui de viaje y en el aeropuerto, como suele suceder, a uno se le antoja leer un best seller, y me lo llevé. Comencé a leer, incómoda por las descripciones cursilérrimas del protagonista –ojos azules, barba partida, sienes plateadas, vestido de saco de tweed sobre el suéter de cuello de tortuga–, y su obvio parecido con el autor. Brown, para que los lectores no se confundan, sale en la foto de la solapa ataviado con dicho atuendo. No vayamos a pensar que la guapura de su héroe es cosa de ficción.

Me entretuve un rato a pesar de que el protagonista, Robert Langdon, dice bobadas como que Francia es un país famoso por sus líderes chaparros, que Las Tullerías son la versión francesa de Central Park, o que Miterrand fue él solito responsable de llenar París con artefactos egipcios (¿y Napoleón?, me pregunté). Pero como en los primeros capítulos el autor también se pone a criticar al Opus Dei, me dejé llevar. Además, me llamó la atención una nota que dice al principio de la novela: "todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son verdaderas". Como verdadero sería afirmar que el ángel de la Independencia no es un ángel, sino una victoria. Tiene senos. Fue puesto en el Paseo de la Reforma como una señal secreta de triunfo sobre la Iglesia. Reforma vs. Iglesia. De eso se trataron las guerras del XIX, ¿no?

El ángel señala hacia el centro, el asiento de Templo Mayor. Ergo, podemos deducir que el ángel de la Independencia señala la resurrección de la religión mexica. Está allí para celebrar la inminente reaparición de Mictlantecutli sobre la Catedral, pues la guerra de Reforma fue protagonizada por mexicatiahuis.

Así de majaderos son los complots que conforman el Código Da Vinci.

La prosa tartamuda de Brown, quien usa las cursivas para dar explicaciones, énfasis y traducir, me atarantó aun más que las turbulencias por las que atravesó el avión, pero necia que soy, seguí. Una amiga me había recomendado muchísimo el libro "por su visión feminista". Una tía me dijo que estaba lleno de datos sobre la Edad Media, que "parecía de Umberto Eco", pero a los tres capítulos me di cuenta de que eso era una calumnia, y que de media página de Eco salen mil de Brown.

Lo terminé rápidamente, distraída por las mentiras disfrazadas de secretos que infestan todos los capítulos. Me dejó un mal sabor de boca.

No es porque la novela sea falsamente erudita, o falsamente feminista. Esos son sus defectos menos importantes. Es porque además es conservadora hasta el tuétano y queda bien tanto con la Iglesia como con el Opus Dei, que en un principio parece criticar. El código Da Vinci es una novela de valores, tan reaccionaria como Juventud en éxtasis, pero disfrazada de libro que fue a la escuela. Al final todo queda en familia, bendita por la Iglesia y hasta por el Opus Dei.

Si se menciona la pedofilia o la misoginia que envenenan la Iglesia, el final tranquiliza a los lectores. Algunos datos importantes que podrían suscitar una reflexión, se colaron en la bobería sincrética que le sale al autor del magín, pero están tan fuera de contexto que no importa. Ni su héroe ni él les hacen caso.

Hablemos del primer libro de la serie. La cosa es para un síncope. Lo leí para escribir esta nota y me dejó muy sorprendida.

El código Da Vinci resultó ser una copia mejorada de Ángeles y demonios. Brown ya había ensayado todos sus cartabones: los villanos en ambas novelas son fanáticos que en la infancia vivieron "un milagro"; fueron adoptados por obispos; a las dos heroínas les matan a sus padres sustitutos, el malo es el que creíamos más bueno y etcétera ad nauseam.

Igualmente, si tuve dudas sobre la falta de rigor con la que Brown utiliza los datos, esta perla confirmó mis sospechas: en la página 243, el profesor Langdon afirma tranquilamente que "la práctica de comer del dios –la comunión– fue tomada de los aztecas. Hasta el concepto del Cristo que muere por nuestros pecados aparece en la tradición temprana de Quetzalcoátl".

Uy. No sé quién necesita más la enciclopedia de Historia que ansío; el estafador de Brown, o yo.