La Jornada Semanal,   domingo 19 de diciembre  de 2004        núm. 511
 
Luis Ramón Bustos

Cataluña:
una literatura perseguida

Como a lo largo de toda su historia, la literatura catalana sufrió duros reveses durante el siglo xx, casi siempre debido a la represión de su idioma y a la prohibición de publicar. Comenzando el siglo, ante la dureza de la monarquía de Alfonso xiii y de la dictadura de Primo de Rivera, los escritores Eugeni D’Ors, Josep Carner, Guerau de Liost, Josep Maria López-Picó, Tomàs Garcés y Josep Maria de Sagarra, forjaron el "Noucentisme", que no sólo renovó las letras catalanas, sino que fue un movimiento cultural que impulsó el nacionalismo.

El "Noucentisme" –movimiento literario cercano a nuestro modernismo– también tuvo un impulso civilizador, propagan– dístico, que sustentó la autonomía catalana. Es verdad que la Mancomunitat, encabezada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó, fue el impulso autonómico por excelencia en aquellos años que van de 1907 a 1923; pero también es cierto que sin el "Noucentisme", sin su fuerza propagandística, el esfuerzo de la mancomunitat hubiera sido menos eficaz. Como tantas otras veces, la literatura, la defensa del idioma en las letras, fue punta de lanza para la recuperación de los anhelos nacionalistas y la reafirmación de su cultura.

Los años veinte trajeron vientos de cambio. Cataluña, muy influenciada por Francia, recibió el bagaje vanguardista, en particular del surrealismo francés. Entonces surgieron poetas vanguardistas de importancia, pero ninguno tan destacado como Joan Salvat-Papasseit. En él, pese a sus tendencias a modificar el verso desde una perspectiva innovadora, la carga semántica fue preponderante; muchos de sus versos están construidos muy heterodoxamente pero contienen un fondo clásico. Otros poetas vanguardistas relevantes: Josep Maria Junoy, Lluís Montanyà y Josep Vicenç Foix.

La Segunda República y la Guerra civil dieron un vuelco muy enriquecedor a las letras catalanas; de hecho, no sería arriesgado catalogar la creación de aquellos años como una edad de plata. Poetas de todos los Países Catalanes dieron un gran impulso a las letras. Entre ellos, cabe destacar a Bartomeu Rosselló-Porcel, Marius Torres, Salvador Espriu y Pere Quart, como poetas; y a Sebastià Juan Arbó, Xavier Benguerel, Mercè Rodoreda y Lloreç Villalonga, como narradores. Las instituciones universitarias y culturales sustentaron ese impulso renovador, apoyadas por la Generalitat, gobierno autónomo aliado a la República.

Pero llegó la derrota republicana y el exilio fue el camino para muchos. A México arribaron decenas de escritores de gran valía. Fue así que, tanto en la fundación de revistas y editoriales, como en la creación literaria, destacaron Josep Carner, Agustí Bartra, Avelí Artis-Gener, Pere Calders, Avelard Tona i Nadalmai, Joan Rossinyol, Vicenç Riera Llorca y Joan Sales. Su aportación fue invaluable para la cultura de México en los años cuarenta y cincuenta.

Mientras en México y en otros países de Hispanoamérica el catalán literario se mantenía con vida, en Cataluña todo era represión. Durante los primeros años del franquismo nada se podía publicar en ese idioma y hasta en las escuelas, los niños, tenían que esconderse para hablarlo. Escritores importantes como Mercè Rodoreda, emigraron a Suiza. El silencio era la protesta amarga del catalán, un silencio al acecho. Poco a poco, en editoriales clandestinas, fueron apareciendo los poemarios y las narraciones de quienes se quedaron en su patria. Acaso el poeta más importante de ese periodo sea Salvador Espriu, que con su voz plural y elegiaca dio la tonalidad de una época, de un país enclaustrado. Otros poetas, como Carles Riba, aportaron un acento clásico con su poesía. Imposible no mencionar a los poetas Gabriel Ferrater, Joan Brossa y Joan Vinyoli. Con ellos, la poesía adquirió mayor vuelo simbólico.

Después de la muerte de Franco, casi se tuvo que comenzar desde cero. La industria editorial catalana apoyó a sus escritores y los difundió ampliamente, no sólo en los Países Catalanes, sino en el resto de España. Se consolidaron narradores importantes, entre los que destacan Llorenç Villalonga, Pere Calders y Vicenç Riera Llorca –recién desembarcados de su exilio mexicano–, Jordi Sarsanedas, Josep Pla, Ferran de Pol, Joan Perucho, Blai Bonet y Manuel de Pedrolo. Y las estupendas novelistas Mercè Rodoreda y Maria Aurelia Campany, acaso las mejores del género en todo el siglo xx.

En las últimas décadas surgió, con la consolidación de la democracia y del gobierno autonómico, una pléyade irrepetible de poetas y narradores. Sin la amenaza de la represión, escribiendo en total libertad, han dado una tonalidad policroma a la literatura catalana. La diversidad, las heterodoxias, los caminos no trillados, la constante renovación, son el signo de las letras catalanas de hoy. Sería prolijo mencionar a tantos narradores de valía, pero no podemos soslayar la importancia de Terenci Moix, Montserrat Roig, Carme Riera, Oriol Pi de Cabanyes, Miquel Desclot, Rafel Ballbona, Miguel Ángel Riera, Josep Maria Espinas, Maria Barbal, Xavier Borràs, Xavier Roca-Ferrer y Lluis Antón Baulenas. Y entre los poetas a Pere Gimferrer, Josep Maria Llompart, Joan Montalà, Francesc Prat y Figueres, Remei Margarit, Pere Orpi, Motserrat Abellò y Manuel Forcano. Esta generación de poetas ha llevado vientos refrescantes a su antiquísima tradición, dándole mayor peso a los aspectos técnicos y lexicológicos de su creatividad.

Tantas veces proscrita, la lengua catalana es hoy patrimonio de un pueblo que recupera sus tradiciones y revalora su ya antiquísima cultura. Nadie la oscurece, nadie la reprime. Y, sin embargo, por paradójico que sea, tal vez la mejor etapa de la literatura catalana del siglo xx sea aquella en que sus escritores sufrían represión o burlaban a la censura. De las catacumbas salió su mejor luz.